EL LLAMADO DE LA SELVA.

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ELIO EDGARDO MILLAN VALDEZ

El título de estas ideas “flotantes”,EL LLAMADO DE LA SELVA, escritas justo a la 7/8 de la tarde/noche, amalgaman una serie de pensamientos y sentimientos que flotan en cascada en mi mollera por el prolongado encierro que aún no cesa, que no para, sino todo lo contrario. He llegado a pensar que alguien está sentado en el pico de la curva del coronavirus que lo deja aplanarse… En fin, estás letras y letrillas tienen un propósito involuntario: hacerle manita de cochi a estos días circulares que nos amenazan en convertirse en boas para ceñírsenos al cuello para arrancarnos el resuello. Ojalá las esta esta serie porque les pueden servir como las gotas de alcanfor contra el aburrimiento.
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EL LLAMADO DE LA SELVA.
Es cierto, es mejor estar encerrados que enterrados, pues cuando andamos de la Seca a la Meca olvidamos que nuestra vida no es infinita, en cambio en el confín del confinamiento nos taladran los pensamientos sobre nuestra fragilidad, de que nuestro paso por el mundo es un instante, que un día dejaremos o nos dejarán a quienes amamos y nos aman. Y este pensamiento se nos desborda en un sentimiento doloroso. Y bañados en llanto abrazamos y besamos a los nuestros como si fuera la última vez… Ora pro novis.
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EL LLAMADO DE LA SELVA.
Nunca sabe uno por qué algunos hacen ciertas cosas que otros ni siquiera se atreven a pensarlas; por ejemplo bailar rock al borde del abismo o dejarse matar para que les compongan un corrido. Con el curso del tiempo he llegado a pensar que el miedo es el mejor amigo del hombre, aunque los perros propios, que no los ajenos, son también buenos compañeros, especialmente cuando platicamos con ellos en esos días en que soledad nos azota, como azota el frío a un mendigo en invierno.
Vemos mañana.
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EL LLAMADO DE LA SELVA.
Mientras el sol empieza a perderse en la penumbra, un zopilote empezó a danzar en el aire mirándome de reojo, con unos ojos de yo no fui. Intempestivamente esa ave de mal agüero explotó en las alturas y sus plumas se trasformaron en una miríada de palomas mensajeras que me querían decir algo sin decirme nada. Estas emblemáticas aves, al acelerar sus alas, se transfiguraron en en miles oscuras golondrinas que rosaban mi balcón cantándome en silencio la horrible melodía del adiós. Y yo impertérrito, como buen sonorense, me pregunté mirando el horizonte que me sirve de espejo: ¿Acaso necesito un psicólogo o será tal vez que requiero es un semiólogo?
Nos vemos mañana.
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EL LLAMADO DE LA SELVA.
En tardes perladas de azul, un espíritu parecido a la nostalgia se precipita en cascada hasta el fondo del desfiladero para transfigurar, como en los sueños de un final feliz, los terribles dolores que nos provocan aquello que no fuimos, lo que quisimos ser, de lo que ya no seremos. Es una remembranza que no le pide permiso a la memoria, simplemente emerge sin diques ni amarras cuando la vida se ha nos ido por la inmensa coladera del tiempo. En esos momentos depresivos gritémosle al viento con los puños apretados: ¡Pero voy sacar juventud de mi pasado!
Nos vemos mañana.
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EL LLAMADO DE LA SELVA.
Cuando el sol exhala sus últimos suspiros, salgo al balcón de mi nueva residencia. Y veo extasiado que los árboles del parque le hablan sigilosos al silencio, mientras un ramo de pájaros vuelan en reversa y más allá, detrás de la bruma, se escucha el vaivén de las olas mar; y ese ir y venir se transforma en una hermosa melodía; y me pongo bailar involuntariamente con un estilo medio arrancherado. ¿Será tal vez que este arrebato es por lo que cantó Neruda en sus días?: «Es tan corto el amor y tan largo el olvido».
Nos vemos mañana.
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EL LLAMADO DE LA SELVA.
En las últimas noches de mi encierro mi timón navega sin amarras. Se me vienen en cascada pensamientos, sentimientos y recuerdos que se anudan sin piedad en mi mollera; y sin querer queriendo el terror me atrapa entre sus garras y hablo, río, canto y gesticulo al mismo tiempo. Para desatar ese nudo que hace de mi lengua un mazacote, me le quedo viendo a un par de arañas que hacen de las suyas en el techo, a pesar de que esos bichos pueden inocularme su mortífero veneno. Hay noches que condensan años; sí, señor…!
Nos vemos mañana.
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EL LLAMADO DE LA SELVA.
Quizá nuestros padres no hubieran puesto los pies en polvorosa del ejido, si hubieran vivido de los recursos del mar, pues estos productos estaban a su alcance con sólo estirar la mano. Pero como nuestros padres fueron traídos por el tata Lázaro desde las minas de Álamos, Sonora, hasta el bajo río mayo; eran nuestros progenitores, lo digo con todo respeto, unos «chupapiedras» que les daba asco la «peste» que los pescados despedían, y a no pocos los hacía vomitar. Por lo demás esta repulsión proverbial a los mariscos evidencia la poca calidad del sexo que sufrían y gozaban nuestro padres y abuelos. Pero de eso no estamos hablando.
Nos vemos mañana.
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EL LLAMADO DE LA SELVA.
Sé que mi mamá murió de tristeza, por más que el médico de Quetchehueca haya jurado y perjurado que quién le arrancó la vida fue una brutal septicemia hemorrágica, pues en aquellos tiempos de infortunio no había penicilina para los pobres que vivíamos hacinados en las barracas de los campos agrícolas. Pero yo sé que la mató la nostalgia, porque desde que dejamos el rancho, poco a poco se le fueron cerrando aquellos enormes ojos negros hasta que ya no pude asomarme por ellos a su enorme corazón, a ese corazón gigante en el que sequé mil veces mis lágrimas de niño. A más de sesenta años de su deceso ha empezado a llamarme, pero no he querido irme porque tengo que cuidar a mis nietos.
Nos vemos mañana.