Donar un órgano es “el más sublime acto de amor”

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• La maestra Flora Irma tiene más de 11 años que recibió un trasplante de riñón y vive agradecida por el acto de amor de una madre quien, ante la muerte cerebral de su hijo, decidió donar sus órganos para que 12 personas pudieran continuar con su vida.

Un cambio en su actividad diaria derivado de cansancio inexplicable, fue el inicio de un problema que pudo haberle costado su vida, y gracias a que un “ángel” le regaló parte de su vida, hoy Flor Irma continúa cumpliendo sus sueños.

Actualmente es docente de educación especial y recién terminó su maestría, la cual, había dejado inconclusa al padecer una enfermedad renal que la incapacitó por varios años.

Hoy día, la maestra Flora Irma Valenzuela Ley, dice que gracias a su “ángel” puede contar su historia y decir que está en camino a alcanzar sus sueños, al ser beneficiaria de un trasplante de riñón, el cual, le donó un joven al que no conoció, pero que su madre aceptó donar sus órganos luego de que él lamentablemente falleciera.

La maestra Flora inició la batalla más grande de su vida cuando recibió el diagnóstico de lo que le causaba el cansancio extremo luego de someterse a infinidad de estudios, diálisis y tratamientos… nunca perdió la esperanza, a pesar de que los resultados de estudios clínicos fueron poco alentadores… su principal motor era salir adelante por sus dos pequeños hijos.

Luego de años de lucha, tener que enfrentar la falta de apoyo emocional de la familia, al grado de que se tuvo que separar de su pareja y distanciarse de amistades y familiares, una noticia le renueva la esperanza: “hay un donador para usted” le dijeron en una llamada telefónica.

Sin embargo, todo se derrumbó, vino una leve decepción luego de que familiares del donante, quien presentaba muerte cerebral, se negaron a donar sus órganos; historia que se repite meses después, dos veces, fue rechazada y dos veces más, problemas de salud de la maestra, le impidieron recibir el órgano que necesitaba para mejorar su calidad de vida.

A pesar de las negativas, su mayor terapia fue hacer una fiesta. Cada vez que recibió malas noticias, regresaba a su casa, todos los preparativos, invitaba a sus amistades y organizaba una fiesta para “espantar a la melancolía y la depresión”.

Finalmente, “no hay quinto malo”. Una mañana, suena el teléfono y recibe la ansiada noticia que compartió con “todo el vecindario”. Le informan que hay un donante, se trata de un paciente con muerte cerebral, un joven a quien la madre decidió que, siquiera viviendo, a través de sus órganos que donó a 12 personas.

Han transcurrido 11 años cinco meses desde que recibió la segunda oportunidad de vida; periodo en el que, reaprendido el valor de la familia, el trabajo y los amigos razón por la que diariamente, dice la docente, agradece a su donante desconocido, por quien eleva una plegaria y le agradece.

Igualmente, hace un llamado a la sociedad para que, en la medida de lo posible, participen en la donación de órganos; dice comprender el dolor de una familia ante la disyuntiva cuando un ser querido, por diferentes circunstancias, sufre de muerte cerebral, pero les recuerda que ese ser puede seguir viviendo a través de otras personas siendo la donación de órganos, el más sublime acto de amor.