Días de Carnaval.

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Luis Antonio Martínez Peña.

Ay, nanita. Tanto cachivache carnavalero instalado en el malecón, en sus accesos y en las calles del centro me hicieron sudar la gota gorda, por salir de aquel rumbo. Yo que por formal nada más fui al SAT a averiguar cómo me ejecutan con la paga de impuestos y aparte de no encontrar solución a mis preocupaciones tributarias; a esas tribulaciones tuve que agregar la pena de salir de mi laberinto vial en que se encuentra convertido el centro. A las once de la mañana parecía más histérico que histórico.

Pero aparte de vallas que impiden la circulación por las calles Heriberto Frías y Constitución; hay obras de la JUMAPAM allá por la Baltasar Izaguirre Rojo y no quise averiguar por cuales otras más. Así que armado de paciencia me fui por la Belisario Domínguez oliendo el pedo a un lentísimo camión cervecero que no hallaba por donde dar vuelta sin pegarle a los carros estacionados hasta en las banquetas. Me fui hasta Avenida Alemán y hasta mi casa tomando todas las avenidas haciendo rodeo por la Gabriel Leyva, Juan Pablo Segundo e Insurgentes, donde me encontré con otro embotellamiento. Pero llegué a mi casa.

Así que el centro histórico en estos días adquiere la calidad de laberinto. Serenidad y paciencia. Esto son cosas que pasan en Carnaval. Pero suelen suceder a menudo.

Ante el montón de cachivaches de madera y cartón que simulan puertas de acceso y barras cerveceras y demás triques. El montón de focos multicolores de mi fiesta profana; las palmeras deshidratadas de sol y luz Ld, lucen lánguidas y desvaídas en su diván de pavimento, como las mariposas negras y nocturnas de la poesía decadente; pero se mencionan como obra cumbre y espectacular del gobierno municipal en turno. Tanta luz y cosas amontonadas para tan breve espacio causa vértigo y provoca nausea tanto desperdicio. Nada más falta la estridencia musical de nuestro folclor para estar completos. Viviremos días surrealistas o de realismo mágico sólo aptos para los adoradores de Momo. A persignar el suelo y a danzar como matachines amontonados como los de la foto.

Si no quiere que lo estrujen no se meta al baile.