Científicos se adentran en lo profundo de la selva virgen de Gabón en busca de virus emergentes; los murciélagos son su principal objetivo
CUEVA DE ZADIÉ.
¿Es una película de ciencia ficción? ¿Una serie distópica? Vestidos con un traje de protección amarillo y cubiertos de pies a cabeza, seis hombres ascienden con dificultad hasta una gruta perdida en la selva gabonesa en búsqueda de virus emergentes.
El destino de estos científicos de un centro de investigación es la cueva de Zadié, en el noreste de Gabón, donde estudian a los murciélagos, animales que pueden ser el origen de la mayoría de las epidemias transmitidas al hombre en los últimos años: el SARS en 2003, el MERS en 2012, el Ébola y hoy el SARS-CoV-2, el virus de la pandemia que paraliza actualmente el planeta.
El camino está plagado de musgo, cortezas y hojas que despiden el fresco olor de la selva virgen de este pequeño país de África central, cuyo clima tropical, cálido y húmedo, y su exuberante fauna, son terreno propicio para la proliferación del virus, algo de lo que no tienen conciencia las poblaciones locales.
Poco a poco, el olor de tierra húmeda deja lugar al del guano, los excrementos de los murciélagos. El aire es irrespirable y bajo los trajes de protección el calor es sofocante.
De pronto, aparece la entrada de la gruta. Un ruidoso torrente de murciélagos se escapa del agujero. Sus excrementos cubren el resbaladizo suelo y las paredes rocosas.
PELIGRO PARA LOS HOMBRES
«¡Tiren!», ordena el profesor Gaël Maganga, hasta que la red que sirve para capturar a los mamíferos esté totalmente tensa.
Cuando los murciélagos se precipitan hacia la salida, el trampa se cierra sobre ellos. La toma de muestras puede empezar.
Maganga, profesor e investigador en la universidad de Franceville, la tercera ciudad del país, toma las muestras bucales y rectales con hisopos esterilizados.
«Nuestro trabajo consiste en identificar los agentes patógenos que podrían representar un riesgo para las poblaciones humanas, y comprender las transmisiones entre especies», explicó el científico.
El 29 de octubre, el grupo de expertos de la ONU sobre la biodiversidad (IPBES) advirtió en un informe que las pandemias como el covid-19 iban a multiplicarse y provocar cada vez más muertes, aludiendo a la inmensa reserva de 1.7 millones de virus desconocidos en el mundo animal, de los que 540 mil a 850 mil «tendrían la capacidad para infectar a humanos».
El 70% de las nuevas enfermedades (Ebola, Zika) y «casi todas las pandemias conocidas» (gripe, sida, Covid-19) son zoonosis, es decir procedentes de patógenos animales.
PRESENCIA DE CORONAVIRUS
«Hay que dejar de pensar que el hombre está de un lado y el animal del otro. En cuestión de salud, lo que pasa en uno va a tener impacto en el otro. Proteger la fauna salvaje, proteger la naturaleza, es proteger al hombre», destacó Pauline Grentzinger, veterinaria del Parque natural de Lékédi, que trabaja para preservar la biodiversidad, cerca de Franceville.
«Los comportamientos humanos originan a menudo la emergencia de los virus. Hoy, con la presión demográfica, la intensificación de la agricultura o la caza, los contactos entre humanos y animales son cada vez más frecuentes», explicó el profesor Maganga.
Maganga también ha demostrado la presencia de varios tipos de coronavirus en estos murciélagos, muchos de ellos cercanos a los coronavirus humanos.
Pero ello no impide a las poblaciones locales penetrar en las grutas para cazar murciélagos, o realizar cacerías de antílopes, gacelas, monos u otros animales salvajes.
«En una noche, puedo ganar lo que gano en un mes», aseguró Aristide Roux, de 43 años, habitante de un pueblo cercano, mientras muestra una gacela cazada la noche anterior.
«¿El covid? Todavía no ha llegado al pueblo», afirmó.
Para Just-Parfait Mangongwé, del centro de investigaciones de Franceville, la gente de su región «no cree» en los virus.
Por eso es importante «sensibilizar a los cazadores, que viven de la caza», afirmó el profesor Maganga.
Información por EXCELSIOR