Che Guevara: Polémica vigente*

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Rubén Rocha Moya

En octubre de 2001 Rubén Rocha Moya publicó esta entrevista, y hoy la compartimos con los lectores de Sinaloa en línea.

Aquí de nuevo conversando con Melchor Inzunza. Simplemente porque siempre lo encuentro dispuesto a abordar asuntos tabú. Temas controvertidos, espinosos, muy opinables, como este relacionado con la vida y el pensamiento del Che Guevara, un personaje de leyenda. Con tanta exhaustividad Melchor habla del Che en esta breve conversación, como Ismael Fuente lo hace de Felipe González en «El caballo cansado», todo un libro; y con una contundencia muy del estilo del autor de “La fiesta del chivo”, Mario Vargas Llosa.

La plática fue a propósito del 34 aniversario de la muerte del más notable revolucionario latinoamericano, asesinado justo el 8 de octubre de 1967.

–Y bien Melchor, si debiéramos sintetizar en unos cuantos reglones el ideario del Che, ¿tú cómo lo harías?

Bueno, maestro Rocha, el Che y su ideario son un anacronismo, al menos desde la perspectiva democrática. No encajan ni en la izquierda actual, que ya no cuestiona la propiedad privada ni el capitalismo. Nada tienen que ver con el mundo moderno y sus democracias, libres mercados, derechos humanos, tolerancia, pluralismo. Todo lo que dicen defender quienes portan en sus manifestaciones las efigies del Che y, ahora, para colmo, hasta las de Bin Laden.

-¿Cómo caracterizarlo, para decirlo al modo de antes?

Como un revolucionario, no un demócrata; su método, la lucha armada; su ideología, la ortodoxia marxista-leninista; su ideal, el comunismo totalitario; su modelo de gobierno, la “dictadura del proletariado”; su proyecto de sociedad, el que la revolución hizo de Cuba el “primer territorio libre de América” (el segundo ha de ser el de las Islas Marías, como diría Antonio Haas).

–¿Entonces tampoco compartes la solidaridad de diversos sectores de izquierda hacia Cuba, que sufre la pobreza, el bloqueo de Estados Unidos?

Ni la solidaridad de esas izquierdas hacia el régimen de Castro, ni su insolidaridad hacia las víctimas de la más longeva de las dictaduras. En cuanto a la pobreza, me late que es más bien producto de ese sistema tan inepto para proporcionar bienestar a la población como eficiente en el control policial y totalitario del Estado sobre los ciudadanos.

–Pues tú dirás misa, pero Cuba todavía goza de prestigio hasta entre los demócratas.

Sí, son tan demócratas que consideran buenas las dictaduras si son de izquierda, como la de Castro, y malas si son derecha, como fue la de Pinochet. Pero, como escribió Enrique Krauze, llegará el momento de la verdad y “de exhumar los cadáveres de verdad”, y entonces muchos descubrirán, para su vergüenza, en qué grado el régimen que apoyaron hasta la ignominia tenía las manos manchadas de sangre. Esa sangre los manchará a ellos hasta el final de sus días…

Permiso para matar

–Pero, siguiendo con el Che, parecieras sugerir que él luchó por establecer un sistema totalitario, como si esa hubiera sido su intención…

Ni más ni menos, y en Cuba fue uno de sus más destacados artífices.

–¿De un Estado totalitario?

En Cuba el Estado lo es todo; el ciudadano, nada. Allí la “dictadura del proletariado” lo primero que hizo fue proscribir el sindicalismo independiente y el derecho de huelga; fabricar una constitución que consagra el régimen de partido único y un código penal que castiga con penas severas lo tipificado de delitos graves, tales como pensar, hablar, escribir, para cuestionar el sistema y mentársela al gobierno.

–No obstante, a lo mejor coincides en que el Che era un idealista y soñaba una sociedad justa para todos…

Eso que ni qué. Un idealista íntegro, puro, y como todos los idealistas de ese tipo, fue muy capaz de matar a otros por una idea y hacerse matar por ella. El se sabía amparado por la razón de la “ideología científica” que exoneraba a los revolucionarios de toda responsabilidad. Tenían permiso de la historia para matar.

–En medio de tus severos cuestionamientos, puedes enseñarnos la contraparte, digo, no sé, lo positivo del Che.

Sus fines eran deleznables y sus medios equivocados; en cambio, su congruencia, su desinterés, su integridad, su talante antiburocrático, son admirables. El asumió el comunismo como un proyecto generoso de libertad y de justicia. Pero el ideal o sueño por el que el Che fue a combatir a Bolivia, ya se había revelado desde mucho antes como una pesadilla sangrienta. De hecho, el comunismo fue una empresa criminal: debe tantas como el nazifascismo. Ambos totalitarismos compiten, en la historia universal de la infamia, por la medalla de oro del crimen.

El odio eficaz

–El otro día un comunista de aquellos años me comentaba que el Che no era un estalinista sino que representaba el desinterés, el humanismo revolucionario dentro de la ortodoxia. ¿No lo piensas así?

Mi fe se perdió en La Habana, en las lecturas de los textos herejes y de los textos sagrados, entre otros los del propio Che. En su Mensaje a la Tricontinental, en 1967, pude enterarme del humanismo del Che. Lo cito:

“El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Así deben ser nuestros combatientes”.

No vas a negarme que estas palabras serían música celestial a los oídos de Osama Bin Laden.

–Bueno, resulta fácil decir todo eso ahora, a la distancia, como queriendo pintar raya de tu militancia en la misma ideología que profesara el guerrillero argentino, al menos, ese es el Melchor que yo conocí, o es que…

Tienes razón. Pero déjame decirte que fui en Sinaloa uno de los primeros disidentes del comunismo y mi crítica fue persistente, dentro y fuera del PCM y luego del PSUM. Y ahora me gustaría que el PRD fuese un partido anticomunista, es decir, antiautoritario, y asumiera lo mejor de la tradición liberal y lo mejor de la tradición del socialismo libertario. Pero esa es harina de otro costal.

De lo que sí me arrepiento es de haber profesado, así fuera por un tiempo más bien breve, la ideología del marxismo-leninismo, y aun no me perdono mi adhesión a un sistema cuyos dirigentes, de Lenin a Stalin, de Mao a Pol Pot, fueron asesinos en serie y en serio, matones de masas.

–Tú fuiste a Cuba al empezar los años setenta y también a Alemania ¿no?

Sí, por eso te dije hace rato que mi fe se había perdido en la Habana, y estaba muy chavo. Sería por eso muy raro que encontraras publicado escrito alguno mío a favor de la revolución cubana o de elogio al Che. Ni entonces, ni después. Quizá antes, en la prepa, no sé. Pero incluso, a mi regreso del turismo revolucionario, junto con Joel Ortega y Rubén Burgos en Alemania, me negué a dar cualquier charla sobre el paraíso socialista. No quise mentir, pero mentí por omisión, guardando prudente (eufemismo de cobardía) silencio. Tal vez por temor al ostracismo, a la estigmatización, a la condena, esas especialidades de los partidos comunistas. Yo estaba como aquel cura que habiendo dejado de creer en Dios, seguía predicando por compasión a sus feligreses. En descargo, te digo que mi voto de silencio lo rompería poco después.

–¿Dirías que tus lecturas disidentes te abrieron los ojos?

Los libros y los hechos. Los viajes y la realidad. Muchos fuimos seducidos por una ideología que se nos presentaba como un ideal generoso; unos pocos despertamos muy pronto del sueño dogmático. Dice un verso de Jaime Labastida en un poema donde se refiere precisamente al “hombre que murió en la Cañada

del Yuro”: “La realidad es impía./ A todos nos despierta”. Pero no, no a todos ha despertado. Las ideologías, las creencias no permiten que la realidad les estorbe. Son insumisas a la evidencia.

–Sin embargo, todavía está fresca en la memoria de muchos de nosotros la chemanía: unos con barba, otros simulándose fumadores de puro, otros adquirieron el asma para ser como el Che, unos más, con boina y traje verde olivo. En fin, tú mismo, ¿dónde quedó el disfraz que tanto paseaste por la plazuela Rosales? Dime pues…

En el pasado, que es la estación más propicia al olvido, como dice un verso de Borges. Pero «siempre olvido olvidar». Y ahí están los disfraces junto con las culpas que me avergüenzan hasta los pelos.

-¿Entre ellas tu admiración al Che?

Fui admirador del Che y, como te dije antes, aun me parece admirable en algún sentido, pero me resultaba, con todo, menos simpático que el propio Castro. Había más frescura en el Fidel de los primeros años de la revolución, y era más terrenalmente humano. El Che más bien era la intransigencia del dogma, la pureza del fanático, la mística del idealista, casi un santo talibán.

–Me sigues dejando confundido. ¿Por qué entonces la admiración de los jóvenes de los sesenta?

No lo sé. Es un malentendido el que la rebelión antiautoritaria del ’68 de París a México, tuviera como su figura emblemática al Che, un ideólogo del totalitarismo. Seguramente la perdurable admiración tiene que ver con el hecho de que el Che era todo lo contrario del político, demócrata o no. Decía lo que pensaba y hacía lo que decía. Luego está su desdén hacia el poder, y vaya que lo tuvo y no dudó en renunciar a él. No era un obseso del poder sino un poseído por una creencia. Y por si fuera poco, murió además como quería, con las botas puestas. Son los ingredientes del mito.

–Pero, Melchor, también muchos jóvenes de hoy admiran al Che.

Puede que sí, y no pocos admirábamos a Castro como los jóvenes rusos admiraron a Stalin y los alemanes a Hitler. Pero la generación de hoy es más lúcida y menos alucinada que la nuestra, y no se deja seducir por los mesianismos. Eso espero.

–Igualmente hay jóvenes democráticos, la generación actual que hizo perder al PRI en las urnas, ¿no crees?

De acuerdo. Sin embargo, la democracia, insulsa en comparación con las revoluciones, no inspira al joven idealista como lo hacen las acciones heroicas del revolucionario y su afán de cambiar al hombre y alcanzar la sociedad perfecta. Pero, como dice Isaiah Berlin, la búsqueda de la perfección es una fórmula de exterminio, que no mejora aun cuando sea el más sincero y puro idealista quien la elija.

La tristeza de la verdad

–Puedes ignorar tantos testimonios de la condición humana, generosa, del Che.

No, y tampoco los testimonios de gente que trató al Che, de los que incluso lo acompañaron en la aventura guerrillera de Bolivia, entre ellos el del comandante Benigno, hoy fuera de Cuba, y el de su propagandista de entonces, Regis Debray, que dan testimonio del irascible carácter del Che, su insensibilidad y crueldad en el trato con sus propios compañeros, las humillaciones que les infringía, los castigos ofensivos a la dignidad humana, sus abusos y caprichos puritanos, sus insultos mortíferos, sus vejaciones. «Ya no soporto a ese tipo. Está imposible, o se volvió loco. Nos trata como a niños mugrosos. Pídele a Fidel que me haga regresar a Cuba», me confió Pinares en voz baja, después de un altercado». Bueno, te dejo este libro Alabados sean nuestros señores, de Debray.

–Sé de diversas opiniones que se manifiestan en franco desacuerdo contigo. A propósito, Isabel Ibarra te ha acusado de «checicida».

Lo dice con humor, y bueno, me resigno. Un demócrata liberal no sólo debe aceptar las opiniones divergentes, sino admitir que quizá sean los otros, amigos o adversarios, los que tienen razón. Además, los entiendo, no es fácil admitir la verdad.

–Y menos cuando esa verdad te entristece…

Pero, como canta Serrat: «Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio».

–El mismísimo Liberato Terán disiente de ti…

Es que es un disidente. Él hizo un peregrinaje por los entonces países del “campo socialista”, y a su regreso publicó una obra de ficción, sus Pasos por el socialismo, que no es sino la transcripción de los boletines de la URSS. No vio o no quiso ver. Pero yo tengo razones para pensar que sólo se hizo como el que nada vio, luego de ver demasiado. Porque poco después de su gira por los santuarios comunistas, empezó a hablar, en corto, de los disidentes y sus razones, y fue el primero en hacerlo. Además, difundió aquí la novedad del libro de Artur London, La Confesión, una obra que por cierto leí por él. De modo que Liberato ya estaba perdiendo la fe, pero era otro cura predicando por compasión a los feligreses.

–Finalmente, Melchor, después de todo lo ocurrido, ¿crees que se deba renunciar a todo proyecto emancipador?

Sí, claro. De todo puede salvarse la gente, salvo de sus salvadores. Y hay demasiados. De nuevo Cioran: la obsesión de la salvación vuelve la vida irrespirable. Todos se esfuerzan por remediar la vida de todos. Puros metiches.

–¿En qué estarías de acuerdo entonces?

Quizá en un punto nodal de la filosofía política donde convergen Karl Popper y Berlin: lo más conveniente es trabajar en la eliminación de males concretos y no en construir un bien abstracto; no pretender instaurar la felicidad por medios políticos; lo que se puede hacer, en cada generación, es que la vida sea un poco menos terrible y un poco menos inicua; evitar costos demasiados grandes, neutralizar el recurso de la violencia, no aumentar la desdicha de la gente, escoger el mal menor, no hacer demasiado mal las cosas, evitar lo peor, razonar en función de lo posible antes que soñar a cualquier precio la sociedad. Por lo demás, en cuanto a proyectos de justicia social, me quedo con la modesta utopía de Morelos: moderar la opulencia y la indigencia. Por lo demás, un cura que aspiraba a la teocracia católica.