ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ.
Dicen que la verdad no peca, pero incomoda y que la mentira nos degenera. Pero existe entre verdad y mentira un nexo, que es ni más ni menos las formas de decirlas, es decir, entre ambas debe existir sello pedagógico y ético a la hora de expresarlas. De nada sirve rematar a alguien con el golpe de una verdad “verdadera” que lo lastime bajándole la autoestima al borde del suicidio; más aún si después decirle sus “verdades”, se le remata diciéndole pendejo.
Asimismo es una crueldad recetarle una mentira a una persona con el propósito de engañarla, fraudearla o simplemente para reírse de ella. En este sentido, la verdad y la mentira tienen efectos lapidarios; pero también tienen dones que nos ayudan vivir humanamente. Hay mentiras llenas de piedad que nos ennoblecen y verdades que nos ayudan a crecer como árboles frondosos. Pero a la hora de ponerlas en la balanza la verdad le gana con creces a la mentira. Moisés, legislador del pueblo judío, escribió sobre una piedra no mentirás para que nunca se olvidara, ante la desmemoria de los humanos.
MENTIRAS PIADOSAS Y CAJAMANES VERDADEROS.
Y aunque en la escuela, la familia y las iglesias nos enseñen a que digamos la verdad verdadera por más dura que sea; no obstante, no hay peor sujeto en el mundo que el verdadero, ese que dice la verdad, aunque con ella nos reviente el alma. Esos chicos y chicas plásticas que van con la verdad en la punta de la lengua destruyendo certidumbres, provocando dolores y haciendo trastabillar a los equivocados. Estos cruzados de la verdad olvidan que no somos sólo razón, que tenemos de sentimientos que nos hacen querer nuestras creencias, aunque estemos equivocados o nos provoquen un mal mayor al gritarnos la verdad del mal que padecemos.
Por ejemplo. Mi madre se está muriendo en un hospital y su médico de cabecera me dice en la sala de espera que le quedan solamente tres días de vida. Aparte del golpe que siento, a pesar de que ya tengo la evidencia que pronto morirá al observar todos los días la debilidad de sus signos vitales. Médico me invita a que pase a verla quizá por última vez. Cuando llego a la vera de su cama, la autora de mis días me pregunta, entre jadeos y llanto: ¿Cómo me ves? ¿Crees que me voy a aliviar? De inmediato, ahogado en lágrimas, le contesto que le quedan muchos años de vida, porque se ve rebosante de salud… Si le digo la verdad a mi madre, seguramente se me muere en ese mismo instante.
SER HUMANOS, DEMASIADO HUMANOS.
Las mentiras como las verdades requieren de una gran sabiduría a la hora de expresarse. Un sabio no solamente debe decir sus verdades para que no incomoden a un lego. Requerirá prudencia y sobre todo una buena dosis de pedagogía para mostrarle el camino que debe emprender para trascender su carencia cognitiva. Nuestras mentiras deben dirigirse a estimular los sentimientos de los que sufren -como en el caso de la madre- porque ahí no tienen cabida las verdades verdaderas.
Y si nos convertimos en pedagogos y psicólogos -con o sin título- ayudaremos a aliviar el sufrimiento innecesario que nos producen los cruzados de la verdad y el ejército de mentirosos.
LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS.
Mientras escribía estas notas no dejé de cantar Miénteme Más, una rola que fue éxito de Víctor Iturbe, El Pirulí. Y que más da, la vida es una mentira…