ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ
Burton nos ofrece una suma melancólica que podemos reducir a su vez en siete epítomes fundamentales: «Nada tan dulce como la Melancolía. Nada tan triste como la Melancolía. Nada tan acre como la
Melancolía. Nada tan maldito como la Melancolía. Nada tan cruel como la Melancolía.
Nada tan fiero como la Melancolía Nada tan divino como la Melancolía».
Estamos ante un espectro paradójico que no encuentra
solución inteligible.
Vicente F. Herrasti. Reseña de la novela El temperamento Melancólico de Jorge Volpi
Cuando la ansiedad se convierte en una inmensa boca negra que me engulle, me convierto en hiena, en león que contraataca; pero alguien desde algún lugar de mi cerebro me engaña porque sólo soy cordero que huye de su miedo. Cuando la ansiedad me atrapa entre sus garras, el tiempo se detiene y el mundo se coagula Aunque sé que todo cambia y todo fluye, yo estoy paralizado, inerme, hecho girones. Todos mis días son grises, amargos. Casi se me detiene el ritmo de corazón pues me arrebata la desazón al punto de la asfixia. Las horas son tan largas que se convierten en sogas que se me enroscan en el cuello. Y tiro al basurero la antigua frase que ostentaba con vigor y donaire: Volo ergo sum, que compartían Nietzsche, Stirner y Kierkegaard, y corro a esconderme en el famélico cogito ergo sum, de origen cartesiano.
Y para evadirme de ese monstruo me pongo a inventar arañas en el techo. Juego a la distancia con ellas. Me hablan y les hablo en un idioma extraño que habla con la lengua del vació, invento caras y máscaras que dibujo con la mente en las paredes; son caras y máscaras que se ríen de mí a borbotones. A veces puedo mandarlas a chingar a su madre con sólo dejar de mirarlas, para ser acechado de inmediato por otras que me hacen mil de roqueseñales desde el hoyo negro de donde se asoman y se esconden. Pero no, no estoy enfermo; los doctores me han dicho que estoy más fuerte que un roble, pero qué sabe ese pinche biólogo especialista en males del estómago, de lo que sufro…Tengo todas las enfermedades que en el mundo han sido y no tengo ninguna, porque estoy enfermo del alma, de esa falsa entidad que han inventado los chamanes. Por eso a veces lloro a carcajadas y otras río en silencio como un niño con juguete nuevo; adentro de mí hay un mar proceloso me ahoga, un mar que me destroza el corazón,
El cuerpo lo tengo desgüanzado, como un badajo de los timbres létricos, como dijo Manuel Bernal Santos en su Chacha Micáila. Hace presa de mí la pesadez de mis pies y mis brazos. No los puedo levantar, me derrumban, me tumban y me asusta porque siento que algo o alguien me ha arrancando mis extremidades. Estoy muerto pero estoy vivo. No soporto los discursos patrióticos de mi padre y el lenguaje melifluo de mi madre. Y menos aún los desplantes de mi hermano que, enfrente de mí, se pone hacer ejercicio sin importarle estoy desmayado, alicaído, muerto.
LA ACEDIA ME TRITURA, COMO A DURERO EN SU TIEMPO.
Cuando oigo los jadeos de mi hermana y mi cuñado en la recámara contigua, de repente me sacan fuerzas de la flaqueza y me dan ganas de hacerme justicia por mi propia mano, pero nada se me para y menos aún puedo parar mi esquelético carcaje. Me molestan mis sobrinos que, en las horas pico, gritan, chillan, brincan, corren, ríen, tumban, corretean y pasan como bólidos sobre esmirriada humanidad, pero muchos más me molestan los regodeos del perro que persigue al gato, que persigue al ratón, que persigue el queso y que a cuentagotas nos comemos en las mañanas con frijoles y tortillas a medio cocer. Yo no era así, pero no recuerdo cuándo me convertí en esta momia envuelta en esta mortaja que yace en una cama convertida en sarcófago… Cuando recupero mínimamente mis fuerzas, salgo a abrazar los colores del mundo, pero todos se vuelven grises la tocarlos y se trocan en un claroscuro que, conforme mi pila se descarga, se tiñe den negro. Y al punto de la náusea me devuelvo a mi casa y, a contrapelo, mi madre que me quiere devolver a que me pegue un baño de pueblo, y yo rendido simplemente me dejo caer en la cama, y llorando me pongo tartamudear una vieja canción que me sale y me vuelve alas entrañas: “Miro pasar la vida y sus encantos/y ya no siento ninguna ilusión/ yo sólo miro tan solo cosas/ negra es la noche de mi corazón”.
A usted amable lector que sufre también este mal del alma, seguramente muchos lo acusan de guevón, mantenido, poco hombre y seguramente, como yo, ha perdido el trabajo, a su mujer, a sus amigos y asimismo sus vecinos tienes la peor opinión de usted y, júrelo, no pocos han de gritarle mariquita sin calzones, se los quita y se los pone. Y todos estos adjetivos dichos o pensados le lastiman; pero usted y yo nada podemos hacer porque estamos rendidos, carecemos de fuerza para devolver los insultos de lesa humanidad por estar atados a nuestra endeblez mental y corporal. Seguramente por su estado asocial le han llamado acedo, que seguramente proviene de acedía, porque no le “gustan” las reuniones conspirativas donde se habla mal de la gente, también le disgustan las fiestas donde suelen regodearse las bonitas y los chulos, y menos aún disfruta de los mítines y manifestaciones que inventan nuestros caudillos por el bien de la res pública. Pero qué sabe nadie de lo que nos gusta o nos disgusta, como cantara el divo de Linares. Tal vez si nuestros críticos supieran que estamos jodidos y “agujeriados” del medio, quizá tendrían una poca de conmiseración con nosotros, los “tullidos” del alma
SEGISMUNDO FREUD NOS QUITA EL PECADO, PERO…
Por su parte Don Segismundo Freud, creador del psicoanálisis y causante de que los argentinos hayan puesto un diván en cada esquina de sus innumerables calles y callejones, también le entró a desentrañar nuestro mal en 1915. En el ensayo Duelo y Melancolía, realizó una comparación entre el duelo (el normal y el patológico) y la melancolíai. Freud señala que existen una serie de elementos comunes entre uno y otro trastorno psíquico: estado anímico doloroso, la cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad para amar y una inhibición de la productividad.
Pero la diferencia estriba en que el duelo es una reacción frente a la pérdida de un objeto amado (persona o abstracción). Esta pérdida es consciente y se requiere de trabajo y tiempo para salir de ese estado de ánimo, lo que autor denomina elaboración del duelo, incluyendo por supuesto al duelo patológico. La Melancolía, por el contrario, el sujeto reacciona frente a la pérdida del objeto de amor, real o inventado, y no se resigna porque esa manía es inconsciente. Ésta suele internalizarse en el yo hasta partirlo en dos o más pedazos. La melancolía deviene en empobrecimiento permanente del yo, cuyo síntoma es la presencia de un delirio que se expresa a través de autorreproches y rabiosas autocríticas que suelen expresarse a los demás sin el mayo recato (Duelo y Melencolía)
Hay un error en la comprensión de la comparación freudiana entre duelo y melancolía que conduce a creer que la melancolía constituye la expresión de mayor gravedad del duelo patológico. Pero más allá de eso el psicoanálisis es mucha teoría, pero la cura de la melancolía brilla por su ausencia. Y esta carencia ha hecho que la psicoanalista francesa Francoise Davoin, haya escrito Don Quijote para combatir la melancolía. Según esta propuesta el libro de Cervantes sería un efectivo antídoto contra los traumas, la depresión o la melancolía. El libro está compuesto en gran parte por las escenas de “psicoanálisis” que ocurren entre el hidalgo y su escudero Sancho Panza. La teoría central de la terapia quijotesca se apoya en la necesidad de acoger a los melancólicos en una tradición más amplia para que entiendan que no son víctimas aisladas, sino que hay una tradición histórica de gente que la ha padecido. Se cree que la padeció Cervantes y que ésta se ve reflejada en la locura de Don Quijote. No hay mayor causa de melancolía que la pereza, no hay mejor cura que ocuparse de algo. Don Quijote, pendiente del consejo de Burton, abandona el confort y sale a vivir aventuras. Para Davoin, el libro esconde otra lección en su relación con Sancho. «Uno no puede superar sus traumas solo.
LA MELANCOLÍA COMO CÁRCEL INTERIOR.
Las cárceles imaginarias de Piranesi son, según Huxley, la imagen de la bilis negra renacentista, del Weltschmerz, romántico, y del ennui, francés. En suma, serían un dibujo de la melancolía como cárcel absurda y casi vacía, en la que las escaleras, las pasarelas y los puentes no llevan a ninguna parte, donde el cielo casi no se ve, donde hay extrañas máquinas irreconocibles,
salvo acaso como instrumentos de tortura. Las Carceri nos llevan a un mundo interminable de grandes vestíbulos, habitaciones, cámaras y pasajes oscuros que no tienen ningún sentido inteligible, y en los cuales aparecen apenas esbozados unos pocos prisioneros. (Roger Bartra. Letras Libres. Enero 2014)
El cerebro de un melancólico es una cárcel donde los humores se queman y se corrompen, donde el espíritu vaga solitario bajo una oscura luz saturnina. Quien quiera explorar hoy este mundo carcelario debería ver el maravilloso video que hizo Grégoire Dupont en 2010. Observará que las cárceles que imaginó Piranesi son el inverso o el negativo de las moradas del castillo interior que exploraba santa Teresa de Jesús, que tanto sabía de melancolías. Al contrario del luminoso castillo de la santa, las cárceles de la melancolía son como un cristal negro y opaco que cubre las moradas grises, las murallas graníticas y las torres vanas que hay dentro de la cabeza del melancólico. (Ibid)
En el caso de Bartra la Melancolía no es exclusivamente de origen psíquico, como plantea Freud; sino una expresión de la cultura, y especialmente se manifiesta con mayor nitidez en determinadas culturas, según este autor. Pero sea lo que fuere, nosotros los melancólicos no tenernos cura. Se afirmó en algún lugar de este breve ensayo que la melancolía se combate usando la terapia ocupacional; pero quiénes escriben estos tratados no son melancólicos y no saben que esta bilis negra nos va quitando de a poco o de a mucho no sólo la fuerza y la voluntad para trabajar, sino para realizar cualquier actividad recreativa o adictiva. Si la melancolía no tiene cura, entonces tampoco tiene iglesia. Y quién sepa de amores que calle y comprenda/que me dejen sólo llorando en silencio/mi pena de amores. Dicho de otra forma: ¡Qué nos dejen de estar jodiendo y qué no nos encandilen con que la melancolía nos hace poetas y/o escritores?
Ah, al final una flor a para nosotros los portadores de la bilis negra, según Ferrández Méndez: “El melancólico no ha dejado de hablar nuestra misma lengua, aunque lo haga con especial soltura. La creación demiúrgica, la que surge de la nada, la verdaderamente original, debemos concedérsela al loco más genuino, a aquél que consagra su vida al delirio y que enfrenta la titánica tarea de construir todo un mundo a partir de los derrelictos de un lenguaje naufragado” (Francisco Ferrández Méndez. La melancolía, una Pasión Inútil. Hospital Psiquiátrico, Dr Villacán, Valladolid)
i A la melancolía se llama también bilis negra, tristeza, aflicción, pena, pesadumbre, pesar, nostalgia, añoranza, morriña, postración, languidez, decaimiento, entristecimiento, hipocondria, murria, añoranza, depresión, desabrimiento, morriña, nostalgia, patetismo. Aunque estos términos no significan lo mismo en las diferentes acepciones y enfoques de esta “perdida del Alma”, en el lenguaje popular se les identifica como sinónimos.