ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ
Una vez hice un trasteo hermenéutico, que parecía como buscar una aguja en un pajar, encontré a Próculo en una cantina. Estaba sentado tomándose una Pacífico y por la expresión de su cara parecía que estaba a “medios chiles”; pero sobre todo porque estaba hablando hasta por los codos con un mesero, cuando por lo general Próculo es un poco “metido pa’ dentro”, como si hablara siempre consigo mismo. Lo saludé efusivamente y me correspondió con un saludo ausente, tal vez porque le habían dicho que lo andaba buscando para hacerle unas preguntas..
Una vez pasado el pasmo y la charla sin sentido que tiene cualquier encuentro no pactado, le dije que lo andaba buscando porque quería hacerle una entrevista. Sí ya sé –me dijo. Tres o cuatro gentes me han dicho que quieres hablar conmigo. ¿Pos pa´qué soy bueno, compa? Aunque ya me imaginó… –Y se me quedó viendo ya sin ninguna pizca de ausencia. Sus ojos no eran ya los que yo le conocía… Próculo es un hombre como de 45 años, delgado de rostro malincachado, que pasó tres cuartos de su edad en un rancho de la sierra alta de Concordia. El resto los había vivido en Mazatlán y en este lapso había aprendido mecánica y había terminado la prepa estudiando por la noche, eso sí, a gritos y a sombrerazos
EN UN CAMIÓN PASAJERO.
Aproveché que fue a orinar y a su regreso me armé de valor. Sin pedirle permiso tomé una silla y me senté en su mesa, porque hasta esos momentos no había sido invitado a departir con él como Dios manda. De inmediato me pedí una Pacífico para estar a la altura de las circunstancias.
Próculo –le inquirí a su regreso, sin que se me notará la mala leche, porque además no había tal-, quiero que hablemos de tu nombre-Inmediatamente recordé que yo me llamó Elio Edgardo, y que él pudo haberme dicho y por qué no hablamos mejor del tuyo, que tampoco es un jardín de flores. Afortunadamente no ocurrió tal desaguisado.
Ah, chingá, quieres hablemos de mi nombre. Pues qué tiene mi nombre de especial para hablar de él, compa. -De inmediato le reviré, como queriendo bajar una poco la tensión para que se pusiera flojijo y coopelala- Bueno, no es precisamente de tu nombre, sino de los problemas que seguramente te causado llamarte Próculo. Y te lo quiero preguntar porque en Sonora están prohibiendo que registren a los niños con nombres como el tuyo, con el argumento de que les dan una terrible carrilla en donde se paran y donde no se paran- Me le quedé viendo de reojo, y en ese lapso recordé el día en que lo conocí en el taller. Era ya un connotado perredista.
DESOS QUE VAN PA’SONORA.
Se echó un buche de cerveza hasta la empuñadura. Luego carraspeó un poco y empezó a contarme una historia que no esperaba. -Están locos en Sonora- farfullo-. Yo llevo con mucho orgullo el nombre de mi abuelo y el de mi papa, puens también de llamaban próculos, y también el santo patrón del pueblo se llama Próculo. ¿Cuál vergüenza, pues, compa? Cuando era niño me decían de cariño proculito y cuando crecí me empezaron a llamar proculín. Y nunca nadie se burló de mí, pues. Es más, también mi hijo se llama como yo. Cuando llegué a Mazatlán, ya como señor, me empezaron a decir don Próculo, hasta ahora nadie se ha reído de mí por llamarme como me llamo, y si lo hicieran… -Y se me quedó viendo, al tiempo que también veía la cerveza, como si sus miradas fueran puñales.
Me quedé mudo, que no helado. Pero en ese momento empecé a recordar que los nombres habían pasado por tres etapas. Cuando México era inmensamente religioso, al recién parido le ponían el nombre del santo que traía el calendario el día del nacimiento, o el nombre del para o la mama que para el caso era lo mismo. Por ello tenemos un racimo nombres a los que los sonorenses les quieren dar cuello. Veamos algunos: Anastacio, Celestino, Margarito, Pitasio, Emeregildo, Archivaldo, Cándido, Primitivo, Belizario, Timoteo, Cayetano, Cástulo, Pascual, Ruperto, Anacleto, Zacarias, Casimiro, Seferino, Próspiro, Lucadio, Crisógono, Saturnino, Aucencio, Mardonio, Silvestre, Honorio, Seferino, Nabor, Darvelio, Canuto, Rodimiro, Patricio, Teofilo, Aceituno, Diodoro, Fulanito, Hurraca, Iluminada, Patrocinio, Panuncio, Petronilo, Piritipio, Pocahontas, Procopio, Própocro, Pomponio, Telésforo, Privado, Tránsito, Aniceto, Casiano, Pirinolo, Agapito y…
Cuando el fervor religioso se fue menguando y las luces de la urbanización empezaron a expandirse, estos nombres empezaron a ser cambiados por nombre todavía del calendario, pero ya combinados y con mejor estampa, como María Jesús, Mario Antonio, Ramón Alberto, Gabriel Ocatavio, Fernando Dinael, Francisco Javier, y así por el estilo. Actualmente en este mundo de la globalización los nombres de los niños pertenecen miles de lenguas y lenguajes, pero sobresalen los de origen inglés, a veces copeteados, a los que también los sonorenses les han dado cuello: All Power. Anivdelarev, Batman, Burger King, Christmas Day, Facebook, Harry Potter, Hermione, James Bond, Lady Di, Rambo, Robocop, Rocky, Rolling Stone, Terminator. Michelin, Twitter, Usnavy y Yahoo, tal vez en un alarde de nacionalismo, porque ahora esa pandemia camina estrechándose la mano con la perniciosa estatolatría.
SONORA TUS HIJOS LLORAN…
Como me había “ido”, Próculo seguramente creyó que la entrevista había terminado. Pero no, porque perro que da en comer hocicos aunque le quemen los…. Seguramente pensó que me había asustado con sus miradas apuñaladas, y que no volvería a estar de cosijoso como lo había hecho hacía unos minutos en que me metí al arcón de mis cavilaciones. Volví a la carga. Próculo –dije con cierto donaire- ¡Qué bueno que no te han molestado por llamarte Próculo, de verás qué bueno, porque nadie merece ser objeto de escarnio por un nombre que no siquiera escogió! –Al escuchar mi perorata, a Próculo un color se le iba y se le venía como si el alcohol injerido, se le cortará, se le bajara o se le subiera. Cuando me contestó un color rojo le había arropado la cara, seguramente porque lo tenía hasta la madre; tal vez por eso casí me grito en la cara:- Ya te dije que estoy orgulloso de llamarme Próculo y que nadien me ha molestado por llamarme Proculo, puens.
Había que esperar a que me bajara un poco la tensión y volví a tirarme un clavado a las entrañas de mí mismo. Como un pájaro en el aire agarré en viejo chiste que me contaba mi papá. Un Hombre llamado Juan Caca quitarse el nombre. Le insistió de mil maneras a un juez para que se lo cambiara. Fue tan insistente que un día que convenció al juez que era de justicia que le quitará el nombre que le causaba tantos dolores de cabeza. Un día por la mañana este lo citó con el acta tendida en el escritorio: Le pregunto conteniendo la molestia: ¿Cómo te llamas, le dijo. Me llamó Juan Caca, señor juez. Enseguida el enjuiciador le preguntó: Y como te quieres llamar -Se lo dijo en un tono que seguramente quería expresar te pongo el nombre que quieras en el acta y dejo de verte pinche ladilla. Como Juan Caca titubió; volvió a preguntarle bastante mosqueado, al punto de que pluma le temblaba entre los dedos-: ¡Dime con una chingada cómo quieres llamarte! Señor Juez, yo Juan Caca me quiero llamar Pedro Caca… Recordé también que un día le pregunté a mi papá por qué me había puesto Elio, pues en la escuela todos me decían la Elia, porque sólo las mujeres llevaban ese nombre. Hay mi’jito –me dijo- te puse Elio Edgardo porque tu mamá quería ponerte Eliodoro, y creo hubiera sido peor, y siguió forjando su cigarro de hoja como si nada….
NO DE HAMBRE DE PURA NECESIDAD
Cuando mi mí mismo me despertó, Próculo ya se había ido, pero este cabrón ladino me dejó ensartado con la cuenta, que sumaba la pequeña cantidad de trescientos cuarenta y cinco pesos, que no traía en la bolsa. En qué me las vi para que aceptaran mi computadora como respaldo de la deuda. Salí de la cantina con la mirada clavada en la espalda del dueño de la cantina. Cuando di vuelta para tomar la calle me acordé que había leído en un periódico algo que decía más o menos así:
“Y la que ha provocado una polémica mundial, por los efectos que ha tenido no sólo a nivel local y nacional, si no también internacional, es la entrada en vigor de la nueva Ley que en Sonora prohíbe el ponerle nombres peyorativos a los niños para evitar que sean discriminados, denigrados o en pocas palabras humillados, a través del mal afamado bullying. ¡Zaz!”
“Porque aún y cuando tenga lógica esa disposición, que empezó a regir desde el 10 del presente mes de febrero, cuya finalidad es la de evitar que los papás le pongan cada nombrecito a sus hijos, como el de ¡Calzón!, ¡Masiosare!, ¡Aguinaldo!, ¡Torcuato!, ¡Próculo! y ¡Cacerola!, entre otros, lo cierto es que ha habido toda clase de reacciones, tanto a favor, como en contra. De ese pelo.
A los días perdoné a Próculo por haber sido gandalla, porque de que ha sufrido por llamarse Próculo, ha sufrido. ¿Y usted cómo se llama?