Festival Cultural Mazatlán presentó Requiem de Fauré
Que mejor momento para escuchar la música de difuntos que el día de muertos.
Seguramente los fantasmas que habitan el teatro Angela Peralta, lo gozaron- aunque sus aplausos se perdieran en ese vacío extraterrenal- al igual que el público que aprovechó esta oportunidad, para deleitarse con el Requiem de Von Gabriel Fauré, dentro del marco de festividades del Festival Cultural Mazatlán.
Nos llamó la atención que el auditorio ya no lo componen en su mayoría personas adultas, también van jóvenes, y aunque sean estudiantes de la escuela de música del Centro Municipal de las Artes, nos demuestran que el gusto no sólo se tiene en la clase sino también en el área donde se explota el talento: el escenario.
Y es lo que vimos y vivimos anoche, departiendo con nuestros elucubrados seres imaginarios extasiados en el deleite de su serenata interpretada por la fusión de los coros del CMA, Angela Peralta y de Mazatlán, bajo la batuta de Percival Álvarez, que dirigió la Camerata compuesta por 26 músicos, todos vestidos igualitos, del mismo color: de negro. Claro, las mujeres con su vestido de gala, tanto músicos como cantantes y los varones, de “smoking”.
Fueron puntuales, el aviso era que a las 6 de la tarde se cerraban las puertas de la entrada principal para comenzar el evento y así ocurrió.
Los que llegan retrasados se van a los balcones para no interrumpir con su impuntualidad el gozo de los que sí llegaron a tiempo, de acuerdo a los cánones de respeto.
También hay que advertir, ya son más nacionales- mazatlecos o visitantes de la región- los que se avizoran como espectadores; ya no es mayor la afluencia americana a este tipo de eventos. A los nuestros parece que les empieza a gustar la cosa y asisten más al teatro. Ya no estamos en aquellos ayeres cuando todo mundo tenía que entrar con saco, corbata, pantalón sastre y zapatos charoleados, si no… No franqueaban la entrada. Así eran las reglas impuestas por quienes administraban el Angela Peralta.
Hoy las cosas son diferentes, pueden entrar en camisas de manga y huaraches, si quiere. Dicen que fueron los gringos quienes cambiaron las cosas. No lo dudo, ya ve como se las acostumbran los vecinos del norte
Y eso ocurrió porque eran los más consuetudinarios asistentes al lugar y ni modo de no dejarlos pasar aunque no llevaran la vestimenta de etiqueta como otros engominados locales; aquellos sí compraban boletos, no esperaban que se los regalaran, digo, como otros.
Pero entrando en detalles, el Réquiem en Re menor, Op. 48 de Gabriel Fauré, es una de las más populares misas de réquiem y una de las más hermosas, interpretada habitualmente por coro y orquesta. Fue escrita entre 1886 y 1888, e interpretada por primera vez en la iglesia de la Madeleine a comienzos de 1888 en unos servicios fúnebres. Notablemente innovadora, al escribirla, Fauré desaparece pues el apocalíptico horror de la ira de Dios, y hay por el contrario una serena y definitiva visión confortable del cielo. Fauré escribió sobre su réquiem: «Se ha dicho que mi réquiem no expresa el miedo a la muerte y ha habido quien lo ha llamado un arrullo de la muerte. Pues bien, es que así es como veo yo la muerte: como una feliz liberación, una aspiración a una felicidad superior, antes que una penosa experiencia. Determinados disgustos personales pudieron influir en la composición, pues el inicio de su composición se produjo tras la muerte de su padre, y antes de terminarla su madre también murió. El Réquiem puede ser visto así como una expresión de la tragedia personal de Fauré escrita tras la muerte de sus padres. No obstante, se suele indicar que Fauré dijo que su Réquiem fue compuesto «por la alegría por ello», aunque pudiera no haber sido sincero al decirlo.
La obra de Fauré fue interpretada en 1924 en su propio funeral.