Melchor Inzunza
Ahí les va el nuevo corrido que es la historia de un amigo que nació con mala estrella.
Anda muy enamorado pero mal correspondido, pos’ nació con mala estrella…
(El mala estrella, de José Alfredo Jiménez)
¿Crees en la suerte, buena o mala?, le pregunté un día a un amigo. No, es una superstición –respondió–. No soy de los que prefieren decir 12 más 1, para no pronunciar el número de mal fario, o de los que traen una pata de conejo para la buena suerte.
Pero, aquí entre nos –añadió– a veces toco madera, evito pasar debajo de una escalera, quizás no me casaría o embarcaría un martes 13, y no me reiría si la novia vestida de tal se niegue a ser vista por el novio antes de verse ante el altar. Y, por racional que me considere, más de una vez habré dicho que fulano esta “salado”.
Otros, sin darle más vueltas al asunto, no dudan en afirmar: hay tipos con mala suerte, eso que ni qué. Algunos la traen consigo, pues nacieron con mala estrella, y otros sólo la llevan a los demás. La “sal” le cae incluso al más listo y sobre todo al que se pasa de serlo.
También hay quienes de plano se niegan a creer tal cosa. El general Obregón, según la anécdota, ofreció una explicación mediadora: la mala suerte sí existe, pero Dios la reparte sólo entre los pendejos.
El malasuerte
En Guasave conocí a un personaje cuyo nombre era Roberto, y su apodo precisamente “El malasuerte”. Lo que se dice un tipazo: imitador de cuanto artista de moda había en los sesenta, bailarín estrella de todas las fiestas de los barrios, participante infaltable de los programas de aficionados del Cine Popular, frecuente huésped de la barandilla municipal, trabajador infrecuente de todos los oficios. Un digno miembro de La aristocracia del barrio de Serrat.
Era, además, un excelente conversador y no había idea segura que su indudable inteligencia no pusiera en duda. No tenía la cultura de los libros pero aprendió las letras de la vida. Solo tuvo la mala suerte de tener mala suerte, y casi todo lo que quiso hacer bien le salió mal.
Sin embargo, no era contagiosa su desventura, sino su buen humor. Por extraño que parezca, andaba siempre con una cara de loco feliz. Pero, como la
de los piratas de Serrat, no hay historia de mala suerte que tenga un final feliz, y una tarde lo mataron.
¿Mera coincidencia?
Gabriel García Márquez asegura que no sólo algunas personas, sino también ciertos objetos tienen “pava” (mala suerte que se tiene o se contagia), y por eso no usa ni pulsera, ni cadena, ni anillo de oro. Existe, dice, una relación entre el mal gusto y la mala suerte, y ésta la padecen casi siempre personas de gusto rebuscado.
Ya me siento contagiado de estas creencias, y estoy por decir que no debo hablar demasiado del tema. Trae mala suerte.
Sólo añadiré algo más. O, por si acaso, mejor dejaré que lo haga por mi Fernando Díaz Plaja. El historiador y escritor de Barcelona, que refiere la historia de un periodista que en los años treinta era conocido por su maligna personalidad.
Dice:
Una gran cantidad de desgracias le “colgaban” al pobre hombre, Entre ellas, destaco la que le culpó del incendio del Teatro Novedades, con su larga secuela de victimas. Esta vez el interfecto que había acogido hasta entonces con cierta resignación su fama, no pudo evitar reaccionar al saber que incluso Jacinto Benavente comentara el hecho.
Entonces escribió una carta en la que le decía que parecía mas o menos natural que la gente ignorante hablase de aquella manera, pero que un escritor insigne, Premio Nobel de Literatura, creyese también que había una relación entre su paso frente al teatro y el incendio que poco después lo destruyó… era el colmo.
Y Don Jacinto dicen que le contesto con su letra pequeña e inclinada: “Querido amigo, quizá tenga usted razón, pero reconozca que fue mucha coincidencia”.
¿Otra Casualidad?
Meses después, sobrevino la Guerra Civil y España se dividió físicamente en dos grandes zonas. Dice Diaz-Plaja que cuando algunos partidarios de Franco, huidos de Madrid, se encontraron en Burgos, preguntaron ansiosamente por que bando se había decidido el periodista aquel.
–Por la República –contestó alguien–. Esta en Madrid colaborando intensamente.
La satisfacción les desbordó:
– ¡Viva! ¡Viva! ¡Ya han perdido la guerra!
Y la perdieron efectivamente. Podría tratarse de otra coincidencia, claro, pero como decía Benavente: “fue mucha coincidencia”.