Miguel Ángel Ramírez Jardines
Don Rosalío es un excelente pintor. En la oficina donde recibe visitantes o pacientes, tiene a la vista dos cuadros que no le piden nada a los mejores pintores famosos. Es, además, un excelente químico, de espíritu científico y convencido de que sus acciones a favor de la salud, deben ser puestas al servicio de los más necesitados. Hace años fue boticario y trabajó en un laboratorio cuya sede está en Los Ángeles, California. Pero su experiencia como químico data de mucho más tiempo atrás.
En una ocasión percibió en la frente de su hija pequeña unas manchas como ronchas rojas y, preocupado, visitó varios médicos dermatólogos que la veían y le mandaban a hacer estudios, y la veían y con aire docto siempre emitían la misma respuesta: “es una enfermedad incurable”. La psoriasis se ha considerado siempre por la ciencia médica convencional como una enfermedad que no tiene cura por ser “autoinmune”. Ante la misma cantaleta de esos doctores alópatas, en Rosalío se incubó un gran coraje. ¿Cómo era posible que los médicos repitieran como disco rayado lo que se ha dicho siempre, en lugar de indagar y experimentar con diferentes fórmulas científicas para enfrentar la enfermedad?
Rosalío puso manos a la obra. Su experiencia como químico y su afán de demostrar que cuando se quiere se busca, y al buscar se tienen mayores posibilidades de encontrar, le hicieron encontrar una fórmula que al aplicársela a su hija, encontró resultados totalmente efectivos, erradicando para siempre del cuerpecito de su pequeña esa supuesta “enfermedad incurable”.
Desde entonces ha curado a personas que viven dentro y fuera de nuestro país. Sus productos, que ha bautizado genéricamente como “Productos del Abuelo” han evidenciado que sí se puede encontrar cura para muchos males. Él está curando la psoriasis y otros males como el “mal de San Vito”, o “jiricua” como se conoce popularmente.
Sus descubrimientos y fórmulas medicinales sin embargo, continúan silenciadas por el sistema de salud de Sinaloa y del país. ¿Por qué las autoridades administrativas y académicas del sistema de salud no han volteado ni siquiera a preguntar cómo opera este producto?, ¿qué pasa por la cabeza de estas personalidades que cuando se encuentran soluciones a los problemas de salud en muchas áreas, no quieren saber nada de ellas?, ¿son tan fuertes las creencias obstaculizadoras en los responsables de dirigir las instituciones de salud para abrir la mente a la posibilidad de que muchas enfermedades antes incurables, pueden curarse hoy, y no precisamente con las formulas acartonadas de la medicina alópata convencional?
¿Por qué los jóvenes que están egresando de las escuelas de medicina y sus asesores no buscan investigar sobre este tipo de alternativas que están poniendo en ridículo los “protocolos” de atención sacados, en buena medida, de los libracos que editan los grandes laboratorios, donde dictan la verdad sobre cada enfermedad, sus síntomas, sus tiempos, las dosis a administrar por parte de los médicos y ya? Pareciera como si solo fuera cosa de hacer uso de la memoria para diagnosticar y administrar fármacos a partir de las verdades absolutas de las sociedades médicas que dominan el panorama de salud internacional.
Es, sin lugar a dudas, un asunto de intereses económicos de los grandes laboratorios transnacionales que no les conviene que se descubran curas a las enfermedades “oficialmente reconocidas” debido precisamente a las infinitas cantidades de dinero que acumulan con ellas.
Tómese esto para tal enfermedad, pero como le va a destruir la flora del estómago y los intestinos, tómese este otro medicamento, si no le hace efecto entonces tómese este otro. Si le duele tal órgano, entonces tómese estas tabletas, estas píldoras y métase diez inyecciones de tal producto, y si no se alivia, entonces le buscamos por otro lado. Si usted fue a una clínica particular le dirán: Páguele a la señorita de recepción, y luego: “el que sigue…”, y si está en una institución pública, le dirán: “véngase dentro de 3 meses para ver cómo sigue” y no, no necesita incapacidad.
Como sea, Don Rosalío, ha sido el estudioso de la enfermedad, el investigador de la cura, el médico que sabe escuchar a los pacientes y quien produce artesanalmente los medicamentos; el que prescribe de acuerdo a las características de cada paciente las dosis que se requieren y los cuidados que hay que tener al aplicar los remedios, por lo que siempre prefiere ver y platicar directamente con el paciente. Pero, además, es quien hace propaganda a sus propios remedios y difunde a través de los pacientes que ha curado (que se pasan la voz) y de la frase que escribió en su modesto automóvil rojo: “La psoriasis ya se cura”, acompañada de su teléfono de casa: 9826528.
Mientras tanto, las cosas siguen igual en el sistema de salud pública y privada. La enfermedad se ha convertido desde hace mucho tiempo en un gran negocio. Y cuando bajan las ganancias, muy fácil: hay que inventar nuevas enfermedades, asustar a la gente con el petate del muerto (cualquier semejanza con el “Ébola” es pura coincidencia) y vender y vender los productos que “ataquen” o “prevengan” esos nuevos flagelos que azotan a la humanidad, propios de la globalización que entre otros rasgos significa imposición de modelos económicos venidos desde los centros de poder mundial.