La noche más negra

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Aún me quedan ingratos recuerdos de ese funesto momento.

Fue la vez del trágico trenazo en la Santa Rosa.

La vez que un camión urbano con medio centenar de personas fue embestido por el tren de carga que hacía su ruta rumbo al norte. Fue precisamente en el cruce de la avenida Santa Rosa cuando el pasajero se enfilaba con rumbo al infonavit Jabalies, al que nunca llegó.

Imposible de olvidar esa noche, sobre todo porque fui parte de quienes de una manera u otra ayudaron a socorrer a los familiares de quienes perdieron un ser querido en aquella fatídica noche del 30 de mayo de 1996.

Hace 19 años y aún me acuerdo.

Eran antes de las 10 de la noche, jugábamos un partido de futbol en la cancha del Infonavit Jabalies cuando empezamos a escuchar el ulular de sirenas.

No sabíamos, ni mucho menos imaginamos que ocurría.

Tampoco escuchamos cosas que nos pusiera a pensar en alguna consecuencia funesta.

Sin embargo, ni tardos ni perezosos nos aprontamos a las vías del tren donde nos dijeron habían arrollado un camión de pasajeros. De inmediato nos apersonamos en el lugar de los hechos y al llegar lo primero que observamos fue un desorden general; la gente corría por todos lados. Los rostros de angustia, los gritos de dolor, todo se confundía y hacía que la tragedia se tornara aún más sombría. Sí es que así puedo decirle.

En el crucero del ferrocarril donde hasta entonces no existía nada que pusiera sobre aviso a los automovilistas sobre la cercanía del “caballo de hierro”, se nos presentó un cuadro dantesco:

Los ayes de dolor fueron el primer impacto que nos causó un sobrecogimiento irracional.

A donde volteábamos observamos hierros retorcidos; restos de cuerpos humanos a ambos lados de la vía y los socorristas corriendo por todos lados.

Algunos gritaban con la congoja atisbando su semblante, “aquí… por aquí está un cuerpo” y así, mientras que uno a uno recogían los cuerpos de 33 seres humanos, de hombres, mujeres, jóvenes… niños que esa noche tomaron el camión urbano que los llevó al infinito.

Pagaron su boleto para irse a descansar… quizá antes de tiempo, aunque hay quienes dicen que el destino es así… que la raya es la raya. Yo digo, ni madres, así no debe ser.

Tres de mis vecinos del andador Rafael Reyes Nájera, en el Infonavit Jabalies, perdieron a sus madres. Ellos aún estaban chicos, eran menores de edad. Claro que tengo que decir que fue desgarrador el momento cuando el mayor de ellos tuvo que acudir a la cancha German Evers, -que se convirtió en el depositario de los cuerpos-  a identificar el cadaver de su progenitora. Las palabras suenan huecas cuando se trata de describir un cuadro de esa naturaleza.

Hubo otros que quedaron heridos, como mi amigo Manuel Meza, el “Manolìn” que a veces, cuando le preguntaba sobre el fatal accidente, mejor hacía un mutis y optaba por cambiar la charla. Valores entendidos.

Hoy al paso de los años muchas cosas siguen pendientes.

Dijeron que se construiría un puente. Nunca se hizo porque la administración de ferrocarriles nacionales no autorizó.

La Alianza de camioneros urbanos -un camión de su organización fue el que originó el fatal desenlace- entonces prometió que los choferes ya no andarían a exceso de velocidad; no traerían a todo volumen el estéreo; que serían más amables con los usuarios; que no traerían los vidrios polarizados… En fin una serie de promesas que, cabe decir, al principio cumplieron al pie de la letra.

Pero como todo.

El olvido les llegó y hoy andan en las mismas.

Las familias de aquel lamentable suceso lo siguen recordando.

Los amigos también.

Desde aquí un póstumo homenaje a todos aquellos que esa noche aciaga partieron a otro umbral.