LA ENVIDIA Y LOS CELOS: OCÉANOS DE CIANURO.

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ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ.

La envidia y los celos son dos males inmolan al alma. El escritor Enrique Serna declaró a la envidia como pecado capital. En esta clasificación por supuesto que caben los celos que son, por lo general, la cara inversa de la envidia; por lo tanto esta acritud sería también en esa clasificación un pecado venial. (Enrique Serna. Letras libres. 02: 12:2014).

La envidia es un jugo negro que expele el hígado cuando deseamos fervientemente algún bien que alguien tiene o puede tenerlo en vez de quien desea poseerlo. La envidia nos produce un sentimiento de miedo<>rabia frente a quien tiene o puede tener el bien que otros anhelan hasta el insomnio.

Los celos contienen por su parte un ácido que secreta el estómago cuando apodera de nosotros el pánico por la posibilidad perder un bien propio. Este sentimiento nos produce una sensación de invalidez<> furia frente ante supuestos o reales rivales.

 

DOS ASPECTOS GENERAN AQUELLOS AGRIOS SENTIMIENTOS:

1.- Es como humanos todos queremos lo mismo y nos vemos obligados a competir con otros en el mercado de los intereses, entendiendo interés aquello que apetecen dos o más personas, que en un momento dado pueden ser legión. Estamos sujetos a manotear y patalear en el mercado de los bienes para preservarlos y extenderlos.

2.- Y cada una de las personas compiten furibundamente por preservar y ensayar los bienes que desean, porque a quien amamos más, hasta el estremecimiento, es a nosotros mismos. De ahí el dicho siguiente: de que se chingue mi abuela a que me chingue yo, mejor que se chingue mi abuela.

La envidia y los celos nos muerden, nos arañan y nos arrastran a conseguir los que queremos o a mantener lo que tenemos, o darnos por vencidos de antemano ante el temor de fracasar ante nuestros reales o supuestos competidores. No hay más dolor profundo en este mundo que saberse perdedor real o supuesto en ese jabonoso parián donde el que no cae resbala.

LAS LEYES DEL QUERER

Los estados han creado leyes que regulan hasta donde pueden para ordenar este manoteo. La otra muralla de contención la ha creado la civilización: el de que nos desfiguremos ante esta puja es la hipocresía: sonreímos cuando debemos estar llorando, y soportamos un saludo conteniendo un madrazo a nuestro competidor. Pero por dentro de nosotros algo nos carcome…

Pero eso pasa con todos los bienes habidos y por haber; excepto con un bien quisquilloso que está regido por las leyes del querer: me refiero al mercado de las piernas y otros adminículos. En las sociedades modernas, con sus asegunes, las mujeres y los hombres deciden libérrimamente con quien vivir, en qué condición vivir y hasta dónde.

El problema es que esta decisión por lo general está fuera de los cálculos económico y político como antaño, aunque no pocas veces influyan poderosamente. Pero esta decisión los

hombres y mujeres no es estrictamente racional, aunque sea libérrima: porque ese lance está mediado por el amor, y el amor es un demonio, como nos lo han dicho los novelistas.

 

EN EL PARIÁN DEL AMOR Y LA INCERTIDUMBRE.

En esa plaza de los sentidos y los sentimientos, es el deseo que alumbra ansias de comunión y que a veces crea un espejismo donde el sexo, el erotismo y el amor parecer ser una y la misma cosa. Pero cualquiera que sea la estación dónde se sitúe la urgencia de la cópula , siempre nos apremia a buscar y a encontrar el oscuro objeto deseo.

Pero más allá de esta reflexión, el deseo dispara la pasión que suele convertirnos en perros de presa ante el peligro de perder o que nos birlen a la persona amada. Quién no a sentido asfixiarse ante un arranque de celos y quien no ha matado a su rival en amores, al menos simbólicamente.

Quién de nosotros no ha bebido la cicuta de la envidia ante algún sujeto que nos ganó en el parián de las piernas a la persona amada. Las invectivas de enamorado despechado suelen ir también muy lejos: desde convertir a la persona amada en simple prostituta, hasta vociferamentar que su el rival que se sacó la rifa del tigre, es un pendejo que no la merece y cosas peores.

¿Quién no ha sufrido estos amargos dolores? Vale decir que estos amargos dolores son humanos, demasiado humanos. La envidia y los celos nos causan más estragos que pasan 10 días sin comer, con eso les digo todo, que es poco.