Un delincuente que hace más de cien años
Enfrentó al gobierno, pasó de ser “el santo de
los bandidos” a objeto de veneración general
La capilla de Jesús Malverde en Culiacán se ha convertido en un centro de intenso peregrinaje que primero identificaba a sus feligreses con el narcotráfico y la delincuencia en general, pero que ahora se ha extendido a familias que acuden desesperadas por un milagro en materia de salud, pero sobre todo de soluciones legales.
A la capilla van llegando con cierto resquemor, pero no tarda la gente en manifestar su necesidad de apoyo, su fe en que el santo de los bandidos los habrá de socorrer, como socorrió a los que dejaron placas en agradecimiento a “favores recibidos”, o alguna más explícita, como la que muestra la imagen de un tráiler y el agradecimiento por la ayuda “en ese viaje y otros favores recibidos”.
Según la leyenda, Jesús Malverde era un bandido que a principios del siglo XX traía vueltos locos a los gobernantes, encabezados por el general porfirista Francisco Cañedo, cuyas tropas finalmente consiguieron matarlo en el año de 1909. Se dio la orden de que nadie levantara el cadáver, ni lo enterraran, para que quedara como escarmiento. Dice la conseja que la gente, agradecida de los apoyos que les dio Malverde, empezó a arrojar piedras sobre el cuerpo, hasta formar un túmulo que lo protegió de la rapiña de los animales y de la exposición pública.
Ese túmulo permaneció intocado, dando lugar a la leyenda del espíritu de Malverde, que aparecía para ayudar a quien estuviera en conflicto con las autoridades. Ahí estuvo hasta que a finales de los setentas, el gobernador Alfonso Genaro Calderón construyó el impresionante palacio de gobierno. La tumba de Malverde quedó muy a la vista y para evitar la relación con el santo de los bandidos, se negoció y se movió a su sitio actual, a unos doscientos metros de distancia. Se construyó una especie de capilla para convencer al “capellán” Eligio González, un guitarrero que se especializó en las mañanitas al supuesto santo, que había construido una choza sobre las piedras.
Hoy se entra a la capilla y uno de los cuidadores entrega un sobre para dejar el donativo voluntario en alguna de las urnas. Simultáneamente, el músico oficial ofrece “unas mañanitas a Malverde, viejón” y si le aceptan, corre por el acordeón y por el guitarrero. Pero no son los únicos. En el transcurso del día llegan grupos musicales, solistas, tríos, que van y cantan por encargo o por voluntad propia, como una manda o para pedir suerte en la carrera artística.
En el lugar hay todo tipo de recuerdos para comprar: desde escapularios hasta bustos de gran tamaño, pasando por calcomanías, cachuchas (unas con la efigie de Malverde, otras con la hoja de mariguana y hasta con el sello oficial, como se supone que serían las del gobierno (policía); tazas estampadas, placas de auto; se contrata la elaboración y la colocación de placas de agradecimiento, a manera de los ex votos religiosos; se negocia algún pequeño altar y con suerte se consigue apalabrar un rato de soledad en el altar principal.
A pesar de la fama que el lugar tiene, de ser sitio de peregrinaje también para los toros pesados, el acordeonista dice que no, que nunca ha visto ahí a ninguno de los pesados, “gracias a dios”.
A pesar de ello, a partir de la fuga del Chapo Guzmán son muchos los reporteros que han acudido a la capilla para buscar algún indicio de que el Chapo o su gente hubiesen dejado alguna muestra de agradecimiento. Todos se han regresado con las manos vacías, hasta el momento.
Es aquí donde se desarrolla uno de los capítulos de La reina del sur, novela del español Arturo Pérez Reverte, convertida después en serie de televisión (con gran éxito internacional) y en tema de un corrido grabado por Los tigres del norte.
Ya no es sólo el culto en Culiacán. Hay capillas de Malverde en Tamaulipas (otro estado flagelado por el narco), en el DF y en Los Ángeles. Llegan familias de todos lados, con todo y los niños más pequeños, compran unas veladoras o las llevan ya dispuestas y se las encienden en los altares, o en las mesas colocadas especialmente.
Los bustos de Malverde cuestan entre doscientos y mil quinientos pesos, según el tamaño. Todos son de elaboración rústica, en yeso pintado burdamente, pero ello no impide el culto al personaje.
En un programa de televisión estadunidense, Juan Sigfrido Millán Lizárraga, todavía en funciones de gobernador, revela que fue él quien le aconsejó a Eligio, el capellán, que creara una imagen para Malverde, de modo que la clientela le fuese más devota y productiva. El problema era cómo caracterizarlo, si no se tenía una sola referencia gráfica. “es muy fácil, que te hagan algo con cierto parecido a Pedro Infante, y así tienes garantizado el éxito”.