Luis Antonio Martínez Peña
Corría el año de 1970, y tenía 10 años, cuando en las estaciones de radio se empezó a escuchar el corrido de Manuel Salas:
“él andaba disfrutando las fiestas de carnaval, también le andaba tocando una banda regional.”
La muerte de Manuel Osuna Magaña mejor conocido como “Manuel Salas” ocurrió el martes 10 de febrero cuando recién iniciaba el día.
Esa madrugada Manuel fue balaceado y su cuerpo quedó en el paseo Claussen en la Bahía de Puerto Viejo. El corrido y los hechos los recuerdo, porque son de esas cosas que se comentaban en voz baja en las pláticas de los adultos. Se hablaba de pistoleros y de negocios ilícitos de cultivo y trasiego de mariguana y opio.
Pronto en el lenguaje popular las palabras “moteros” y “gomeros” sirvieron para referirse a la especialización en que habían caído hombres del campo sinaloense y a las actividades que generarían riqueza, si no fácil y legal, al menos atractiva para salir de los apuros económicos en una época en qué las crisis empezaban a mostrar su rostro recurrente. El asesinato de Manuel Salas nunca fue esclarecido, porque cómo dice su corrido nadie supo por qué lo mataron siendo tan buen amigo.
Un referente más antiguo de violencia en fechas de Carnaval fue el asesinato del gobernador el Coronel Rodolfo T. Loaiza, atribuido materialmente a Rodolfo Valdés alias “el Gitano”. Aquello fue en el año de 1944 y en el marco de otro tipo de acontecimientos y de la lucha regional por el poder político local. El asesinato de Loaiza fue en el baile de coronación de la reina del carnaval Lucila Medrano, en el Patio Andaluz del Hotel Belmar en el paseo de Olas Altas. El asesino fue aprehendido y recluido en un penal federal de la ciudad de México. Los nombres de Loaiza y del Gitano quedaron grabados en la historia de los carnavales mazatlecos y ocupa muchas páginas en los libros de historia y de reportajes periodísticos.
Años después, y en el marco del enfrentamiento entre el cartel de Tijuana de los hermanos Arellano Félix y del llamado cartel de Sinaloa encabezado por Ismael Zambada y Joaquín Guzmán Loera, Mazatlán y su fiesta volvió a mancharse de sangre. Una mañana del domingo de carnaval, 10 de febrero de 2002, en las calles de la Zona Dorada, en el corazón de la zona turística de Mazatlán.
Inicialmente, los abatidos fueron identificados con credenciales ¿apócrifas o verdaderas? de distintas corporaciones policiacas y de persecución del delito. Los muertos, eran según las credenciales de la Procuraduría General de la Republica, Jorge Pérez López y Héctor Solórzano; y una credencial de la policía ministerial del vecino estado de Sonora se atribuía al agente Ángel Antonio Arias. Por ese día así quedaron las cosas. La versión oficial de los hechos se perfilaba como “víctimas de un enfrentamiento entre bandas rivales de narcotraficantes”. Los cuerpos fueron levantados por la funeraria de guardia, en este caso la Calderón.
El lunes 11 de febrero a las puertas de la funeraria llegó un sujeto que dijo llamarse Celestino López y se presentó como familiar de Jorge Pérez López y sin mediar más trámite, se llevó el cuerpo de Jorge Pérez López presunto agente de la PGR.
Días después tronó la bomba mediática a nivel internacional; y el cadáver reclamado era nada menos que de Ramón Arellano Félix, jefe del cartel de Tijuana y uno de los delincuentes más buscados por el gobierno americano. Así fue como los mazatlecos supimos del hecho y dio motivos a que se ensombreciera con la duda. Después se supo que Ramón Arellano Félix y su grupo de sicarios se encontraban en Mazatlán para tender una celada y asesinar a su rival el capo Ismael Zambada García (a) El Mayo.
En ambos lados de la frontera los gobiernos de México y de Estados Unidos dieron a conocer el hecho y se vinculó a la actuación de policías sinaloenses y pistoleros del Mayo Zambada con la ejecución de Arellano Félix y sus hombres. Junto a Ramón Arellano murió Héctor Solórzano un nombre falso de Efraín Quintero Carrizosa, sicario al que se le atribuía la masacre del día de San Valentín del 2001 en el poblado del Limoncito de Alayá en el municipio de Cosalá, cuando su comando dio muerte a 12 campesinos del lugar al no poder encontrar a Javier Torres (a) el “JT” personaje ligado al cartel del Mayo Zambada, Un acontecimiento sangriento donde las víctimas eran las propias comunidades con algún vínculo a cualquiera de los carteles de la droga. Por la importancia de los sujetos abatidos y los hechos que se les atribuían era imposible dejar de lado la suspicacia hacia el papel que jugaron las autoridades locales ante aquella omisión con olor a complicidad y corrupción.
En Sinaloa las autoridades municipales y estatales del momento evadieron el hecho, no quitaron el dedo del renglón al sostener el móvil de “enfrentamiento entre bandas de delincuentes” y se dieron prisa en señalar que el Carnaval de Mazatlán tenía saldo blanco al no darse el hecho sangriento en la zona carnavalera. Eufemismos y evasión a la responsabilidad acompañan a ésta historia.
Cuando el presidente Felipe Calderón asumió el poder en 2006 fue declarado su combate a la delincuencia organizada y la guerra a las bandas de traficantes, pronto todo el país se vio envuelto en una vertiginosa espiral de violencia. Bandas de criminales, secuestradores, extorsionadores y traficantes de drogas, tratantes de blancas y de migrantes mostraron su temible faz e hizo que la sociedad mexicana se volviera temerosa y ¡cómo no! si era víctima directa de las bandas de delincuentes o victima colateral de las balas de las corporaciones civiles y militares del Estado. En 2010 miles de mazatlecos y turistas disfrutábamos el desfile vespertino del martes de carnaval, el 16 de febrero de 2010, Escuchamos un rumor desatado en la calle Río San Lorenzo a un costado del Casino Caliente de Mazatlán y a unos metros del malecón. El rumor tomó fuerza y provocó una ola de pánico y estampida. El origen del ruido que provocó el rumor no fue un balazo. Un par de sujetos forcejeaban y uno de ellos arrojó una piedra que se estrelló contra una cortina de fierro; una mujer gritó ¡balazos! y se desencadenó la histeria colectiva, provocando que las mismas autoridades encabezadas por el presidente municipal abandonaran la plataforma desde la cual presenciaban el desfile de carnaval en la Avenida del Mar. Los rumores se desataron y se aseguraba que el mismo rey de la Alegría, Tomás Antonio “El Centenario” había sido víctima de las balas. El tema del caos carnavalero fue percibido y tratado durante horas a través de noticieros radiofónicos y televisivos sobre la base de rumores, hasta que las cosas fueron retomando su curso al paso de las horas la verdad se supo y la fiesta de Carnaval tuvo continuidad esa noche en Olas Altas.
Al otro día, las autoridades municipales no tenían versión oficial de los hechos y Jorge Abel López Sánchez, presidente municipal, y José Luis Franco Rodríguez, director del Instituto de Cultura y Servicios Turísticos de Mazatlán, instancia encargada de organizar y administrar la fiesta de los mazatlecos, dieron a conocer cifras triunfales acerca de afluencia y las ganancias. Sin embargo, no hubo ninguna explicación racional acerca de éste vergonzoso acontecimiento dónde hubo personas golpeadas por el tropel, desmayadas por el miedo, niños momentáneamente perdidos y abandono de pertenencias, sillas, hieleras, chamarras, teléfonos celulares y las bandejas de ceviche.
Al año siguiente “El Gobierno del Cambio” de Mario López Valdés en el estado de Sinaloa y de Alejandro Higuera Osuna en la presidencia municipal de Mazatlán se aprestaron a organizar el carnaval de 2011, el lema de la fiesta fue “El retorno de las musas” el gobierno anterior había sido priista y el de 2011 era panista en el municipio. Así que el lema del carnaval no podía disociarse del hecho político y de la alternancia en el poder. Pero el gobierno del cambio se esmeraba por dar una imagen de seguridad diferente al gobierno anterior de corte priista en ambos niveles. Para seguridad se anunciaron operativos de carnaval con la coordinación de todas las corporaciones estatales y federales que impedirían a toda costa las estampidas del año anterior y los hechos violentos en la zona carnavalera.
Pero esta ocasión los acontecimientos tuvieron un rostro sangriento y cruel. En la avenida del Mar operaba una discoteca que se caracterizaba por presentar espectáculos con los cantantes de moda en el ámbito grupero e intérpretes en boga de los narco corridos. La noche del martes 8 de marzo del 2011, martes de carnaval, se presentó el cantante Gerardo Ortiz cantando sus corridos de apología a la vida y obras de los narcos, lo acompañaba un grupo musical con uniforme de camuflaje tipo militar y parches con dibujos de fusiles AK 47 y bordada en la espalda de las chaquetas la palabra ANTRAX. El lugar lucía repleto de por una multitud de jóvenes que cantaba y bailaba los narco corridos.
Esa noche la presentación de Ortiz culminó exitosamente y la fiesta se trasladó al estacionamiento de la discoteca, ubicado en la planta baja y cercado por la maleza de la laguna del Camarón. Se había hecho costumbre que grupos de personas al final del horario de la disco se quedaran a tomar y a escuchar la música de bandas regionales. Aquella madrugada no sería la excepción. A bordo de dos vehículos, una camioneta y un automóvil, llegó al estacionamiento un comando de sujetos armados con rifles de alto poder, cercaron de manera ordenada el lugar y abrieron fuego contra las personas que en aquel momento continuaban la fiesta. Después de la refriega, se recogieron más de 50 casquillos percutidos, seis personas muertas o a punto de morir y quince heridos. Entre las víctimas se encontraba Luis Garate Calleros, propietario de una marisquería en Mazatlán, quien compartía la fiesta con otros sujetos escuchando a una banda sinaloense, entre los músicos heridos y posteriormente muerto se encontraba Alberto Lizárraga “el Junior” integrante de diversas organizaciones musicales y nieto de Cruz Lizárraga fundador de la banda de El Recodo. También Gustavo Garate Terán (a) “El Pipas” integrante de la banda musical La Sinaloense. La lista de muertos encabezada por Garate Calleros incluía a personas de su grupo y también a una pareja de jóvenes enamorados, Patricia Yacel Vega y Manuel Sandoval Castañeda. Los hechos en torno a quienes fueron los ejecutores, el modo sistemático de operar y cómo fue que pasaron sin ser percibidos por los filtros policiacos en aquellas horas de la noche de Carnaval, cuando se suponía que había un operativo en funciones, dieron mucho de qué hablar.
En relevo a su responsabilidad la empresa propietaria de la disco aseguraba que los hechos se habían dado después del evento y la disco ya estaba cerrada. Otro que mostró ser mecha corta en materia de preguntas fue el propio secretario de Seguridad Pública estatal, Dr. Francisco Córdova Celaya quien terminó en uno de sus arranquesseñalando como “malandritos” y “narquitos” a las víctimas del atentado del estacionamiento. Asegurando no tener un policía para cada malandrito. Ni ser responsable de enfrentamientos entre narquitos que se reúnen a escondidas a emborracharse o a drogarse. La declaración del funcionario estatal de seguridad fue cuestionada por representantes sociales del puerto, señalando de frívolo y falto de seriedad.
Por supuesto, las autoridades municipales y estatales declararon su operativo de carnaval con saldo blanco, en vista de que los acontecimientos relatados se habían dado en un lugar retirado de la zona carnavalera de Olas Altas.
Un mar de infortunadas declaraciones se dio en torno al caso. Se argumentó que había relevo de turnos policiacos. La opinión pública quedó estupefacta al conocer que durante las horas de la madrugada la ciudad estaba a merced de las bandas de delincuentes y sus albazos.
Desde el año de la masacre a la fecha, febrero 2011-2014, el edificio de la discoteca Antares continúa clausurado y se suma al catálogo de hoteles y discos abandonados y en ruinas que fueron propiedad de la delincuencia o escenario de hechos sangrientos. Los recintos materia de relato del narco tour,permanecen ahí dando un toque decadente a la avenida del Mar de Mazatlán.
El pasado sábado 22 de febrero los mazatlecos nos despertamos por el ruido inusual de helicópteros. Pero el resto de la mañana nos sorprendió la noticia de la aprehensión de Joaquín Guzmán Loera (a) “El Chapo Guzmán” y precisamente en un edificio de condominios en la avenida del Mar de Mazatlán. Prófugo desde 2001, el Chapo Guzmán Loera se había convertido en la némesis del gobierno federal. Su aparente don de ubicuidad lo hacía presente en cualquier sitio de México y el extranjero ¿pero en Mazatlán? Ni quien lo imaginara.
La semana que iniciaba el lunes 17 de febrero la Marina Armada de México implementó un operativo en zonas populosas de la ciudad de Culiacán, poco a poco se anunciaba la detención de sicarios del círculo cercano al Chapo. Se daba cuenta que en el operativo, de tal o cual día, había caído el jefe número 19 o el número 20, pero había mucha distancia al 1 ó al 2 ó al 3 que podrían ser los lugares a ocupar por un personaje como Guzmán Loera en el cartel de Sinaloa. Lo cual daba al operativo de la Armada un tono cotidiano de atrapar a sicarios o narcos con cierta capacidad de mando, pero dejando sueltos a los grandes jefes de la mafia.
La noticia de la detención del Chapo en Mazatlán en instantes dio la vuelta al mundo. El Chapo Guzmán Loera había sido atrapado en el departamento 401 del edificio Miramar. Un edificio de apartamentos, frente al mar, ubicado céntricamente y a escasos 200 metros de la base de operaciones de la policía ministerial y a unos doscientos metros del Acuario Mazatlán y la ciudad universitaria de la Autónoma de Sinaloa. Uno podría pensar que el llamado señor de las Montañas, pues andaba allá en el famoso triángulo dorado de la Sierra Madre Occidental o en cualquier lugar del mundo. Pero no, él estaba en Mazatlán y en un departamento modesto de un edificio que se construyó en el reciente boom de inversiones inmobiliarias cuando levantaron torres de condominios y se publicitan como inversiones rimbombantes y ejemplos de progreso, aunque en esos lugares prevalezca el ambiente frío de la soledad y sean propiedad de dueños distantes que terminan convertidos en departamentos de alquiler. Tal parece que el señor de las Montañas, prefería las comodidades de la vida urbana asumiendo un perfil discreto en sus tratos y costumbres. Para sorpresa de todos, su aprehensión fue ascéptica, sin disparos y sin los supuestos anillos férreos de guaruras y pistoleros que supuestamente acompañaban al capo. Lo acompañaba tan sólo un hombre de sus confianzas, Carlos Manuel Hoo Ramírez, y al parecer también lo cogieron dormido.
El sábado 22 de febrero del 2014 la historia no sólo culmina con la detención del Chapo y su traslado al penal federal de máxima seguridad del altiplano o de Almoloya. El sábado 22 de febrero inicia, a través de las redes sociales, la difusión de fotografías de personas de todas las edades y procedencias sociales que han tomado el edificio Miramar como marco escenográfico para una fotografía en el lugar dónde cayó prisionero Guzmán.
El Carnaval dio inicio el pasado jueves 27 de febrero y los visitantes nacionales y extranjeros, además de los locales, van a tomarse la foto y a conocer la historia que les relatan los taxistas y choferes de las pintorescas pulmonías. Todo un acontecimiento mazatleco y una historia negra más por relatar.