Fútbol y béisbol

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Melchor Inzunza

Hace casi diez años invité a dos estudiosos de los juegos a discutir en alguna de mis publicaciones sus puntos de vista sobre el béisbol y el fútbol, deportes que rivalizan en popularidad.

En efecto, Roger Rosenblatt, periodista, dramaturgo y profesor estadounidense, y Juan Nuño, filósofo, ensayista y uno de los intelectuales más notables de Venezuela, sostuvieron un interesante diálogo1, donde el primero argumentó a favor del béisbol, en tanto que el segundo explicó las razones que harían del fútbol un deporte más apasionante y popular.

Elegancia y popularidad

Como anfitrión de aquel encuentro, cedí por entero a ellos la palabra:

Roger: Mire usted, para mi el béisbol es el juego más bellamente diseñado. Como liberal, lo prefiero, porque es, además, un deporte individual. En otros, la pelota marca el puntaje; en el béisbol, lo hace el jugador. El que corre hacia la primera base se propone robar la segunda; el hombre que está en segunda busca escurrirse detrás de aquél; el lanzador se empeña en sorprenderlo; en el plato, el bateador trata de golpear la pelota para proteger al corredor, etc. Todas estas cosas ponen a prueba la habilidad de cada uno de realizar una tarea específica, de tomar una decisión personal y de improvisar.

Nuño: Perdóneme, Roger, pero el béisbol, con todo y su bello diseño, es un deporte de una lentitud que linda con el aburrimiento, sin mucha movilidad (de ahí que los jugadores puedan ser gordos). Sin el dinamismo del Fútbol, el béis es más previsible y menos apasionante, ¿no le parece?

Roger: Claro que no. Qué le pasa, el béisbol es el único deporte en el cual un equipo en gran desventaja y al que le queda sólo un bateador puede todavía ganar. Vaya que es imprevisible. El fút no tiene la elegancia del béis. Aquel es caótico, éste es preciso. El fút no es nada complejo sino simple, es más barato y fácil organizarlo en el barrio o en la calle: bastan cuatro piedras y un balón. Por eso es muy popular.

El factor tiempo

Nuño: No sólo por eso, ¿eh? No está en las reglas lo que verdaderamente distingue a ambos deportes. Hay algo más que marca la auténtica diferencia y explica por qué fútbol es más popular que el béisbol: el factor tiempo.

Roger: ¿El tiempo? Pero en el béisbol ni siquiera hay que preocuparse por él.

Nuño: Precisamente, a eso voy. El tiempo transcurre para el juego de fútbol de la misma manera como transcurre en la vida de los espectadores. En contraste, el tiempo, en efecto, ni siquiera existe en el béisbol. Es un juego atemporal.

Roger: Ahí está el detalle, joven. El detalle de su superioridad. El béis es un juego puro, situado fuera del tiempo, como usted admite.

Nuño: Puede ser. Pero le falta esa tensión vital del fút. En el béisbol, al escamotear artificialmente el tiempo, la tensión del juego se desplaza hacia otras zonas. En cambio, el tiempo en el fút tiene que ver más con el de la existencia humana. Es la razón que lo convierte en el juego más emocionante y apasionado.

Roger: Vamos, señor Nuño, yo podría decir lo mismo del “no tiempo” del béis. El que sus reglas sean inquebrantables y, con muy pocas excepciones, no hayan cambiado en un centenar de años, prueba que tiene que ver con un concepto de la evolución humana, según el cual la gente no cambia tanto, ciertamente no en cien años. Y eso es lo que hace que el béisbol sea más juego y más complejo que el fútbol.

Nuño: Órale. Más juego, sí. Pero no porque contenga combinaciones y variantes más complejas, sino porque previamente se le ha deslastrado de la carga tensional del tiempo, dejándolo en sólo juego. En él, la invasión de la realidad se efectúa por otros canales: nacionalismo, regionalismo, favoritismo, apuestas, etc.

El juego y la guerra

Roger: Pero vea, es en el fútbol, donde el nacionalismo y la violencia aparecen más exacerbados.

Nuño: Mire, todo juego se reduce a competencia, es decir, a lucha, a esa forma de ser tan esencial que es la agresividad humana. El deporte es la continuación de la guerra por otros medios. Los juegos son una “representación” de la guerra. Por eso la terminología deportiva posee una referencia militar: retaguardia, atacantes, defensa; códigos cifrados, etc. Esa “guerra” es expresada en los juegos a través de las manos (o pies) de otros, de los jugadores, en los que la colectividad proyecta buena parte de su agresividad constitutiva.

Roger: No me va a decir que por eso despierta más pasión el fútbol…

Nuño: Claro que sí.

La anécdota

Roger: No me diga. ¿No será más bien “una forma de tedio”, como decía Jorge Luis Borges? Por cierto usted escribió un excelente libro: La filosofía de Borges.

Nuño: Sí, gracias. Lo publiqué en 1986.

Roger: Seguramente conoce una anécdota divertida. De joven, el poeta y cuentista genial, fue con sus amigos a ver un partido de fútbol. “Pude notar –comentaría después– que a los argentinos no les interesa el fútbol. Antes del juego, ya pertenecían a un bando o a otro, lo cual me pareció rarísimo, puesto que ¿cómo podían saber quiénes iban a jugar mejor o peor? Yo nunca he oído decir a la gente: ‘¡Caramba, yo soy de San Lorenzo, pero qué bien ha ganado Boca! ¡Qué contento estoy!”.

Nuño: Concedido, tiene razón. En el caso del fút y del béis, como en otros juegos, el verdadero público en realidad jamás va a ver jugar, sino que va a ver ganar a su equipo y, en ocasiones, ni siquiera eso: va a ver perder al otro equipo.

“Contra reló”.

Roger: Lo que no me convence del todo es que a la cuestión del tiempo deba su popularidad el fútbol, más que al juego mismo.

Nuño: Sí, es lo que le da esa pasión, en tanto espectáculo, y arrastra más multitudes en todo el mundo. Si el fútbol está sometido al implacable paso del tiempo, quienes participan de una u otra forma en él sienten que el juego se está desarrollando, como suele decirse, “contra reló”.

Roger: Pero en el básquetbol también existe el tiempo y no es más popular que el fútbol.

Nuño: Bueno, sí, pero el empleo del tiempo en el básquet es irreal: se estira, se corta, detiene, se distribuye a voluntad, deja de ser un continuum, cúmplese el deseo del poeta (“Oh tiempo, detén tu vuelo…”), pues, en efecto, el tiempo se detiene, tantas veces cuanto sea preciso.

Roger: Su explicación parece más filosófica que deportiva, me temo.

Nuño: Quizás, pero conceda usted que el hombre, desde el momento en que supo su existencia es algo limitado, comenzó a vivirla angustiosamente, a vivir “contra reló”. Así se juega el fútbol, y es más angustioso y dramático que otros juegos, porque en él, el tiempo corre paralelo al tiempo de la existencia humana. De ahí esas angustias por el final de un partido; y por eso también esa descarga tensional cuando hay una diferencia de goles imposible de remontar.

Roger: Pero la cuestión del tiempo deportivo no dura más allá del partido; después de éste, seguiremos enfrentando el tiempo real.

Nuño: De Acuerdo. Aunque algo debe decirnos la infinita sucesión de juegos bajo la forma de Ligas, Campeonatos, Mundiales y torneos de toda suerte. Es el refuerzo lúdico para que el tiempo del juego se prolongue. Es otra de las formas de aislarse un poco más del verdugo que a todos nos espera al fin del camino. El “ejecutivo cobrador de la Muerte”, como lo llamaba Quevedo.

Roger: Eso que ni qué. Pero, a pesar de sus razones, y puesto a escoger, prefiero el béis.

Nuño: Y yo el fút, por supuesto.