EL LUISÓN EN LA “PLANCHA” DEL PSICONALISTA.
¿Te sientes bien…? ¿Crees que puedes seguir….? -La interrogación sonó como una orden para que continuara, aunque la mollera le reventara como cáscara de huevo-
¡No sé si podré continuar, pero debo seguir…! ¡Necesito continuar…! ¡Necesito librarme de este pinche infierno que me quita la vida! ¡Que me tiene muerto en vida! -Le dijo con una voz que parecía un estornudo.
-El terapeuta le clavó los ojos en sus ojos y le sorrajó la pregunta de los sesenta y cuatro mil pesos-: ¿Y qué… Te la echaste…?
¡¡¡No que va, qué me la iba a fornicar… Cuando todo estaba a punto de ir directo a su punto G, después del furioso escarceo que habíamos tenido, de repente la diva, como en un horrible acto de magia negra, empieza a transformarse en un monstruo siniestro: su piel de seda se transfigura en un asqueroso cuero peludo; sus brazos de mármol se trocan en garras; sus ojos perlados se le convirtieron en profundos hoyos negros que exhalan una lumbre con olor a azufre y su boca, ay su linda boca, entornada por unos hermosos labios de rechupete, se vuelve una pestilente y babosa oquedad por donde el monstruo expele mil voces que se atropellaban unas a otras y…-El luisón a punto de ahogarse sorbió un “buche” de aire hasta los alveolos para poder respirar.
Y hasta donde me acuerdo – continuó el luisón- esa jauría de palabras se condensan en un gruñido que aturden mis oídos, mis sentidos; que me hielan la sangre al punto de quedar paralizado del miedo. Y ya convertido en estatua de sal, inerme, simplemente veo como ese pinche demonio me zangolotea de pies a cabeza con sus enormes garras: me aprieta el cuello hasta la asfixia, al tiempo que me taladraba con sus inmensos ojos, como diciéndome, con las babas llameantes que expele: “Con la vara que coges serás cogido, cabrón”.
Y con una fuerza que no es de este mundo, me pone boca abajo, y de un tajo me arranca la pijama, y siento en el centro de las nalgas un tizón, ardiente y viscoso. Me siento sofocado, indefenso, sin aliento, aterido, porque esa pinche alimaña está a punto de horadarme el culo; ay, un fondillo que para estos años de vejez se ha convertido en la última trinchera de mi dignidad. Y digo la última trinchera porque el resto de mis valores los he ido tirando a la basura por culpa de esos hablantines hijos de su pinche madre que habitan en mi mollera; pues al menor descuido, me hacen decir, atrapado por los sueños diurnos me que acosan, un chingo de pendejadas que me llenan de vergüenza, porque sin querer queriendo les exijo a las féminas lo que, según el arte de la seducción, se tiene que conquistar. ¡Qué sopor y qué bochorno!
-De nuevo una larga pausa, salpicada por lastimeros sollozos y femeniles espasmos sesentayocheros. No sé cuando tiempo pasó, pero ese instante de mutismo adquirió el rostro de la eternidad. No solamente el paciente estuvo respirando agitadamente, creo que también el psicoanalista estaba conturbado, a juzgar por las notas que dejó en su expediente[1]. No obstante el psicoanalista vio una ventana de oportunidad para joder aún más a su paciente, que todavía estaba al borde del desmayo. A pesar de su turbación, le lanzó otra pregunta como si fuese un cuchillo dirigido a lo poco que le quedaba de honorabilidad:
¿Y qué, acaso te la dejó irineo esa pinche bestia de los avernos?
Para serte sincero no lo sé; de veras, a ciencia cierta no lo sé. Cómo podría saberlo si cada vez que me atrapa estoy paralizado de miedo. Lo que sí es cierto es que, después de cada sueño, amanezco con raspones en la boca, en el cuello, en las nalgas y algunos ardores en el puño de ligas. Pero además cualquiera diría que estoy embarazado, porque siento náuseas y muchas ganas de vomitar después de cada “arrejuntón” que me prodiga ese puto monstruo…
–De repente se calló, porque quizá eso que llaman sexto sentido, le dijo que estaba hablando de más, sobre todo porque un hombre no puede andarle contando a nadie, ni siquiera al psicoanalista, que una noche cualquiera a uno se lo dejaron de caimán, aunque esa violación haya sido involuntaria y a veces en tu contra, que no es lo mismo. A partir de esa intuición, matizo la narración para salir más o menos airoso del resbalón que lo estaba haciendo caer en el lodazal de la autoincriminación; por eso expresó con cierto convencimiento:-
Aunque pensándolo bien, creo que la bestia jamás me ha fornicado, por no decir más feo, aún y a pesar de todos esos vestigios que te conté indiquen lo contrario. Y esta suposición obedece a que recuerdo que, en cada uno de los escarceos, siempre logro zafarme de sus garras en el último momento, porque me hecho un furibundo clavado debajo de la cama, que tiene una base metálica casi a ras del suelo y un surtido de resortes hechos giras, con el agravante de que en ese pequeño lecho duerme un perro que no suele ser muy amigable conmigo. Te juro por mi honor o lo que queda de él, que la causa de esos raspones, moretes y náuseas son producto de mis zambullidas en esa infrarrealidad que habita debajo de mi cama, la cual me raspa, me araña, me muerde y me… Por eso te aseguro que nada tiene que ver mi aspecto de perro molonqueado, los manoseos y los toques y retoque que me prodiga ese pinche monstruo libidinoso.
¿Hablas de otras noches, acaso este sueño es recurrente…? Le preguntó el psiconalista aparentando compasión.
Sí, se me viene casi todas las noches, y por lo general sufro los mismos horrores. Es tan horrible esta pesadilla, que cuando empieza a oscurecer comienzo a tener cosquillas en los entresijos. Tal es mi miedo que he buscado distintas fórmulas para no dormir. El remedio que me ha producido los insomnios más largos es cuando leo la poesía de Octavio Paz, los libros de Horkheimer, Adorno y de Foucault y demás textos por demás ininteligibles, que requieren una lectura tan atenta que a cualquier lego, como yo, suele quitarle el sueño en un santiamén.
Y cuando ya no tengo ojos para leer esos monumentos indescifrables del mundo Occidental, me abandono a la pantalla de la televisión hasta las tres de la mañana por lo menos, con el agravante que esas horas me mamo una publicidad que te ofrece los mejores remedios contra la gordura, para alisrte las arrugas; me chupo también los anuncios que ofrecen pócimas para que tu muñón adquiera el rostro de una jabalina y, por supuesto, escucho la oferta de jarabes milagrosos que te prodigaran, si los compras, una vida eterna y saludable y un cúmulo de chingaderas por el estilo. Qué no hago, doctor…, que no hago para no dormir y evitar esta pesadilla que me está matando… Pero como la carne es blanda y el ojo débil, caigo como tronco en la cama y, como siempre, el mounstruo me atrapa entre sus garras y….
-Al terminar su relato, le temblaba todo el cuerpo y sus rodillas parecían castañuelas al chocar unas con otras, tal vez ese temblor le había aflojado los esfínteres porque una baba negra le corría por las comisuras de la boca…-
Te veo sumamente nervioso y cansado, ¿quieres que cerremos la sesión por este día y nos veamos la próxima semana? Aunque si lo deseas, podemos continuar. -El terapeuta se lo dijo como si tuviera alguna conmiseración por su tragedia…-
Largo silencio del luisón….
Y como el que calla otorga, el psicoanalista se le fue encima…
[1] Pensé que este pinche traidor estaba haciéndose pendejo, pero ese llanto de cochi recién capón revela que su sueño es real y espantoso. Es de tal intensidad que cualquiera podría cagarse del susto una noche cualquiera; al menos yo, no solamente me hubiera cagado, seguramente también me hubiera ahogado en una batea de meados. Está grave este pinche triturador de buenos militantes. Hay que prodigarle mayor sufrimiento hasta que se lo lleve la chingada… (Notas del psicoanalista).