EN LA GRILLA

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*Labastida y su teoría de las voces por escuchar

*Martha Tamayo, una labastidista, lo desautorizó

*¿Cómo fueron en sus propias sucesiones?

 

FRANCISCO CHIQUETE

 

Francisco Labastida Ochoa es un hombre usualmente prudente, que no suele escandalizar con sus declaraciones, aunque por su conocimiento de temas importantes y su criterio independiente, con frecuencia “da nota”, como se dice en el argot periodístico. Esta vez salió de su estilo y se lanzó a fondo con un planteamiento más allá de lo cotidiano: el PRI, estima, tendrá que preguntar al gobernador Mario López Valdez su opinión acerca de la sucesión.

Las respuestas fueron muchas, pero la más contundente fue de Martha Tamayo Morales, dirigente estatal del partido tricolor: no se le va a tomar en consideración, dijo respecto del gobernador Mario López Valdez. Así clarito y directo, aunque aclaró que su expresión se da con todo el respeto que Malova le merece.

Las declaraciones de Labastida tuvieron dos vertientes: una, la que se refiere a la consulta. Aunque Mario López Valdez llegó a gobernador por una coalición de partidos opositores al PRI, su opinión debe ser tomada en cuenta, dice Labastida, dejando asentado, dada la cercanía del mandatario sinaloense con el PRI y con el Presidente de la República; la otra tiene destinatarios diferentes: el que ya bailó, que se siente, dijo en referencia a los exgobernadores, a quienes contrario a Malova, no les concede posibilidad de opinar y en el fondo, mucho menos de activar.

En realidad, Labastida está advirtiendo a su partido que debe mantener la alianza con el gobierno de Mario López Valdez. Esa alianza, según se sabe entre el populacho y entre la clase política, permitió que Sinaloa fuese uno de los estados que proporcionalmente otorgó más votos a la candidatura de Peña Nieto y a la demás papeleta tricolor. Incluso los dos distritos que perdió ese partido arrojaron más votos para las candidatas priístas, quienes perdieron por el detalle técnico de que muchos de esos sufragios fueron compartidos con el Partido Verde, y en sus demarcaciones no había alianza.

La cooperación se repitió en el 2013, cuando los priístas ganaron quince de dieciocho ayuntamientos y veinte de veinticuatro distritos.

Este llamado de atención de Labastida busca reverdecer los laureles de Malova en los altos mandos priistas como una especie de respuesta a las versiones de que la federación podría no mantener el acuerdo político con el gobernador sinaloense, aunque ello no significa que no espere colaboración. Aquí mismo la dirigente estatal Martha Tamayo ha recordado en dos ocasiones recientes, que Malova, “con quien hay colaboración y respeto”, no es un gobernador surgido de la oferta política del PRI, sino de otros partidos.

LOS GOBERNADORES Y

SUS PROPIAS SUCEIONES

Labastida Ochoa sabe que los gobernadores tienen voz en los procesos, o al menos la tuvieron en el periodo de la dictadura perfecta, aunque, ojo, tener voz no significaba tener capacidad de decisión. Él mismo vivió una situación que por algunas horas pareció contradecir una regla fundamental del viejo sistema político mexicano: las decisiones se toman en Los Pinos.

Él sabía que sus bonos con el gobierno central no eran buenos. Durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, sus más grandes proyectos fueron bloqueados con pretextos fútiles, sus gestiones eran atajadas y obstaculizadas, y sólo pudo avanzar en su gobierno porque contaba con una personalidad y una presencia nacional que nunca pudo ser reducida.

Bajo esas condiciones llegó el día de la sucesión y como por arte de magia, consiguió que su aspirante favorito, el ingeniero Lauro Díaz Castro, fuese considerado el sucesor. La decisión, se dijo, estaba tomada ya en el centro y sólo faltaba que se oficializara. A Lauro le llovieron las felicitaciones, y a Labastida también.

Pero al caer la noche la oficialización siguió sin aparecer y el milagro se diluyó. A los dos días fue postulado el ingeniero Renato Vega Alvarado, subsecretario de la Reforma Agraria, cuya carrera se había desarrollado en el centro del país.

Sólo dos gobernadores sinaloenses han conseguido que su partido les atienda la propuesta: Juan Sigfrido Millán Lizárraga, quien supo capitalizar la orfandad del priísmo, tras la primera derrota en una elección presidencial, la de Francisco Labastida Ochoa. Millán construyó la candidatura de Jesús Aguilar Padilla y la sacó adelante a pesar del marcado interés de Los Pinos por sacar adelante a Heriberto Félix Guerra, aspirante panista. El otro que lo logró, y también bajo la ausencia de un presidente priísta, fue Jesús Aguilar Padilla, cuyo intento sin embargo quedó enla candidatura, pues Jesús Vizcarra Calderón se convirtió en el primer aspirante tricolor que no gana la elección a gobernador.

La segunda parte de la declaración dice que “los que ya bailaron se sientan”. Pareciera destinada a Jesús Aguilar Padilla, quien acababa de admitir que sí le hace ojitos la posibilidad de ser candidato plurinominal a diputado federal. Otros piensan que el tiro iba también para Juan Sigfrido Millán porque se le sigue considerando uno de los patriarcas del priísmo.

Algunos cuadros locales recordaron que Labastida bailó, es decir, fue gobernador, y después volvió a impulsar a Lauro Díaz Castro para que fuera gobernador del estado en el periodo posterior a Renato Vega. Y tenía plataforma para intentarlo, pues era nada menos que secretario de Gobernación, sólo que ahí Juan Sigfrido le ganó la careada en un tórrido proceso interno.

Labastida fue candidato presidencial, pero entre el hartazgo de la sociedad, traiciones como la de Elba Esther Gordillo y quintacolumnismo como el de Carlos Salinas de Gortari, le descarrilaron la máquina. Seis años después volvió a la pista de baile como candidato a Senador de la República, en una elección que ganó de calle cuando Aguilar Padilla era gobernador.

QUIÉN VINO A DARLE

SEVERA RESPUESTA

Curiosamente, a Labastida no le salieron a contestar ni Aguilar Padilla, ni Millán Lizárraga o alguno de sus respectivos alfiles políticos. Fue Martha Tamayo, la actual presidenta estatal. Es evidente que no fue una decisión personal, sino una expresión consultada con la dirigencia nacional. Sin estridencias, pero contundente, Martha Tamayo salió a decir que no, que respetaba mucho a Labastida y a Malova, pero que éste no sería consultado y que a los exgobernadores se les oye, como activos políticos de su partido, pero no a quien no fue candidato del PRI.

La señora Tamayo Morales ha estado en el gobierno desde hace mucho tiempo. Se jubiló con Aguilar Padilla, estuvo con Juan S. Millán y también con Renato Vega Alvarado, pero se le considera hechura política de Francisco Labastida Ochoa, de modo que aquí parece tener especial validez aquello de que “para que la cuña apriete, ha de ser del mismo palo”.