*Dos visiones en torno a la tragedias y el alcohol
*A Aarón Rivas le interesa la empresa ¿y la gente?
*¿Qué pelean cuando pelean por hacer justicia?
FRANCISCO CHIQUETE
Emprender un negocio, sostener el ritmo, mantener los empleos y participar en la redistribución del ingreso es una verdadera odisea en estos tiempos, sea cual fuera el giro. Y enfrentar el riesgo de que la empresa sea detenida y hasta suprimida por situaciones que en principio resultan ajenas a la empresa o al empresario.
Es el caso de los lugares donde venden bebidas embriagantes, ya sea con la cobertura de venta de alimentos o sin ellas. Los hechos delictivos suelen derivar muy frecuentemente en el cierre del negocio, sin importar si éste va empezando, si ya recuperó la inversión, si no consigue mantener las plazas de trabajo que generó.
Pero también hay una sociedad demandante que defiende sus derechos y se enfrenta a las autoridades cuando se autorizan empresas de esa naturaleza, reclama que no se instalen y cuando a pesar de todo se instalan, exige su reubicación, sobre todo cuando se da el primer acontecimiento violento.
El cierre de los negocios con venta de alcohol se origina en el criterio de que las desgracias, sobre todo con armas de por medio, aparecen cuando hay excesos en el consumo de alcohol. Y así era antes. Los rivales empezaban tomando en paz y terminaban, cuando ya estaban embrutecidos, matándose entre ellos mismos. En los años sesentas José Alfredo Jiménez hizo pública una canción exitosa en que borracho y cantinero agarran la parranda y terminan por matarse a causa de un mal entendido: “grito de pronto el borracho/ la vida no vale nada/ le dijo el cantinero/ mi vida esta asegurada/ si vienes echando habladas/ yo te contesto con balas”. Se mataron, por supuesto, y como era demasiada violencia, el gobierno censuró la canción, que no volvió a aparecer ni en la radio ni en las rocolas ni en las tiendas de discos.
Ese era el criterio de las clausuras de negocios que hubiesen sido escenario de hechos violentos. Hoy, se argumenta, la violencia no se genera en los antros, sino que viene de fuera. Los sicarios, los vengativos o los asaltantes llegan del exterior, sin haberse bebido ahí una sola cerveza o un solo trago.
Bajo este criterio, los dirigentes de organismos empresariales como la Cámara de Comercio y la Cámara Nacional de la Industria Restaurantera y Alimentos Condimentados han insistido en que el cierre de esos negocios es injusto, que castiga a empresarios inocentes, cierra fuentes de empleo e inhibe nuevas inversiones.
A esas voces se sumó ayer la del secretario de Desarrollo Económico, Moisés Aarón Rivas, quien avaló cada uno de los argumentos y ofreció interceder para evitar el cierre del Barracrudas, escenario de la balacera del domingo anterior.
En cambio al funcionario se le olvidó por completo el punto de vista de la sociedad.
Creo que recién había entrado a la secundaria cuando conocí el primer caso escandaloso de ese tipo: un grupo de pistoleros llegó al bar El rayo verde y disparó contra los clientes. Hubo cinco o seis muertos y el local fue cerrado. Me impresionó particularmente porque dos o tres días antes acompañé a mi padre a hacer una parada técnica en el lugar, camino a lo que hoy es la zona durada. En la parada técnica degustamos tostadas con marlín, yo un refresco y mi padre dos heladas. Por fortuna estuvimos ahí fuera del horario en que acostumbraban a acudir las víctimas, clientes consuetudinarios del lugar.
En los años ochenta apareció aquí un negocio sumamente exitoso: la Ostionería del Puerto, que no sólo tenía muy buen marisco y cerveza muy helada, sino una banda de música regional y sobre todo, una o dos salvadoreñas que se subían a las mesas a batir el molinillo.
Por supuesto, no tardó mucho tiempo en presentarse la primera muerte violenta, pero los dueños encontraron mucha comprensión entre las autoridades, de modo que tiempo después volvieron a abrir, pero sólo mientras llegaba un nuevo caso, y así otra vez y creo que otra más.
Han sido varios los casos de este tipo, que al final de cuentas convierten las cantinas, restaurantes, bares o marisquerías, en verdaderas amenazas para la comunidad.
Y es que aun cuando los agresores lleguen de fuera, muchos de esos sitios atraen a clientela potencialmente peligrosa. Ha pasado en marisquerías que ni siquiera venden cerveza, pero consienten en su consumo, como hay varias que a su vez son toleradas por las autoridades tanto del municipio como de alcoholes.
Ante los reclamos de los vecinos del Barrracrudas, la autoridad municipal, obviamente proclive a la visión empresarial, estableció que el negocio no ha violentado ninguna disposición normativa. Habría que ver si al extenderle el permiso, la autoridad en turno verificó si disponía de los cajones de estacionamiento necesarios, pues ese es uno de los reclamos. Otro es que los clientes pululan por el vecindario ya briagos, en busca de sus carros, escandalosos y desconsiderados, atrayendo además a asaltantes.
Este acontecimiento genera varios puntos de preocupación: el riesgo de que regresen los delincuentes a pelear por la plaza; la reaparición de las extorsiones, que ha sido negada por autoridades y empresarios al unísono; la falta de eficiencia de las corporaciones policíacas, que no han entregado un solo avance de la investigación, así sea tan pequeño como la ubicación del auto en que llegaron los agresores. Si es que lo están buscando.
EL INTERÉS POR
HACER JUSTICIA
Dos expresiones tuvo el actual cabildo contra el régimen de Alejandro Higuera, desde las primeras sesiones. Por un lado de la bancada priista salió un desconocimiento para la cuenta pública del último bimestre, aprobada por los regidores salientes en el último día de su periodo. La otra fue una acusación de corrupción con asignaciones de locales en el nuevo mercado de la Flores Magón.
En los dos casos, el alcalde Carlos Felton fijó una posición neutral, en la que ofrecía dejar hacer y actuar en todo lo que fuese comprobado. Al poco tiempo el caso de la cuenta pública fue archivado sin cambios y lo de los locales se dictaminó sin novedad: no había delito qué perseguir.
El innombrable, hoy regidor convencido de que hizo ganar a Felton, como dice a todo el que lo quiere oír, le siguió rascando al asunto y presentó un nuevo resultado, con nombres de exfuncionarios higueristas beneficiados al margen de la ley, y nuevamente el gobierno municipal volvió a ofrecer que se llegaría hasta las últimas consecuencias.
Ahora los locatarios del Mercado Flores Magón acusan al innombrable de pretender arrebatarles locales (no sólo los de los higueristas, sino los de aquellos que tienen una doble asignación) para dárselos a conocidos y cercanos, como una demostración de poder político.
¿Habrá quién piense todavía que los señores que andan en derredor del poder son capaces de dar, una sola vez, paso sin huarache?