EN LA GRILLA

0
77
BARRACUDAS

*Los balazos del Barracuda, fuerte reto

*Es hora de que despierte la Procuraduría

*Guasave, posible adelanto al PRI mazatleco

 

FRANCISCO CHIQUETE

 

Los acontecimientos de ayer en una marisquería de la Avenida La Marina constituyen un severo llamado de atención a las autoridades, que se han mantenido en la certeza de que ya bajaron sustancialmente los índices de delitos de alto impacto en la región. Aunque es cierto, de repente ocurren casos como éste que nos recuerdan que el problema sigue ahí latente.

Es verdaderamente lamentable tener que referirse a estas situaciones cuando Mazatlán empieza a agarrar vuelo hacia de la normalidad en una actividad económica tan importante como delicada: el turismo. Por desgracia el hecho es tan fuerte, que esta vez como sociedad no podemos dejarlo en espera de que el impacto desaparezca por si solo.

Si en algo se notó el impacto de la violencia  de años recientes, además de la pérdida de vidas humanas, fue en la caída del turismo, empezando por los cruceros, que se fueron inmisericordes, y no regresaron sino a los tres años, y con un ritmo tímido que no ha alcanzado aún los niveles anteriores y ni siquiera se les ha acercado.

Precisamente cuando los cruceros turísticos empiezan a regresar y cuando una de las líneas importantes, como Princes, anuncia su regreso, nos vemos enfrentados a un nuevo hecho delictivo de los de alto impacto, como el la balacera contra un restaurant de mariscos, en una acción en que cinco personas resultaron heridas.

Es paradójico que esto ocurra después de un periodo tan delicado como el carnaval. Decenas de miles de personas se movilizaban cada noche en derredor de la fiesta e incluso hubo un día –el domingo- en que se calcularon en seiscientos mil los asistentes al desfile, sin que haya ocurrido una agresión masiva. Hubo una muerte violenta que las autoridades señalaron como “caso aislado”, y ahora, cuando hay turismo por el fin de semana largo, pero no de carácter masivo, venga a ocurrir este acontecimiento.

En carnaval no sólo se logró mantener a raya el asunto de la seguridad, con la excepción malhadada de la joven que murió baleada por un delincuente que según la policía iba intoxicado con diversas drogas. Pero sobre todo se logró generar la tranquilidad y la confianza para que la gente asistiese en forma masiva a cada uno de los eventos, a pesar de que una semana antes Mazatlán fue el escenario para la detención del capo de capos, Joaquín El Chapo Guzmán, lo qiue en condiciones de la tradición narca, podía haber generado revanchas irracionales. No ocurrieron, por fortuna, pero quince días más tarde, los fusiles vienen a atronar el espacio mazatleco.

Por supuesto, la única salida a este problema es el esclarecimiento del caso y el castigo a los responsables. Con todo lo útiles que han sido en otras ocasiones, no puede el gobierno volver a enfrentar el asunto con un despliegue de operativos disuasivos. Ya en muchas ocasiones hemos insistido en que la disuasión por exhibición no es una solución permanente. Lo que más ayuda por supuesto, es el fin de la impunidad.

Es imprescindible que la Procuraduría General de Justicia del Estado se aplique en serio y deje de escudarse en las cifras de los crímenes no ocurridos en comparación con los que se registraron del 2010 hacia atrás. Ese es resultados de los operativos de prevención, no de las labores de investigación y castigo que le corresponden a la PGJE. Se entiende que al final es un resultado positivo para el gobierno en su conjunto, pues los operativos y la prevención provienen de instituciones del estado y de una coordinación efectiva con la federación, sobre todo con las instituciones militares, pero ello no exhibe al área de procuración de justicia de realizar su labor, que es perseguir el delito y buscar el castigo para quienes lo cometen.

Nada alienta más la comisión de nuevos hechos de sangre o de delitos en general, que la impunidad. SI un sicario sabe que puede seguir ejerciendo su sangrienta “profesión” sin riesgo de prisión, y mucho menos sin riesgo de vida, porque no necesitará ni siquiera defenderse a balazos de las acciones de la policía.

Por desgracia no hay muchos resultados en ese renglón. La mayor parte de los asesinatos quedan sin castigo y peor aún: ni siquiera se inicia una investigación en forma. Lo que ocurre con frecuencia es que la policía llega al lugar de los hechos, asegura la escena del crimen y somete a interrogatorios a los familiares de la víctima y otros cercanos. Más allá del papeleo de decenas de actas levantadas, de interrogatorios a personas que estuvieron en el lugar de los hechos y que por lo general no coinciden  ni en la vestimenta de los agresores, no se hace mucho, salvo que sea un caso de crimen pasional o revanchas familiares. Cuando se trata de hechos relacionados con el crimen organizado, la investigación se reduce a una oficialía de partes.

Mazatlán ha vivido épocas verdaderamente positivas en la contención de los crímenes.

Pero debajo de eso se advierten ya algunos signos de descomposición a los que nadie quiere poner atención. Los robos y asaltos callejeros son cada vez más frecuentes, pero ahora están apareciendo asaltos a viviendas que o no se denuncian, o se denuncian y no se les da la menor importancia.

Recientemente un grupo de jóvenes universitarios realizaba una tarea conjunta, en un domicilio particular. Fueron detectados por algún delincuente: siete muchachos trabajando en una sala, cada uno con su computadora, y obviamente cada uno con su teléfono celular. Quizá no había mucho efectivo, pero ese botín por sí mismo, ya era atractivo. Repentinamente un grupo armado se metió a la casa y despojó a los muchachos de sus computadoras y sus celulares. Por fortuna para cuando llegaron ya se había retirado la mitad del grupo inicial, pero ello no hizo que los ladrones desistieran. Así como ese caso hay muchos otros que han quedado sin respuesta de autoridad alguna.

La balacera de ayer ya empezó a generar comentarios de gente espantada y hasta desaforada. No se sabe si hay algo más allá de una venganza personal, de uno de los llamados ajustes de cuentas, pero el hecho es que de algún modo despierta temores que se suponían desterrados, Por eso es tan urgente que el caso sea esclarecido y los responsables sancionados.

Las autoridades no tienen espacio ya para dar las explicaciones de siempre, si quieren atajar un repunte violento o un ánimo de temor que empieza a manifestarse cada vez que hay un hecho de esta naturaleza.

LA REALIDAD DEL

PRI EN LA DERROTA

En Guasave no ocurrió sorpresa (sólo una parcial, pero que no revierte el resultado): de doce sindicaturas, ocho fueron para el gobierno de Armando Leyson Castro (no podemos decir con exactitud que para el PAN, quizá debiéramos definir como el PFL, es decir, el Partido de la Familia Leyson).

Aunque el PRI perdió la elección municipal apenas el julio del 2012, y se suponía que había mantenido intactas sus estructuras en Guasave, pero la realidad es que en las elecciones previas se había registrado ya un desgaste importante en la zona rural.

Le queda el consuelo de haber recuperado Juan José Ríos, que se les había venido negando, pero el tricolor quedó evidenciado: si no tiene el poder, no puede mantener su influencia sobre el electorado. La pregunta ahora es: ¿se mantendría esta correlación de fuerzas para la elección federal del año próximo?

Por lo pronto habrá que ver qué pasa en Mazatlán el año próximo. Aquí los priístas están sumamente desarticulados. Tanto que, como ya mencionamos antes, no tuvieron planilla oficial en Villa Unión, que es la sindicatura más importante del municipio. Es muy probable que no tengan más de una o dos sindicaturas, si les va bien.