EN LA GRILLA

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*Solución al predial: una cola adicional e inútil

*Sólo en Mazatlán se equivocan los satélites

*El dinero, una motivación que nunca se ausenta

FRANCISCO CHIQUETE

Desde temprano, los portales del palacio municipal bullen como los tiempos en que el mercado se hacía en espacios públicos. Pero la gente no acude a comprar, sino a pagar, pero sobre todo a aclarar.

Un grupo, cómodamente ensillado, está ya resignado a soltar el dinero. Están a las puertas de la Dirección de Ingresos, antes de entrar a la barra de cajas. Esos ya están más allá del bien y del mal, se convencieron, los convencieron o se resignaron y quieren salir ya del compromiso anual, tope en lo que tope.

Pero tras ellos se extienden dos largas colas, una ante el módulo permanente de Atención Ciudadana, donde la gente va a recoger su recibo, además de plantear otras inconformidades, dudas o necesidades. La otra línea está ante una mesa cualquiera donde un muchacho levanta apenas la vista cuando atiende a los quejosos del predial.

Es el módulo que anunció Catastro con bombo y platillo para atender los casos de errores o reclamos que lleve la gente sobre el valor de sus fincas y por tanto el monto del impuesto predial que deben pagar.

El primer caso que se le tocó presenciar al reportero fue el de una pareja de extranjeros que con intérprete de por medio hacía patente su insatisfacción por la cantidad que les aplicaban y que juzgaban elevada. Con calma, sin mayores aspavientos o preocupaciones, el empleado explica que los metros cuadrados de construcción cambiaron y eso hace que el impuesto crezca. En su idioma, los quejosos rechazan el supuesto aumento en los metros construidos, y su versión suena lógica, pues se trata de una casa en el Centro Histórico, donde todas las modificaciones están sujetas a la aprobación del Instituto Nacional de Antropología e Historia, que no suele autorizar nada. Ni siquiera baños nuevos o ventanas más seguras si éstas van contra el estilo y contemporaneidad del resto de la finca.

Al final, el empleado les recomienda tomar sus recibos –el actual y el del año pasado-, acudir a su casa a tomar fotos de fachada, techos y patio y con ellas en mano acudir a las oficinas de Catastro, donde buscarán a Dulce, para que vea su caso- y determine si hay error o no, es decir, si deben pagar menos o resignarse.

Vienen luego causantes nacionales. Es un matrimonio poco más allá de la mediana edad con semblante alarmado. La diferencia entre lo que pagaron el año pasado y lo que les cobran ahora es escandalosa. Por supuesto, rechazan haber construido absolutamente nada. La respuesta es invariable: “tomen fotos de su fachada, sus techos y su patio, y con los dos recibos vayan a las oficinas de Catastro para que revisen la situación y vean si existe algún error. Allá le van a resolver”.

Los causantes se suceden, pardos ante la mesa desde donde el empleado los ve sin emoción, sin agredirlos, sin ofrecerles alguna esperanza que por lo visto puede ser falsa. De todos modos el ciudadano está en desventaja: está de pie ante un funcionario sentado que con tranquilidad repite su letanía como un parlamento del que no puede salirse. Al ciudadano de repente le cae encima la presión para que se mueva, la gente detrás está impaciente por llegar a la mesa, con la certeza de que le asiste la razón y la idea de que saldrá de ahí con todo resuelto, pero es una impresión falsa, es una esperanza fallida, inútil, como cantaba Daniel Santos en los años gloriosos de la bohemia arrabalera.

En lo que estuvo el reportero frente al desfile de gente no hubo un solo dictamen definitorio, todos los quejosos fueron remitidos a la oficina de Catastro, donde el personal al mando de Refugio Gastélum ha estado rechazando las quejas, a ritmo de 12-3, es decir, doce ratificaciones y tres reconocimientos de error, según las estadísticas esgrimidas por el alcalde Carlos Felton para sentenciar que los problemas son muchos menos de los que se manejan.

Lo primero que se pregunta uno es ¿para qué sirve ese módulo?

¿Por qué hacer que la gente vaya al Palacio Municipal a hacer una cola mayor que la de las tortillas, nomás para que lo remitan a las oficinas de Catastro? ¿Por qué no mandarlos directamente a la unidad administrativa? Ya no hablemos del absurdo de declarar inválida prácticamente toda queja presentada, veamos por lo menos la forma en que la gente es tratada cuando la obligan a ir a un módulo que no tiene ninguna capacidad ejecutiva, que sólo les va a decir lo que a estas alturas todo mundo sabe: que deben ir a la oficina con sus fotos en la mano, independientemente de que tenga o no cámara, de que tenga para pagarle o no a un fotógrafo profesional o una impresora decente para poner en papel las imágenes de su celular.

Si ese es el favor que está haciendo el gobierno municipal, de estar dispuestos a permitir que la gente acuda a hacer las aclaraciones que busca. Nomás faltaba menos.

COMPARACIONES

Y ANTECEDENTES

Quienes aceptan que hay errores graves y reiterados explican que se trata de un uso equivocado de las tecnologías. Tomar fotos aéreas y hasta satelitales para determinar si las fincas tienen modificaciones importantes que alteren su valor es riesgoso porque, como ya hemos dicho, una lona tendida sobre el patio es capturada como se se tratase de una loza de concreto.

Hay quienes advierten incluso que si el vuelo o la toma de imágenes se hace en el pleno mediodía de un tiempo soleado, una sombra robusta puede llegar a aparecer como una edificación adicional. El problema es que Catastro tomó las imágenes y sus interpretaciones como definitivas, cuando su obligación era acudir a los domicilios para verificar las modificaciones que sus instrumentos dijeron haber detectado.

Además, uno se pregunta por qué es en Mazatlán donde ocurren estas cosas.

En Todos los demás municipios del estado, la preocupación de los alcaldes y sus colaboradores está en incentivar el pago, informar a la gente que ya todo está listo para recibir el pago.

Aquí todavía hay que esperar a que se aclaren las inconformidades y en última instancia a que la gente asuma el resultado que le están presentando.

Es difícil creer que Culiacán, con la sede del Instituto Catastral de Sinaloa, no haya utilizado los vuelos fotogramétricos o los satélites. Debe ser un hecho que ya le han entrado a la onda de la tecnología pero entonces ¿por qué sólo en Mazatlán hay broncas?

Ya ocurrió el año pasado, aunque aparentemente no con la fuerza y el número que ahora alcanzan las inconformidades. El año pasado tampoco hubo problemas de ese tipo en Culiacán o en Ahome, por citar ciudades grandes de la entidad.

Tampoco pueden ser ignorados los antecedentes.

Desde que se iba a poner en marcha el cobro del predial en Mazatlán, el equipo de ingresos del actual gobierno estaba preocupado por los visibles errores en los recibos y hasta convencieron al alcalde de que no diese luz verde a la emisión de los recibos, hasta no dispar las dudas. Pero eras nada menos que treinta y tres mil claves catastrales las involucradas en esta situación. Al final les ganó la prisa y la necesidad de ingresos para pagar la segunda quincena y ver qué ole podían meter a las acciones de los primeros cien días de gobierno.

Aunque nadie quiere mencionarlo formalmente, hay una sospecha en la mente de todos: desde el año pasado se empezó a alterar el nivel de cobros, no como una trampa política para la administración que iniciaba, sino como una práctica cotidiana para robustecer los ingresos del municipio, desde mucho antes que se viniese la sucesión y se supiese quién sería el sucesor.

Es que, aunque parezca increíble, la persona que maneja ese asunto, el predial, gana comisión sobre lo que recaude, y de acuerdo con lo que se dice, el ingreso mensual a quien ocupaba la titularidad de ese puesto (ya con una jubilación, por cierto) pasó de 80 mil a cien mil pesitos mensuales. Eso explicaría muchas cosas.