Hija y nieta del clan de los Aguilar, la pequeña de la saga ya vuela sola con sus discos, sus giras y sus tres nominaciones a los Grammy
De camino al rancho, el chofer señala una estatua en Villanueva: es El charro de México, a lomos de su caballo, que alza las manos al aire con elegante soberbia equina. Estas tierras de Zacatecas tienen un nombre propio: Antonio Aguilar, el cantante, el actor, el jinete que levantó su imperio rústico junto a su esposa, Flor Silvestre, lo mismo, cantante, actriz, amazonas. El paisaje es de cordilleras suaves y áridas, cactus, de tanto en tanto se levanta, como de la nada, una pequeña colina en forma de sombrero tejano. Los palo bobos están florecidos. La vista se serena en el trayecto semidesértico con sol de invierno. Algo más adelante, arriba de una loma, una cruz señala el rancho de los Aguilar-Silvestre, ambos fallecidos. Y aún queda un poco para llegar al del hijo, Pepe Aguilar, cantante y jinete también. Charro. Junto a la casa está la antigua hacienda familiar, donde tíos, hermanos, primos, todos han levantado sus casas en el terreno heredado. La iglesia la cedieron al pueblo.
El interés de los medios de comunicación es hoy Ángela, la hija pequeña de Pepe Aguilar y Aneliz Álvarez, que ya tiene una nominación a los Grammy y dos a los Grammy latinos, con 18 años. Desde los ocho cantaba en los palenques y sus largos vestidos se salpicaban con la sangre de los gallos muertos en la pelea, las sangrientas apuestas que preceden al cante tradicional mexicano en estas arenas. Lo dice sin espanto, aunque reconoce que esas pelelas no son lo suyo. Ella prefiere los perros, en la finca hay 15, cada uno duerme con el suyo: tres xoloescuincles originarios, cinco pugs negros y otros tantos de otras razas. Pero la joya de la corona son los caballos. Educados en la alta escuela española, los Aguilar bailan con ellos en sus actuaciones y a la grupa cantan corridos, mariachis, rancheras. Ángela Aguilar tiene tres, uno negro gigante, Caralinda, canela con la cara manchada de blanco y los ojos azules, y el pequeño Speedy, regalo del rey de la ranchera, Vicente Fernández, fallecido el pasado 12 de diciembre para pesadumbre del país entero. “Era como mi abuelo, vino al entierro del mío, me llamaba tras las actuaciones, siempre fue muy bueno conmigo. Le admiraba como artista”, dice la muchacha.
Una glorieta a la entrada del rancho anuncia la Navidad con un nacimiento de grandes piezas cerámicas. En el enorme porche que rodea la casa hay otro más moderno sobre una mesa, y un abeto con bolas rojas y doradas. Un gran zaguán expone bellas monturas sobre caballetes y fotos familiares. La saga de artistas está en forma. Angelita, como la llaman en casa, se presenta maquillada para las fotos, vestida de calle, con botines de piel de vaca (una nueva marca que quiere promocionar), y un collar y pendientes de chaquira, artesanía indígena wixarika de Zacatecas. Como dicen sus discos, ella es mexicana hasta la médula, aunque nació en Los Ángeles, donde la familia suele vivir. La pandemia los devolvió al rancho y ahí siguen el matrimonio y los tres hijos. Aneliz, la madre, es la que pone orden en la casa, la que los conecta con la tierra. Su hija Ángela no se separa de ella, aunque admite predilección por su papá: “Jugamos al backgammon, es mi productor, mi director musical, empecé de su mano”. Ahora vuela sola. Tiene más de siete millones de seguidores en Instagram. “Muchos ojos, sí, pero qué padre”. Su hermano Leonardo también hace pininos en la música, junto a ellos.
Ángela es una jovencita mimosa. Muy guapa. Es como una barbie (una muñeca a su imagen y semejanza es parte de su merchandising), con armarios llenos de vestidos para los escenarios y enormes uñas de fantasía que no la dejan tocar el piano. Una muchacha extrovertida, parlanchina y de carcajada limpia, que monta sus caballos, besa a sus perros, y trabaja para ser un nombre inolvidable del mariachi sinfónico. Pasa meses fuera de casa, actuando con su padre o sola, y en la hacienda familiar se está construyendo su propio rancho, estilo marroquí, con una acequia como antesala del porche. Sentimental, cursi y fresita (pija). Así se define. De tanto en tanto, suelta términos y expresiones en inglés, se ha criado en Los Ángeles. Y a cada rato interpela a su madre. Habla alto y ríe sin parar. En sus brazos, ajena a la entrevista, duerme Niña, la perra pug, que ronronea como un gato.
“Voy a España como dos veces al año, me encanta, y cuando sea mayor me quiero retirar en España, no sé si en Granada, que me fascina”, dice casi antes de poner la grabadora.
Pregunta. Pero con estos ranchos, ¿para qué España? ¿Va por algo en concreto?
Respuesta. A comer, literal, vamos a comer y a comer. Híjole, cada vez que vamos tengo que decirle al chavo que me hace los vestidos que los haga un poquito más grandes, jaja.
P. Sigue con la tradición de su familia, ¿no preferiría cantar reguetón?
R. No, el reguetón no creo que esté en mi camino, la ranchera me gusta, porque es difícil. No quiero que cantar sea como despertar. Cada canción debe ser un esfuerzo, es la única forma de honrar a tu público. Intenté cantar otros géneros, de chiquita, pero se me hacían sin chiste. Admiro a Rocío Dúrcal, Lola Beltrán, Jorge Negrete, Rosita Quintana. Y obviamente a mi papá, Pepe Aguilar. Quería ser como la semilla de la canción popular para que la gente siguiera cantándola.
P. Pues no parece que haya en estos géneros mucho relevo generacional.
R. Yo creo que hace tres o cuatro años, con Christian Nodal, empezó el movimiento de los jóvenes, pero no nació con intenciones correctas, sino porque él tenía un millón de vistas en You Tube y querían tratar de hacer algo así, no por el amor al mariachi.
P. ¿Está al tanto de la actualidad, sabe, por ejemplo, que el Estado de Zacatecas acaba de aprobar el matrimonio igualitario?
R. Estoy extremadamente a favor de los derechos humanos, del derecho a poder ser quien se quiera ser. México es una sociedad… [“mamá voy a decir algo horrible, no te enojes”, le dice a su madre, sentada en el sofá]: machista, México es una sociedad extremadamente machista, pero un machismo que está en la sangre de los mexicanos. Y a mí se me hace súper mal.
P. Las letras de sus canciones también son machistas, podrían ser de la época de su abuela.
R. Yo he cantado de todo. Yo soy binary woman, pero que yo viva de cierta forma no quita para que no apoye lo demás. Pero sí, el género que canto es muy machista, Paloma negra, La Chancla, mi primer éxito, es un poco machista.
P. ¿No le pasaba como al clan de Lola Flores, que de madrugada despertaban a los niños para que les cantaran a los amigos?
R. Yo cantaba en los palenques a los ocho años, y ahí se empieza a las 12 de la noche y se termina a las tres de la mañana. También canté el himno nacional de Estados Unidos para Barack Obama en la casa de Antonio Banderas.
P. Menuda fiesta.
R. Sí, me han puesto a cantar en lugares con gente importante, presidentes, gobernadores. Cuando Obama, estaba muy chiquita, ahí sí se pasaron mis padres, jaja. El himno nacional americano, o sea, por el amor de Dios, que alguien me explique por qué dejaron a una niña hacer eso, jaja.
P. Cuente, cuente.
R. En México he cantado en casa del presidente… ¿Cómo se llamaba aquel presidente, mamá? Eso es, Felipe Calderón, que es amigo de mi tío. También para el alcalde de Los Ángeles, varios gobernadores. Con Rubén Blades, los Dodgers, Fito Páez. Ay, yo no sé por qué me han hecho hacer estas cosas, jaja.
P. Oiga, ¿y no se ve como la niña de papá?
R. Yo creo que antes lo era, ¿no? Ahorita ya no tanto. Siempre me he llevado muy bien con mi papá. Estamos más conectados, somos muy sentimentales. Sí, yo creo que sí soy niña de papi, la verdad.
P. ¿Se ve fresita?
R. ¿Se me va quitando, no? Pero soy muy cursi en general, soy como una niña buena.
En el paseo por la finca, madre e hija muestran un pequeño museo donde guardan los trajes de charro que usó el abuelo Antonio en sus actuaciones, los de su hijo Pepe, todos primorosamente bordados y con botoneras de plata en forma de cabezas de toro, o con el fierro de la familia, que adorna también la rejería de la casa. Los trajes pesan más de lo que desearían los caballos. Allí están también los vestidos de los espectáculos de Ángela, algunos regalados por su tía y los heredados de la abuela.
P. Le gusta ponerse esos grandes vestidos.
R. Ah claro, desde chiquita. Ahí te va: la esposa de Marco Antonio Solís [el cantante], que es como mi tío, me regaló unas botas rosas de tacón, con seis años, mi mama enojadísima, ni en la ducha me las quería quitar. Y usaba un tutú de leopardo con una camiseta con brillos e iba al súper vestida de princesa. Siempre me ha gustado eso de ser como una quinceañera eterna. Y ahora lo soy.
Ángela Aguilar, que en marzo inicia su tercera gira en solitario, dice que no está al tanto de todo sobre la actualidad, pero que conoce lo importante.
P. ¿Qué le interesa en general, la política, el medio ambiente?
R. Híjole, la política no tanto, porque nada más me enojo y no hago nada al respecto. Pero el medio ambiente me tiene muy preocupada. El calentamiento global no es un invento, como decía el presidente ese que me caía tan mal. He tomado cursos sobre eso, en clase sembraba la comida que comía en la escuela. El mundo del fast fashion no me gusta, yo trato de comprar vintage o piezas únicas. Hay muchas marcas que no apoyo, pero, como las opiniones políticas no lo puedo decir. Yo apoyo la educación de la gente para que todo cambie.
P. ¿Qué le falta al México actual para ser mejor?
R. Híjole, esa pregunta está muy difícil. México es abundante en muchas cosas, tradiciones, valores, familia. Nos hace falta mucho apoyo e iniciativa para poder sacar a los niños de las calles. Yo grabé un video de una niña a la que su padre la quiere casar con un hombre muy mayor, y yo que creía que sabía los problemas de México y aún sigo en shock, he conocido que en algunos pueblos se siguen vendiendo a las mujeres, y no tenía ni idea. Así que hay otros problemas que ni siquiera se ven, no solo los niños en las calles. Pero yo todo lo regreso a la conciencia, dinero hay en México, una de las personas más ricas del mundo vive aquí, Carlos Slim, que es como mi tío.
P. Como su tío.
R. Literal. Dinero no nos hace falta, ganas tampoco, conciencia sí, y aprender y seguir aprendiendo y tratar de crecer y ayudar, y el futuro son los niños y hay que dejarles un buen futuro.
P. Zacatecas es uno de los Estados con más violencia y muertes de México.
R. Me da una tristeza tremenda, me rompe el corazón. Yo soy embajadora cultural de Zacatecas. Pero también veo la iniciativa del gobernador, la policía que se está agregando, para calmar un poco la pelea entre los carteles. Zacatecas siempre será mi hogar y espero que la gente se sienta segura al salir de casa. Está muy feo. México es muy rico en muchas cosas y muy pobre en otras. No nos ha ayudado estar al lado de Estados Unidos con las drogas y las armas. Cuando dijeron que atraparon al Chapo la gente creyó que se acababa el narcotráfico. Obviamente, no. Como cuando se muere Vicente Fernández, no se acaba la música mexicana. Esa es la situación en la que estamos. Es una verdadera tragedia, pero creo que el Gobierno está haciendo lo que tiene que hacer; tiene que hacer mucho más, pero se está apoyando a los municipios y ciudades, están mandado mucho Ejército. Espero que todo mejore.
El paseo por la antigua hacienda, de la mano de la madre, se detiene en las caballerizas. Allí sale la Ángela más fresa y la más auténtica, quizá. Se emociona a gritos cuando ve a sus caballos y les pide a los hombres que los cepillan que les saquen a sus favoritos para mostrárselos amablemente a la visita. Les levanta la pata y mide la pezuña con la palma de la mano. El caballo negro es enorme, gigante, como los que usa el padre en las actuaciones, porque Pepe Aguilar mide dos metros, más o menos. También hay un poni. Por los portones asoman la cabeza otros equinos, pintones, blancos, negros, canela. Bellos e imponentes. “Aquí todos están muy consentidos”, dice la mamá.
Es la hora de la comida, en manteles de vistosos colores de manta mexicana se extienden ya los platos de barro. “Mamá, I’m so hungry”. Pero el padre aún no llega. Cuando todos se sientan a la mesa, hablan de música, de qué si no. De sus proyectos, de otros cantantes, de la industria actual. El padre se despide después del postre y un cigarrillo: “Están ustedes en su casa”. Y Aneliz y su hija salen también a decir adiós a las visitas, cálidamente, como es la gente de pueblo, como son los charros.