Dos textos de Cioran

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Melchor Inzunza

“Cioran es un escritor que une la perfección a la lucidez. De él pude disfrutar la sensación a la vez mística y metafísica, el vértigo cristalino, el vértigo de la transparencia”: Octavio Paz

Émile Michel Cioran (1911-1995), rumano-francés, es el pensador más heterodoxo (hereje dentro de la herejía), escéptico y perturbador (dice lo que no queremos oír). De sus obras –la mayor parte escrita en Francia–, elegimos dos textos breves, extraídos de Breviario de podredumbre (Précis de décomposition, Editions Gallimard, París, 1949).

Alguien ha dicho que la risa es el rumor de fondo de su prosa, como murmullo de ese mar que fue llamado el de la risa innumerable. Acérquese a los textos cioranos y ponga oído a ese rumor. ¿Lo escucha?

Oigalo “con los ojos, ya que están tan distante los oídos”, como en el verso de Sor Juana.

Los lectores de Sinaloa en Línea no se arrepentirán. ¿O sí?

Defensa de la corrupción

E.M. Cioran

(1949)

Si se pusiera en un platillo de la balanza el mal que los «puros» han derramado sobre el mundo y en el otro el mal proveniente de los hombres sin principios y

sin escrúpulos, es el primer platillo el que inclinaría la balanza. En el espíritu que la propone, toda formula de salvación erige una guillotina… Los desastres de las épocas corrompidas tienen menos gravedad que los azotes causados por las épocas ardientes; el fango es más agradable; hay más suavidad en el vicio que en la virtud, más humanidad en la depravación que en el rigorismo.

El hombre que reina y no cree en nada, he aquí el modelo de un paraíso de la decadencia, de una soberana solución de la historia. Los oportunistas han salvado a los pueblos; los héroes los han arruinado. Hay que sentirse contemporáneo, no de la Revolución y Bonaparte, sino de Fouche y Talleyrand: no le ha faltado a la versatilidad de estos más que un suplemento de tristeza para que nos sugirieran con sus actos un Arte de vivir.

A las épocas disolutas corresponde el mérito de haber puesto al desnudo la esencia de la vida, de habernos revelado que todo no es sino farsa o amargura, y que ningún acontecimiento merece ser emperifollado, puesto que es necesariamente execrable. La mentira tramada de las grandes épocas, de tal siglo, de tal rey, de tal papa…

La «verdad» sólo se vislumbra en los momentos en los que los espíritus, olvidados del delirio constructivo, se dejan arrastrar por la disolución de las morales, de los ideales y de las creencias. Conocer, es ver; no es un esperar ni emprender.

La estupidez que caracteriza las cimas de la historia sólo tiene equivalente en la inepcia de sus agentes. Si se llevan hasta el fin los actos y los pensamientos es por una falta de agudeza. A un espíritu liberado le repugnan la tragedia y la apoteosis: las desgracias y las palmas le exasperan no menos que la banalidad. Ir demasiado lejos, es dar infaliblemente una prueba de mal gusto. El esteta tiene horror a la sangre, a lo sublime y a los héroes… No aprecia ya más que a los bromistas…

El hastío de los conquistadores

E. M. Cioran

(Fragmentos)

…Éste es un libro que nunca se acaba de leer; al cerrarlo, uno se repite: “El Árbol de la Vida no conocerá ya primavera: es madera seca; de él, harán ataúdes para nuestros huesos, nuestros sueños y nuestros dolores”.» Fernando Savater

París pesaba sobre Napoleón, según confesión propia como un «manto de plomo»: diez millones de hombres perecieron a consecuencia de ello. Es el balance del «mal del siglo», cuando un René a caballo es su agente. Ese mal, nacido en la ociosidad de los salones del XVIII, en la molicie de una aristocracia demasiado lucida, hizo estragos lejos, en los campos: los campesinos debieron pagar con su sangre un modo de sensibilidad, extraño a su naturaleza, y, con ellos, todo un continente.

Las naturalezas excepcionales en las que se ha insinuado el Hastío, que tienen horror de todo lugar y la obsesión de un perpetuo más allá, sólo explotan el entusiasmo de los pueblos para multiplicar los cementerios. Aquel condotiero… tuvo como misión inconfesada despoblar la tierra.

El conquistador soñador es la mayor calamidad para los hombres; pero ellos no por esto dejan de idolatrarle, fascinados como están por los proyectos estrambóticos, los ideales dañosos, las ambiciones malsanas. Ninguna persona razonable fue objeto de culto, dejó un nombre, marcó con su huella un sólo acontecimiento… Cada generación eleva monumentos a los verdugos de la precedente. No es menos cierto que las víctimas aceptaron de buen grado ser inmoladas en el momento en que creyeron en la gloria, ese triunfo de uno solo, esa derrota de todos…

La humanidad no ha adorado más que a los que la hicieron perecer. Los reinos o los ciudadanos que se extinguieron apaciblemente no figuran en la historia, ni tampoco el príncipe sensato, en todo tiempo despreciado por sus súbditos; la multitud gusta de lo novelesco, incluso a sus expensas, pues el escándalo de las costumbres constituye la trama de la curiosidad humana y la corriente subterránea de todo suceso. La mujer infiel y el cornudo proveen a la comedia y a la tragedia, sin excluir la epopeya, de la casi totalidad de sus temas. Como la honestidad no tiene ni biografía ni encanto, desde la Ilíada hasta el sainete sólo el brillo del deshonor ha divertido e intrigado.

Es, pues, muy natural que la humanidad se haya ofrecido como pasto a los conquistadores, que quiera hacerse pisotear, que una nación sin tiranos no haga hablar de ella, que la suma de iniquidades que un pueblo comete sea el único en índice de su presencia y vitalidad. Una nación que ya no viola está en plena decadencia; es por su número de violaciones por el que revela sus instintos, su porvenir…

Historia Universal: Historia del Mal. Quitar los desastres del devenir humano vale tanto como querer concebir la naturaleza sin estaciones. Si no habéis contribuido a una catástrofe, desaparecéis sin dejar huella. Interesamos a los otros gracias a la desgracia que sembramos en nuestro derredor. « ¡Nunca hice sufrir a nadie! »: exclamación por siempre extraña a una criatura de carne y hueso. Cuando nos entusiasmos por un personaje del presente o del pasado, nos planteamos inconscientemente la pregunta: “¿Para cuantos seres fue causa de infortunio?” ¿Quién sabe si cada uno de nosotros no aspira al privilegio de matar a todos nuestros semejantes? Pero este privilegio esta repartido entre un pequeño grupo de gente y nunca por entero: esta restricción explica únicamente por qué la tierra está poblada todavía. Asesinos indirectos, constituimos una masa inerte, una multitud de objetos frente a los verdaderos sujetos del Tiempo, frente a los grandes criminales cumplidos.

Pero consolémonos: nuestros descendientes próximos o lejanos nos vengarán. Pues no es difícil imaginar un momento en el que los hombres se degollarán los unos a los otros por asco de sí mismos, en el que el Hastío dará cuenta de sus prejuicios y sus reticencias, en el que saldrán a la calle a apagar su sed de sangre y en el que el sueño destructor prolongado a través de tantas generaciones llegara a ser patrimonio común…