La internacional guerra de las bandas; urge la reglamentación; el reparto de las culpas
FRANCISCO CHIQUETE
¿Cuántos carnavales podemos organizar y protagonizar los mazatlecos? Muchos, sin duda. No se trata sólo de la fiesta que se realiza anualmente y que ha pasado a ser tradición cultural, al tiempo que movimiento económico. Eso mismo estamos viviendo con la rebelión de las bandas, un capítulo que exhibió nuestra capacidad bullanguera, nuestro apego a las causas y la incapacidad de las autoridades para enfrentar asuntos de la vida diaria.
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Hasta dónde llegó el famoso pleito del jolgorio, que el periódico español El País colocó en portada una nota encabezada así: Playas de Mazatlán: ¿cuándo la música se convierte en ruido? El auge del turismo ha multiplicado las bandas en la costa de Sinaloa y se ha desatado el debate entre la fiesta y la siesta.
Curiosidades así se desataron en publicaciones de Estados Unidos, América del Sur y otros puntos del mundo, amén de toda la prensa nacional, que le dio seguimiento como si se tratase de una guerra convencional.
Aunque la confrontación entre bandas y empresas turísticas viene de mucho tiempo atrás fue el hotelero Ernesto Coppel Kelly el que desató la madre de todas las batallas, con unas declaraciones a su estilo, directas, fuertes, con aire de superioridad que sirvieron de pretexto para que muchos que, como dijo un usuario de Facebook, jamás han jalado una banda, se envolvieran en la bandera de la defensa de nuestras tradiciones y el derecho de los músicos a ganarse la vida.
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Antes que Coppel, la administración del desarrollo Camino al Mar ya había colocado letreros prohibiendo la actuación de las bandas en la zona de playa contigua, aludiendo a un reglamento que todo mundo da por hecho, pero que en realidad no existe, pues aunque el problema es real, ninguna autoridad se ha atrevido a entrarle.
La cosa es que desde hace años, las bandas modestas se sitúan en áreas de la playa para ganarse la vida. EL Recodo, la MS, la Arrolladora o la Original Banda El Limón, por citar algunas, están fuera de ese problema. La onda bandera que recorre el país e incluso impacta en el extranjero, les genera agendas saturadas y llenos completos, como pasa con artistas del ramo, como Julio Preciado, El Coyote, Pancho Barraza.
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El problema es con las agrupaciones desconocidas, que carecen de proyección y que dada la carestía de sus servicios, sufren para conseguir contratos, pues las fiestas populares ya se hacen con bocinas propias o equipos de sonido de renta. Ellos han encontrado en la afluencia turística una especie de autoempleo, tocando por pieza, por fracciones de hora y hasta por la coperacha donde caiga, y qué mejor que en las playas cercanas a hoteles donde hay visitantes con la espiritualidad etílica a flor de piel.
Además durante periodos vacacionales como semana santa, verano o navidades, se viene una ola musical foránea, que trae grupos (banderos, chirrines y duetos y hasta solistas) que vienen con la esperanza de hacerse de una feriecita que les ayude a pasar el resto del año, y la oferta musical se incrementa en cantidad e intensidad.
En defensa de toda esta gente y “de nuestras tradiciones” se produjo una intensa movilización, sobre todo en las redes sociales. Muchos de los apoyadores por cierto no se presentaron a las manifestaciones bandísticas ocurridas frente al Pueblo Bonito y al Valentinos. Algunos de ellos son viejos revolucionarios que lucharon por emancipar a la sociedad desde los cafés o las asambleas universitarias y que hoy se manifiestan por las redes. En ese furor hubo una serie de expresiones que fueron desde la conversión de Coppel Kelly en el enemigo público número uno hasta la exigencia de que los hoteleros se lleven a los gringos a la sierra, donde privan la paz y la tranquilidad (¿de veras será así?).
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Nadie se puso a ver si hay o no razón en las demandas de que se reglamente la presencia de los músicos, al menos en determinadas áreas.
Pedir la expulsión de los turistas es olvidarse de que Mazatlán vive fundamentalmente del turismo, ya sea extranjero o nacional, y que si bien una buena parte de los visitantes viene a divertirse en el reventón, hay momentos en que también requieren del descanso, y éste no se consigue cuando los grupos musicales están estacionados frente a su hotel, tocando ininterrumpidamente, sobre todo si los contrata uno de esos agricultores y transportistas que cobran sus servicios en dólares.
En realidad nadie se planteó prohibir la presencia de las bandas en la playa o en algún otro lugar de la ciudad. Ni Coppel Kelly se atrevió a tanto, pero cada cosa que dijo aumentó la irritación, incluyendo el ofrecimiento a músicos que no encuentran trabajo. Él los emplearía en sus hoteles y con mejores ingresos.
De lo que se trata indudablemente es de reglamentar, de crear formas de operar que garanticen el derecho de quienes se ganan la vida con la música, y también la operación adecuada que satisfaga a sus huéspedes y por tanto mantengan a Mazatlán como un destino turístico viable, pues son miles los empleos que dependen de ello.
¿Y la autoridad? ¡Bien, gracias! Aunque el alcalde Edgar González Zataráin se presentó a dialogar con los manifestantes y llegó a acuerdos para que puedan trabajar en zonas y horarios adecuados, las protestas siguieron. Y por si fuera poco, un agente policíaco sacó a relucir sus dotes gorilezcas y golpeó a uno de los manifestantes, lo que la policía no hace ni con los delincuentes más descarados.
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