DIEZ AÑOS: DEL CARNAVAL DEL FERVOR AL CARNAVAL DEL PAVOR

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Enrique Vega Ayala

Cronista oficial de Mazatlán

HECHOS Y RUMORES

En aquellos días Mazatlán vivía en la desazón. En medio de la guerra contra el crimen organizado que llegaba ya a escala nacional y las pugnas entre grupos delictivos por el control de la plaza, la inseguridad pública llegó a niveles nunca padecidos. Balaceras, asesinatos, levantamientos de personas, rondines en la ciudad y en áreas circunvecinas mantenían las alarmas sociales encendidas. Como casos ilustrativos basta mencionar unos cuantos:

En septiembre de 2009 causó conmoción la noticia de un cuerpo mutilado, repartido en cartones con cabezas de cerdo que fueron abandonados en dos lugares distintos: sobre la Av. Juan Pablo y frente a un Hotel en la Av. del Mar. Poco antes del inicio del Carnaval, el 30 de enero asesinaron a un policía ministerial frente a un trailer park. Diez días antes de inicio de la fiesta, (el 6 de febrero) ocurrió una balacera en el interior de un antro llamado Las Herraduras (antes llamado Toro Bravo), sobre la Av. del Mar; en ese hecho fueron asesinadas seis personas.

El reclamo de seguridad ante la proximidad del carnaval se vuelve tema preocupante. En un intento de tranquilizar las inquietudes, dos días después de la balacera mencionada, el Instituto de Cultura hizo circular una nota en la que aseguraba que la violencia no alteraría el programa de Carnaval, que se habían tomado las medidas necesarias para blindarlo.

En efecto, una de esas acciones preventivas opera el mismo día de arranque de la fiesta. El jueves de carnaval, alrededor de las 21:30 horas, elementos del Ejército arribaron a la zona de Olas Altas tras el reporte de que en el tercer piso del Hotel Freeman presuntamente había personas armadas. El operativo militar incluyó desalojo de comerciantes y asistentes específicamente en el tramo del malecón frente al hotel. Ciertamente no había mucha gente en esos momentos, era el primer día de festejos y la coronación del Rey de la Alegría reunía a la multitud en otra parte. El cateo transcurrió sin novedad, pero el mitote de que algo había pasado en el área carnavalera ya estaba sembrado.

Los datos oficiales de asistencia al baile popular en Olas Altas dan cuenta del impacto de los rumores. Desde el viernes se registró una baja afluencia. La concurrencia al Combate Naval apenas alcanzó poco más de un tercio de la que se tuvo un año antes (mientras en 2009 se contabilizaron 64 mil espectadores para el festejo pirotécnico, en 2010 apenas pasaron los 23 mil). El domingo y el lunes estuvieron por el estilo.

Diversas notas que se publicaron en medios y en las redes sociales se menciona que la rumorología estaba desatada: que si algún grupo delincuencial habían puesto mantas con amenazas contra el gobierno federal, anunciando replesalias por las persecusiones militares; que si el presunto dueño de la plaza iba a usar los balcones de un hotel para armar borlote en alguno de los desfiles; que si habían amenazado con secuestrar a la reina del carnaval o con matar al rey de la alegría; entre otros rumores.

La psicosis

Todo había transcurrido sin contratiempos hasta el inicio del último desfile de ese carnaval. Bajo el tema “Fervor Patrio”, la fiesta se inscribía en la conmemoración del Bicentenario de la Intependencia y el Centenario de la Revolución, con carros alegóricos, comparsas y adornos alusivos a esos hechos. Con una asistencia regular poco después de la hora anunciada inició la procesión “a la altura del Acuario”. Empezaba a caer el sol, ya había pasado casi la mitad del contingente frente al “Caliente”, conocido casino en ese tiempo, cuando todo empezó.

La versión oficial, en boca del Presidente Municipal en funciones, fue que se trató de “algo orquestado contra el carnaval por intereses político electorales”, provocado por líderes de colonos a los que, según anunció en entrevista de banqueta esa misma noche, exhibiría y denunciaría, porque había videos que los incriminaban. Finalmente no hubo tales denuncias ni se supo nada de las supuestas escenas grabadas. Con ello se diluyó esa conclusión.

La policía hizo correr la nota de un pleito “entre cholos” como el suceso originario del drama. Pero tampoco presentaron detenidos o acusados de esa pelea callejera. Eso si, desde la Dirección de Seguridad Pública desmitieron el trascendido de que hubo balazos que desencadenaran el pánico colectivo.

También se sabe que hubo dos oleadas de pánico. La primera que al parecer se sucitó al grito ¡Corran, hay balazos! o algo parecido. Y la segunda que, según dicen, correspondió a la llegada presurosa a la escena de un grupo de marinos.

El caso es que miles de personas fueron víctimas de la psicosis. Todo mundo empezó a correr buscando refugio. Unos hacia las calles aledañas otros hacia la playa. Los participantes en comparsas y carros alegóricos abandonaron sin más el contingente. La oleada del rumor fue tan rápida que alcanzó y rebasó a la descubierta del desfile; llegó más rápido a Olas Altas que la parada. Sobre la Av. del Mar quedaron por un buen rato las alegorías rodantes iluminadas, solo la Reina se mantuvo en su carroza hasta el final del recorrido, a pesar de la suspensión y del consecuente retraso.

Dejo como testimonio de aquel infausto suceso la mejor crónica que se publicó al día siguiente.

Estampida en el Desfile de Carnaval

Francisco Chiquete

De repente vimos que corría todo mundo y corrimos nosotras también. Dos jóvenes muchachas que hacían escolta al carro del rey de la alegría narran su experiencia.

Oímos gritos, todos corrían, luego vimos que el Centenario (el rey de la alegría) brincaba desde lo alto de su carroza alegórica, los músicos brincaron también y se fueron corriendo, nosotros corrimos también y nos refugiamos en el Seguro viejo. El niño que manejaba el tractor del carro del Centenario también brincó al suelo para correr, pero nadie sabíamos qué había pasado.

-En la carrera vimos señoras tiradas, niños que lloraban solos, suéteres, sillas abandonadas, todo mundo tenía miedo.

-Mi tío tiene una farmacia ahí, quise correr hacia allá, pero vi que estaba cerrando porque ya tenía lleno de gente que se había refugiado con él.

-En el Seguro la gente decía que había habido balazos, que hubo muertos y, como todos nos decían «córranle», pues todos corrimos.

Todos corrieron. Decenas de miles de personas corrían desaforadas, se atropellaban, se empujaban, buscaban rebasarse, trataban de regresar para buscar a sus hijos pequeños. Adultos mayores, jóvenes, señoras con sobrepeso, chamacas anoréxicas, todas y todos se lanzaron a buscar un refugio en medio de la angustia colectiva. Dos doñas arrollaban a todo el mundo con las sillas que cargaban, una de cada lado.

-Poco a poco las cosas se fueron calmando, pero se vino otra ola, todos nos preguntábamos ahí qué tanto estaba pasando otra vez -recuerdan las jóvenes narradoras.

Mi experiencia a distancia: la llamada me llegó a la altura de Soriana Insurgentes: -Papá, ¿qué pasó? Todos tuvimos que correr porque decían que hubo balazos.

La primera comunicación fue con el director de la Policía Preventiva. Trinidad Tirado Olvera respondió el celular a gritos, agitado y alternando mi llamada con otras a su equipo de radiocomunicación. Entrecortado por los problemas del sonido, y por la plática triple, simultánea, del funcionario, alcancé a entender que no había habido un motivo real, que no hubo balaceras ni agresiones, si acaso un pleito de cholos, pero quedé en llamarle un poco más tarde para confirmar, pues evidentemente aún estaba dirigiendo el operativo.

Antes de cinco minutos, el conductor de un safari me interpela, ya sea por hacer conversación o porque me habría identificado como periodista: «Hubo una matazón ahorita en el De Cima ¿verdad?». Traté de explicarle que todo había sido una confusión, que aparentemente sólo fue el tropel de miles de personas asustadas, pero no atendió mi explicación. El siguió mascullando su indignación por los hechos que le habían contado, entre mentada y mentada.

Entonces empezaron las llamadas de amigos de Culiacán, pero eran intentos vanos. Apenas sonaba el celular, se cortaba la comunicación y aparecía el indicativo de «red ocupada». La red, en efecto, estaba ocupada.

Todos querían hablar, informarse e informar de los escandalosos sucesos que cualquiera creía tener bajo dominio.

Camino al Seguro Viejo, la circulación se iba haciendo más densa. De carro a carro se escuchaban las conversaciones, las llamadas telefónicas. Todas aludían a la balacera del malecón.

En contacto con los compañeros de la redacción y otra llamada del director de la Policía nos fuimos enterando: el problema empezó probablemente a la altura del Caliente, con un pleito de cholos. Una versión habla de que hubo gente infiltrada entre carro y carro que dio la voz de alarma para que todos corrieran. No faltó quien dijera que habían sido los comuneros de la Picachos.

Entre los corrillos se hablaba de que la reina del Carnaval había sido secuestrada; otros aseveraban que habían balaceado al Centenario, en su carroza real. También se vio pasar a un grupo de hombres armados. Más tarde, una señora de la Lázaro Cárdenas desmentía los desmentidos: «¡Cómo no! si a mi sobrino le dieron un balazo en el hombro», argumentaba. Hubo quien vio cómo de un carro blanco -que luego fue gris- se hacían disparos en plena desbandada, a la altura de la Central Camionera.

En pocos minutos los carros alegóricos quedaron solos, abandonados en la Avenida del Mar. Abandonados por el público y por los tripulantes.

La ola de miedo se adelantó a la marcha de los vehículos y llegó al Paseo Claussen, a Olas Altas, de donde hubo familias que salieron huyendo, con el temor en el rostro, el corazón y la cabeza.

En su refugio, el vendedor de cronchitos sacaba su balance: «No he vendido ni una bolsa, pero me he encontrado cinco celulares». Muy pocos atinaron a recoger sus pertenencias y hasta los hijos quedaron al garete.

En pocos minutos el área estaba tomada por la policía. El Ejército intervino y muy probablemente su carrera sobre la avenida fue lo que provocó la segunda oleada del miedo colectivo.

En la radio, Jorge Abel López Sánchez no podía contener su indignación.

-Fue -reiteró su tesis de un día anterior- algo orquestado contra el Carnaval por intereses electorales.

Narró una delirante versión en la que se escenificó el pleito entre dos jóvenes de aspecto cholo, con gente dando voces para que el público huyera, mientras se echaba a andar una moto con los escapes tapados, cuyo sonido hacía el efecto sonoro de disparos.

En todo caso, adelantó que este miércoles destaparía a una mujer del ámbito político que fue sorprendida mientras le gritaba a la gente que se fueran, que huyeran, y que la culpa de todo esto la tenía el mal gobierno de Jorge Abel, al que este año vamos a sacar con las elecciones.

En los corrillos periodísticos se supo que la futura acusada es la líder colona conocida como La Miguelina, quien ha colaborado con diferentes partidos y políticos de oposición al PRI.

En sus entrevistas, el alcalde insistía en llamar a la gente a acudir a Olas Altas: «El Carnaval ha sido alegre, divertido y -sobre todo- seguro, sin incidentes graves», invitaba.

Pese a la aclaración, los rumores siguieron. La reina, que como todas las muchachas de los carros alegóricos fue rescatada por el personal operativo y llevada a las instalaciones de Cultura, seguía secuestrada, según el imaginario popular. El Centenario siguió condenado a muerte a balazos sobre su carroza, pese a la agilidad con que saltó de ella.

Los correos electrónicos, las llamadas telefónicas y los chateos, tanto de dentro como de fuera de la ciudad, insistían en las balaceras que no se dieron.

-Qué lástima -coincidían los mazatlecos de la diáspora-. El carnaval no tenía por qué terminar con esas muertes o disparos que, por lo menos, la hermana de alguno de los comunicantes dijo haber atestiguado.

Por si fuera poco, en el semáforo de Gabriel Leyva y Josefa Ortiz de Domínguez, la tripulación de la patrulla 065 de la municipal platicaba a voz en cuello. -Pero, ¿tú oíste la ráfaga? -preguntaba el oficial, bien agarrado en su asiento, mientras la agente, güera intrépida, que iba casi a horcajadas sobre la caja, respondía con imprecisiones que «bueno, sí, que en ese momento el radio… que la gente …» y el cambio de luz, que impidió conocer la respuesta final.

El Sol de Mazatlán

17 de febrero de 2010