DÍA DE MUERTOS

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Algunas leyendas de Sinaloa:

apariciones, pactos y muertes

FRANCISCO CHIQUETE

Apariciones, pactos diabólicos, protección desde el más allá, son los temas centrales de las leyendas que destacan en Sinaloa y que retoman fuerza durante estas conmemoraciones de difuntos.

Algunas se sitúan como acontecimientos de casi doscientos de años atrás, como la Capilla del Diablo en San Ignacio, otros vienen de los inicios del siglo XX, como la historia de Jesús Malverde y hasta las hay contemporáneas o casi, como la muchacha del Cerro de la Memoria, en Los Mochis.

LA CAPILLA DEL DIABLO, EN SAN IGNACIO

La de San Ignacio tiene mucho arraigo entre los pobladores del municipio, pues se atribuye a una familia que aun existe y es prolífica, con gran arraigo en la región.

Se cuenta que un hombre llamado Bernardo Escobosa llegó a tal grado de desesperación porque el comercio y la minería no le daban fortuna, que se atrevió a ofrecerle su alma al diablo a cambio de grandes riquezas. El diablo, que siempre sabe aprovechar una buena oferta, le concedió cuanto pedía, pero después de disfrutar de lo obtenido, don Bernardo intentó evadir la obligación adquirida e intentó escapársele al diablo.

Escobosa era un inmigrante español que en 1840 vino atraído por la fama de la minería sinaloense, actividad que no sólo generaba dinero a quienes explotaban los fundos, sino que enriquecía también a quien ejercía el comercio, pero como quedó dicho, ni una ni otra rama le fueron propicias.

Dicen que ya rico gracias al pacto diabólico, hizo construir una capilla sobre un cerro de 400 metros de altura, de modo que al ser enterrado ahí, lo mismo que sus herederos del mismo nombre, quedaran protegidos e la persecución maldita. Pero se asevera en otras fuentes, que en realidad el sitio fue escogido por el mismo diablo; que el día en que don Bernardo estaba por ser enterrado, provocó un fuerte viento que se llevó el cuerpo hasta la punta del cerro y que fueron los familiares quienes mandaron edificar el templo buscando la protección divina para su alma perseguida.

Hoy en la cabecera municipal cualquiera sabe dar santo y seña de esa historia. El investigador Ramón Larrañaga Torróntegui trabaja la historia del municipio y publicó recientemente esta leyenda con lujo de detalles. La capilla existe, aunque abandonada, y en su interior no tiene sino las tumbas de varios miembros de la familia Escobosa, varios con el nombre de Bernardo. Se asevera también que finalmente del original, el que hizo el pacto, no hay rastros de una tumba que guarde sus restos.

LA MUJER DE BLANCO, EN COSALÁ

En Cosalá, antigua población también de origen minero, se corre la voz de una aparecida que frecuentemente recorre la casa que en su tiempo construyó la familia Hernández Aragón cuyos miembros controlaron por generaciones buena parte del dinero y el poder en esa localidad.

Nadie sabe de quién puede haber sido ese fantasma, pues en lugar de cara tiene las facciones de una calavera. La mujer se mueve flotando, lo mismo que sus cabellos. Se asevera que cruza las paredes y reaparece en habitaciones y corredores, siempre vestida de blanco.

JESÚS MALVERDE, EN CULIACÁN

La leyenda más divulgada de Sinaloa es sin duda la de Jesús Malverde.

La historia, rescatada por la gente y asentada en las postrimerías del porfiriato, refiere a un bandido que operaba en los alrededores de Culiacán, al que no se le podía echar mano, pese al interés personal que el gobernador Francisco Cañedo puso en el caso.

Cuando por fin lo atraparon y lo ahorcaron, se ordenó que el cuerpo quedara colgado, como escarmiento, pues Malverde tenía el apoyo popular gracias a que compartía cada botín con la gente de escasos recursos, quienes nunca dieron a la policía indicios de su paradero. Con el paso de los días el cuerpo se descompuso y se desprendió del árbol del que pendía, pero permaneció insepulto ahí mismo, pues había pena de cárcel a quien lo moviese.

En respuesta, cada uno que pasaba por el sitio, dio en llevar una piedra que arrojaba sobre el cadáver, de modo que sin desobedecer, en poco tiempo el promontorio cubrió los restos mortales. Pronto el ánima de Malverde empezó a hacer favores a la gente, en agradecimiento por la protección de su cadáver.

La historia ha sido retomada y romantizada por escritores, dramaturgos, cineastas y periodistas. Óscar Liera, autor teatral sinaloense escribió y montó una excelente obra de teatro (El jinete de la divina providencia) que luego fue convertida en película bajo el mismo nombre por el director sinaloense Óscar Blancarte.

Desde el principio se dijo que Jesús Malverde era el santo de los bandidos, a los que protegía de las persecuciones gubernamentales y luego fue adoptado por los narcotraficantes.

Hubo un hombre que construyó un pequeño cobertizo de láminas sobre el sitio del promontorio y con ello dio forma al culto. Sobre todo esa clientela tan especializada, empezó a hacer donativos importantes, que el mayordomo, como se hacía llamar, administraba y decía destinar a dar ayuda a los pobres. Se trataba de Eligio González, quien desde 1970 se decía beneficiario de un milagro del supuesto santo, quien le concedió la salud cuando ya se encontraba prácticamente en agonía.

Cerca de 1980, el gobierno de Alfonso G Calderón construyó por el rumbo las instalaciones actuales del gobierno del estado y vendió los terrenos adyacentes para recuperar la inversión. Fue necesario desaparecer la capilla y el promontorio bajo el cual descansaban los restos de Malverde desde 1909, pues el lugar se convirtió en un Mcdonald. Compensaron a Eligio con un solar enfrente del sitio original, y lo que era un cuadro de palos malparados se convirtió en todo un cobertizo que luego evolucionó a una sólida y amplia capilla en donde se acuerdan negocios, se piden favores divinos o casi divinos y se agradecen los favores concedidos. Por una cantidad que se establece a discreción, se permite la colocación de un retablo agradeciendo lo bien que salió “el negocio”, a veces con fotos del camión en que la mercancía fue transportada, o con fotos de las poderosas armas que resguardaron el viaje. Debe haber cientos de cuadros de esa naturaleza. La fe se ha extendido mucho por América Latina, sobre todo en los países productores de droga y en la capilla casi a diario hay quién vaya a llevar serenata, a tomarse unas charolas de cerveza oyendo la música en un camionetón que vomita narcocorridos y música alterada, o unas botellas de buchannans con la compañía de muchachas operadas por el mismo cirujano. No hay límite ni restricción, pues cuando la policía aparece por ahí, es también para pedir o agradecer un milagrito, y no para imponer la ley.

La capilla aparece en el libro La reina del sur, del español Arturo Pérez Reverte y ha sido objeto de reportajes de todo tipo por medios nacionales y extranjeros. En uno que vino a realizar National Geographic, el entonces gobernador Juan S. Millán declara haber sido él quien sugirió el aspecto que se ha dado a Malverde, de quien se venden bustos de yeso, de metal, de piedra en todos los tamaños imaginables. El político rosarense era director de Tránsito y operador de Calderón, y tuvo la tarea de negociar el cambio de sitio sin que se generaran problemas o roces con la población culiche. -Yo le sugerí a Eligio que buscara a alguien que le dibujara una cara con parecido a Pedro Infante, pues así tendría segura la aceptación popular, dijo ante las cámaras. Y así se hizo. Eligio González ya murió sin que Malverde le pudiera refrendar el milagro de la vida, pero la capilla quedó a cargo de su hijo y hoy trabajan ahí por lo menos quince personas, además de los que tienen concesionada la venta de souvenirs.

LA MUCHACHA DE LA PÉRGOLA EN LOS MOCHIS

La historia de la muchacha del Cerro de la Memoria o de La Pérgola, en Los Mochis, data de cincuenta años y es seguramente una de las leyendas con las que su población esté más involucrada.

A principio de los ochenta, cuando Jacobo Vega Méndez me contó la historia tuvo que detenerse hasta tres veces porque la emoción lo embargaba. -Mira cómo se me eriza la piel, decía mostrando los brazos. Pensé que era cosa suya, pero cada mochiteco con el que he abordado el tema, reacciona prácticamente con la misma emoción, aunque ahora ya pasaron cinco décadas, y muchos nacieron posteriormente.

Silvia, una bella joven cercana a los 20 años, murió sin cumplir su anhelo de ir al baile anual de La Pérgola, en el Cerro de la Memoria. Años después (tres, dicen los puntillosos) ocurrió que llegó a tal baile una muchacha hermosa sola, desconocida, que flechó a uno de los muchachos asistentes. Bailaron toda la noche y al terminar el evento, él la acompañó a su casa. En el camino, notando que estaba muy fría, le prestó su saco. Cuando ella entró a la vivienda, le pidió volver al día siguiente para devolverle la prenda.

Así lo hizo el galán ocasional pero fue recibido con la noticia de que ahí no vivía ninguna muchacha. A su insistencia, la señora de la casa le reveló que ella tuvo una hija, pero que murió tres años atrás, de modo que no podía haber sido ahí a donde acompañó a la que buscaba. Él sin embargo, logró ver una foto en la sala y le aseguró que ella era la joven con quien bailó toda la noche.

Entre lágrimas la madre le reiteró que su hija estaba muerta y como ella estaba enfadada ya de lo que consideraba una impertinencia, y él molesto de que se la negaran con ese pretexto, acordaron ir al panteón municipal. Ahí estaba la tumba con el nombre de Silvia, y ahí, sobre la cruz, estaba depositado el saco que él le había prestado al salir del baile.

UNA RÉPLICA CON EL TRENAZO DE MAZATLÁN

A partir del fatídico accidente ferroviario ocurrido en Mazatlán el 31 de mayo de 1996, se han corrido varias historias de aparecidos que van desde sombras y ruidos como los de la noche fatídica, hasta muchachas que piden raite o toman taxis sobre la avenida Santa Rosa, y desaparecen en el momento en que el vehículo está cruzando las vías.

Como se sabe, el chofer de un camión urbano de los llamados Colosios, trató de ganarle el paso al tren, y éste arrolló al vehículo por un trecho de cincuenta metros, con un desastroso resultado de muertos y unos cuantos heridos.

Hay una más elaborada que pone a una joven con aspecto de estudiante (como varias entre las 34 víctimas del terrible accidente), que toma un taxi ya sea afuera de la UAS, donde muchos de los fallecidos abordaron el camión fatídico, o en la propia Avenida Santa Rosa, pide el servicio al Infonavit Jabalíes, se mete a buscar dinero para pagar el viaje y no sale. Cuando el taxista va y toca para cobrar, se encuentra con una señora que niega la entrada reciente de persona alguna. El chofer insiste, describe a su pasajera y como respuesta le llevan una foto enmarcada, aclarándole que ella murió en el trenazo.

La otra leyenda de Mazatlán viene de los años 80. Del 11 de marzo de 1986, cuando la familia propietaria fue asesinada en su casa de la Villa Galaxia, sobre la actual avenida Juan Pablo II: los padres, dos hijos y dos trabajadores fueron las víctimas. Sólo sobrevivió una niña pequeña, quien al momento de los hechos, estaba jugando en una casa cercana. Murió incluso el perico, que también fue víctima de la intensa balacera que arrasó con todo ser viviente.

Según las últimas noticias que se conocieron por esos tiempos, fue una reyerta familiar la que provocó esta desgracia.

Pero con el paso de los años se han creado diversas leyendas sobre supuesta actividad paranormal que dentro de la casa. Se expresa en gritos, centellas, sombras que se mueven, aunque en realidad las versiones nunca han sido confirmadas por vecinos. Lo que es indudable es que provoca temor y atrae a toda clase de gente, incluso miembros de grupos o sectas que van “a combatir las energías negativas”, o “buscadores de fantasmas” que se introdujeron con un sofisticado equipo, no para detectar lo sobrenatural, sino para montar un show de televisión. La casa ha permanecido abandonada durante los 34 años transcurridos.

UNA DE HISTORIA PATRIA TAMBIÉN EN MAZATLÁN

En sus investigaciones históricas, el cronista de la ciudad Enrique Vega Ayala rescató una vieja conseja del siglo antepasado que coloca a los pobladores de este puerto, como patriotas que ejercen su opinión más allá de la muerte.

Vivía aquí un comerciante llamado Juan Pasador, de origen italiano, propietario de una bella casa en lo que hoy es el Centro Histórico, y dedicado a la compra venta de palo de Brasil, que entonces tenía un gran valor comercial porque se utilizaba para dar tinte a los textiles. Y era producto de exportación.

El negocio era muy bueno, pues a pesar de su nombre, el palo de Brasil se daba aquí muy abundantemente, se menciona incluso todo un bosque de esa especie por los rumbos de El Quelite.

Juan Pasador, dice la historia, en realidad no era sino Francisco Picaluga, el marino que le tendió una trampa al independentista mexicano Vicente Guerrero, a quien hizo creer que lo apoyaría y lo  citó en el barco en que traficaba y donde supuestamente le presentaría gente dispuesta a apoyarlo en su causa. Lo que hizo fue entregarlo al gobierno de Anastasio Bustamante a cambio de 50 mil pesos. Bustamante asesinó a Guerrero y Picaluga, años después fue declarado bandido y condenado a muerte en Italia.

Por eso se habría ocultado en estas regiones inhóspitas y vivido bajo una identificación distinta. Sin embargo, a su muerte, su lápida aparecía constantemente pintada con el letrero “aquí yace un traidor”. La tumba de Juan Pasador se encontraba en el “panteón de los protestantes”, llamado así porque fue el primero en Mazatlán que no estuvo bajo administración de la Iglesia Católica, sino del gobierno. Se ubicaba donde hoy es la Escuela Primaria Ángel Flores.

Como en todas estas historias, hay quienes desechan la versión, pero en una plática con un exalumno de la Escuela Secundaria Federal Guillermo Prieto, cuando hablábamos de Juan Pasador y las pintas sobre su tumba, me sorprendió diciendo que él vio esa lápida, que estuvo mucho tiempo en la carpintería de su papá, pero que desapareció sin que supiera cómo o por qué.