El Ángel Flores, rescatado para una secta religiosa
Ahora que Mario Martini nos informó sobre el destino del viejo Cine Ángel Flores, me vinieron tres flashazos de la memoria.
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Un día de abril de 1966 acompañaba a mi padre en la búsqueda o entrega de ropa para el lavado y planchado. Trabajaba él en la tintorería de don Arturo Herrera y a bordo de una combi recorría la ciudad. Esa mañana paramos afuera del Cine Ángel Flores. El Campero, como le llamaban todos, se fue a las casas y negocios vecinos mientras yo escuchaba el radio y vigilaba -¡a los nueve años!- que nadie fuese a abrir el vehículo y llevarse alguna de las piezas de ropa.
Entonces me enteré. En la XEOW informaron la muerte de Javier Solís, el cantante que daba la última batalla de la música mexicana contra la avasalladora ola del rockandroll. Como todos los chamacos de mi barrio y edad, me sabía al dedillo todas las canciones de Solís. Imagínese usted el impacto.
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Un domingo veraniego de 1969, varios vecinos de la Montuosa tomamos rumbo a la Loma del Gato, pero no paramos como era usual, en la misa de Cristo Rey. Seguimos subiendo y luego bajamos hasta cruzar la avenida Zaragoza, que entonces era peligrosa por ser de dos sentidos y tener lo que entonces se consideraba como «tráfico intenso».
Fuimos al Cine Ángel Flores. Un rumbo conocido porque ahí estaba la papelería a la que acudíamos a comprar las barajitas del álbum en boga. Íbamos ahí porque en esa zona vendían las que en nuestro barrio eran “las difíciles”, según la teoría conspiratoria que desarrollamos contra los editores del suceso.
Fuimos al Cine atraídos por el sensacional enfrentamiento del Huracán Ramírez contra el doctor Landrú, cuyos momentos más impactantes eran reafirmados por la pulcra narración del Mago Septién a lo largo de la lucha.
En programa doble proyectaron a Hilda Aguirre haciéndola de monja desgarriatosa en Sor Yeyé
Fue la última vez que estuve ahí. A media película del Huracán llovió y todos corrimos a refugiarnos en el reducido acceso de la zona de lunetas, que tenía techo. La lluvia fue breve y volvimos a nuestros lugares.
El Ángel Flores cerró, pero siguió operando ahí la fábrica de palomitas con que la Compañía Operadora de Teatros surtía a todas sus salas (a veces el aceite estaba rancio, y no era alcurnia), pero sobre todo, hacia el lado izquierdo del edificio,, alcanzábamos a ver los estantes pletóricos de carteles de películas, algunos verdaderas joyas antiguas que terminaron regados por el suelo después de algún ciclón, y sobre todo tras el abandono en que el gobierno de Carlos Salinas dejó a la cadena cinematográfica oficial.
En una de las reuniones que el Pronasol realizaba con líderes sociales de todo el país, el dirigente de los cinematografistas locales, Reyes Peña, se acercó a Salinas y le pidió, casi suplicante: “señor, abra las alas”. Salinas, que oyó mal, se permitió un chiste que lo pinta de cuerpo entero: -“Pues si abro las alas voy a volar” –No, las salas cinematográficas… -Ah, usted es del STIC –sí señor… Y se fue. No voló ni abrió las salas, aunque para entonces el Ángel Flores ya estaba definitivamente muerto y ni esa gestión lo hubiera revivido.
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Mario Martini pasó por el lugar y el reportero que siempre ha sido aprovechó la oportunidad para indagar entre los que movían escombros. Van a construir ahí un templo para de la misma secta que ahora oficia en el viejo Cine Diana. Van a respetar la fachada, pero por supuesto, no volverá a ser cine.
FOTOS DE MARIO MARTINI.