Empezó como un homenaje al porfirismo;
sigue encerrando el color y la variedad de
los alimentos de una ciudad cambiante
Con ciento dieciséis años de servir a los mazatlecos, el Mercado José María Pino Suárez se adapta a los cambios y a los tiempos. No sólo compite con las tiendas departamentales y las cadenas de comercio al detalle, sino que ahora lo hace hasta con las farmacias. Y con todo, ahí sigue, como punto de concentración y de atención, como atractivo turístico y como centro de abastos.
Los de esta adaptación no son los únicos cambios que ha vivido.
El mercado fue inaugurado el cinco de mayo de 1899, con el nombre de Manuel Romero Rubio. Gobernaba entonces el país Porfirio Díaz, y Romero Rubio era su suegro. Había que quedar bien y los mazatlecos decidieron esa vía.
Pero se atravesó la revolución y cuando cambiaron las cosas, se decidió rebautizarlo con el nombre de José María Pino Suárez, el vicepresidente sacrificado junto con don Francisco I. Madero.
También ha cambiado su historia y la creencia sobre sus orígenes.
Durante mucho tiempo se pensó que la hermosa estructura de hierro con que estaba hecho, procedía de París, y que había sido construida nada menos que por don Gustavo Eiffel, creador de la famosa torre parisina que lleva su apellido, pero no. Hoy se asevera que fueron los diseños los que venían de aquellos lares, o que al menos reflejan la inspiración de aquellos estilos.
Las rejas y techos del mercado fueron fabricados en la Fundidora Sinaloa, según establecen testimonios de la época citados por el cronista de la Ciudad, Enrique Vega Ayala.
El mercado permaneció limpio en sus alrededores hasta la década de los sesentas, cuando el comercio ambulante, los puestos fijos y semifijos le construyeron una costra que hoy lo rodea por completo.
Por dentro se han hecho reformas, redistribuciones, arreglos a veces fallidos, pero la naturaleza de su comercio sigue igual. Los vibrantes colores de su frutas y verduras, los rojos palpitantes de las carnes, los olores imperecederos de las especias y los gritos incesantes de los marchantes, que tratan de llamar la atención para vender sus mangos de temporada, sus frutas olorosas, sus carnitas de Michoacán, cebiches mazatlecos, tortas de todos lados, y hasta la venta de productos esotéricos dan a este lugar un ambiente mágico, envolvente.
La ropa para turistas, los restaurantes y fondas del segundo piso, las chácharas que hoy invades los pasillos, no hacen sino confirmar aquella sentencia de Pablo Neruda, quien pone sobre cualquiera otro, el color de los mercados mexicanos.
Este martes cinco de mayo sonó la banda, como sonó el sax de Carlos, un locatario del Pino Suárez para festejar los 116 años de fu fundación, fiesta a la que no podía faltar uno de los grandes personajes de las últimas décadas: el célebre y querido Buto, primero a la mesa en que se sirvió la barbacoa conmemorativa.