ASÍ VIVIMOS EL ECLIPSE DE 1991

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Desaliento y emoción por el eclipse

Francisco Chiquete | El Sol del Pacífico|
Mazatlán, Sin., viernes 12 de julio de 1991, págs. 1 y 9.

Primero eran caras de desaliento entre los extranjeros. Entre la población local había curiosidad y el temor supersticioso que no se alejó nunca. Luego, a pesar de los nublados, la colectivización de la euforia, a pesar de los nublados, de la emoción imposible de contener. ¡Es una experiencia! alcanzó a decir, en su idioma, un catedrático universitario de Tucson, y calló todavía abrumado.


En la Colonia Lázaro Cárdenas primero fueron los valientes: Cuatro o cinco jóvenes que desafiaron al atavismo y salieron a la calle cuando la oscuridad se hizo total. Luego algunas señoras y después niños, muchos de ellos perseguidos por madres angustiadas que pretendían regresarlos a la seguridad de la casa.

La emoción inefable de un eclipse total recorrió los sentidos, los nervios, los huesos. Oscuridad absoluta en pleno mediodía de julio, fenómeno que por igual crispaba la conciencia del observador y alteraba la costumbre del pequeño pájaro perdido en el aire, retrasado en la presurosa retirada de la bandada.


Segundos antes del oscurecimiento pleno los gallos empezaron a cantar. Cuando cayó la sombra a plomo, sin previsiones de ninguna clase, hombres y animales sumaron sus miedos, sus desconciertos y sus respetos por estas expresiones poco comunes de la naturaleza. Por la mañana las cosas parecían un paseo más, una excursión múltiple y multiplicada que tomó al eclipse como pretexto, en ámbitos de alegría y desenfado. Aunque los comprometidos con el asunto empezaron a manifestar su desconsuelo por las amenazantes nubes matutinas cargadas, obscuras y abundantes que empezaron a aparecer por el oriente, en semicírculo.


Por eso nadie atendió las comedidas invitaciones para encerrarse en el estadio y para acudir a la estación del transbordador. Era poco atractivo meterse a locales así, cuando no había plena seguridad de mañana soleada. Así que los extranjeros que no se fueron al sur, se fueron repartiendo sobre la Avenida del Mar, el Paseo Claussen, en las glorietas y sobre el cerro de la nevería (aquí más bien fue espacio conquistado por los locales, que fueron solo a ver; y, en lugar de cámaras llevaban sus “sixs” y sus botanitas. Empresarios, gente común y silvestre, funcionarios políticos, el exalcalde Pescador y sus allegados, universitarios).

 

 

 

 

Todavía a las diez de la mañana, angustiados observadores podían ser encontrados en raudo camino al sur, a bordo de taxis y motocicletas, buscando un área de sol pleno. No era cosa de haber invertido tanto para nada y sobre todo de perderse una oportunidad como ésta.

El comercio y las oficinas de Mazatlán permanecieron casi solos. Incluso en los bancos era poca la clientela y los empleados se la pasaron con la intención de encontrar la oportunidad para salir a la calle en el momento oportuno. Algunos patrones comprensivos dieron el día libre a sus trabajadoras embarazadas. Otras hubo que agenciaron permisos y las más se los tomaron sin más ni más.

Las pocas que fueron vistas en la calle, lo que hicieron en su mayoría forradas de rojo y solo empujadas por la necesidad extrema de no poner en riesgo la estabilidad laboral o el ingreso. Pero hasta los hombres con camisetas rojas con camisas de adornos o vivos rojos fueron abundantes. En las colonias todavía ahora, pasado el eclipse es posible encontrar árboles frutales con su banderola roja, animales domésticos, sobre todo las perras, con su listón amarrado al cuello. En los campos, las vacas recibieron similares adornos y en algunos casos fueron pintadas de colorado en panzas, en salva sea la parte y en los cuernos. Pero, si el folklore mezclado con la superstición trae algo que decir acerca de nuestra gente, el orgullo nacional en algo se alivia cuando el reportero oye la pregunta de una japonesita, enviada especial del Japan Magazine, que después de expresar su adoración por Mazatlán, pregunta si el eclipse va a durar todo el día. Pero, la euforia por la desinformación, que también se da entre los habitantes del país más rico del mundo, no sirve de escudo cuando se oye la transmisión nacional de la cadena Rasa, a la que llama la señora Rosy Alcalá para decir que en Mazatlán ya se oscureció totalmente y pregunta que si encienden los focos.


Antes de esto, las nubes son benignas. El Sol ha entrado en contacto con la Luna y el disco dorado empieza a ser invadido. Hay muchas cámaras ensambladas a potentísimos telescopios cubiertos, Estos, a su vez, con largas tiras de papel aluminio que en realidad es el filtro tratado con emulsiones especiales. Las cámaras empiezan a accionarse. Los observadores se doblan frecuentemente sobre los lentes de sus aparatos, consultan sus libretas, hacen sus anotaciones, y discuten entre ellos sobre la intensidad la calidad de las tomas, prevén que debe hacerse para el caso y sobre todo voltean, con frecuencia, a medir la amenaza de las nubes que avanzan, pero todavía no afectan. En el cerro del Crestón los turistas esperan expectantes. Muchos de ellos hicieron el recorrido previo en la víspera a fin de conocer el terreno, escoger un sitio adecuado y calcular el esfuerzo físico que requerirían. En todos los puntos de concentración de visitantes pudo tranquilamente organizarse una pequeña liga de las naciones. Los japoneses dialogaban con los de Estados Unidos, con los franceses y los australianos. El inglés predominaba por supuesto y quien no lo dominase quedaba prácticamente aislado (RIP por el reportero que no pudo extender el horizonte diplomático con el país del sol naciente).


En la Pérgola Ángela Peralta del cerro del Vigía, los extranjeros hacían su propia fiesta. Embadurnados con cremas para el Sol, provistos de gaseosas y maltas, estaban más en la marcha que en la espera del eclipse, algunos hasta se durmieron en el inter. Todo Mazatlán se vio afectado por las nubes, prácticamente en todos los puntos importantes de observación. Las cadenas televisivas probaron tener razón al elegir otros sitios para sus equipos de comunicación vía satélite y ello aumentaba el desconsuelo de muchos de los interesados.

En las casas, en los negocios, en las tiendas, los aparatos televisivos estaban sintonizados a la transmisión de los diversos puntos. Cuando nos trajeron las imágenes de Hawaii, aquí todavía estaba soleado. En La Paz las cosas empezaron unos 8 minutos antes que aquí.
En las colonias populares como en el centro de la ciudad, las calles permanecían prácticamente vacías. No había movimiento en los comercios. Como hay vacaciones escolares el movimiento se reduce por razones naturales.


Conforme se acercaba el momento de la oscuridad total, se acentuó la escasez del movimiento. Muchas casas empezaron a ser cerradas e incluso se corrieron las cortinas, a pesar de lo caluroso del clima.

Una hora antes del primer contacto entre el Sol y la Luna, la marea empezó a subir. En Ciencias del Mar el agua llegaba al muro de contención. En la zona de las lanchas de la playa norte, el agua empezaba a llegar hasta las pequeñas embarcaciones. Poco tiempo después se inició la retirada. Una retirada impresionante, que muchos habíamos visto sólo en las películas sobre maremotos y el agua empezó a tomar primero una tonalidad rojiza, que luego se tornó en gris intenso.


Con ello empezó la intensidad de la emoción. Aunque había sombra general por las nubes, una cortina oscura se empezó a levantar en el horizonte. Y la gente se fue apretando. Las mandíbulas se pegaron, los brazos se cruzaron casi autónomamente. Hubo poco que decir y mucho que sentir.

Los pájaros empezaron a volar de prisa hacia sus nidos, los perros aullaron y se echaron, lo mismo las gallinas, patos, pollos, que inmediatamente se acurrucaron. Un perico de jaula sobre la banqueta se durmió entre los murmullos admirados de la gente que no se acercaba sino a decir: se oscureció.

Los animales y hasta los niños de cuna se fueron de inmediato al sueño, mientras los adultos, los jóvenes, los infantes, empezaban a ser presa de la emoción, del encanto indescriptible de presenciar un fenómeno que usualmente se ve solo una vez por generación, a menos que se viaje constantemente. El cuero se empieza a enchinar, el corazón se aprieta. No pocos tuvieron los ojos anegados de lágrimas y casi toda la gente se paralizó, embargada por el intenso sentimiento de admiración por lo desconocido.
El miedo se manifestó también, el desconcierto, la desinformación, pues a pesar de lo profuso de las instrucciones y la propaganda, hubo miles que no se enteraron o no creyeron que habría medianoche en pleno mediodía.

En las calles principales el alumbrado público se empezó a encender automáticamente. Las luces preventivas de antenas, igual. Los focos de las casas empezaron a aparecer como en circuito y tras un primer momento de shock, la gente empezó a salir a la calle, a buscar explicaciones con la vista, a compartir ese sentimiento tan extraño, ese bullir interno que no se detenía con nada. Y los niños salieron también y tras ellos algunas madres angustiadas. Un joven se asomó al balcón y la esposa salió presurosa a echarle una toalla roja sobre la espalda desnuda.

Entre los ¡qué bonitos! y los ¡qué bárbaros! entre comentarios aislados y risas nerviosas pasaron cinco minutos, que acaso hayan sido los más intensos vividos por muchos. Cinco minutos de expectación, de desamparo, de admiración y de curiosidad. De nerviosismo y nudos en la garganta, que se empezaron a disipar con el canto de los gallos y la claridad que empezó a regresar por el poniente a contrapelo de la lógica diaria.
Sobre el horizonte marino, un rojo intenso fue el fin de fiesta adecuado para una oportunidad brindada generosamente por la naturaleza.

En los improvisados campamentos científicos, la desilusión inicial dio paso al regocijo, a los aplausos y los gritos, al sentimiento solidario de quienes han estado juntos en un experimento o labor de observación científica. Nadie se acordó de la frustración traída por las nubes ni mucho menos manifestó insatisfacción.

Con toda su experiencia, el veterano universitario de Tucson no pudo decir más: ¡Es una experiencia! exclamó en su idioma, y calló. Prefirió echarle una nueva vuelta a su telescopio. La japonesita no podía ocultar su maravillada situación y todos en general hacían comentarios muy personales, muy de su yo interno, al margen del espíritu científico.
Fue en efecto, una experiencia, algo nunca vivido, que satisfizo incluso a los exigentes, que aspiraban a ver todas las etapas. El sol por cierto, brilló irónico e intenso sobre Mazatlán a las seis de la tarde, como un tambaleante mediodía ladeado.