Aquellas peluquerías de mi ciudad.

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Luis Antonio Martínez Peña.

Hace cincuenta años yo tenía un poco más de un lustro y me cortaban el pelo en una barbería o peluquería atendida por un señor de nombre Emilio. Las visitas al peluquero eran muy interesantes, cada tres semanas y de preferencia el sábado por la tarde o domingo por la mañana. Mi abuelo, aunque tenía poco pelo gustaba traerlo al igual que su barba recortado y afeitado con la navaja profesional de don Emilio. Afilar la navaja en la banda, era todo un ritual y la pasaba con precisión milimétrica por el rostro enjabonado de sus clientes.

Me gustaba subir a la silla del peluquero y que además pusiera un banquillo de madera donde permanecía rígidamente sentado mientras que la máquina rasuradora hacía de las suyas arrasando con mi pelo. Las tijeras cortaban y daban forma a un copetito que por lo rizado de mi pelo quedaba como un gajito. Todo ese tiempo con la barbilla clavada al pecho y la comezón y hasta cosquillas en cuello y espalda; aun cuando me ajustaba al cuello un cubre todo de plástico para evitar que el pelo cayera en mi cuerpo y ropa. Sin embargo, la sensación de picazón y cosquilleo hacía que me moviera, mientras Emilio me decía que permaneciera quieto.

La peluquería en ese entonces era un espacio masculino. Acudían  hombres de todas las edades y los temas de conversación eran variados. Aquellos hombres hablaban un poco de política, otro de beisbol, pero principalmente de sus aventuras y exageraciones sexuales con las damas; esta última conversación desaparecía con la presencia de niños o de jovencitos como yo. Entonces los adultos hablaban un poco de política y algo más de beisbol y en verdad yo pensaba que nadie más en el mundo sabía más de beisbol  que don Clemente el panadero. Solo Nacho el de la carreta de fruta le igualaba y le discutía con pasión. Había otros temas como el de las películas que se exhibían en los cines a cielo abierto de mi pueblo tropical,  y los nombres de actores y actrices, principalmente norteamericanas salía a relucir, Raquel Welch, Sophie Loren, nada más por hablar de las famosas de talles y escotes memorables.  Hubo un tiempo en que yo pensé en ser peluquero, cómo también dentista o médico, pero no he sido profesionalmente nada de eso. Cuando pequeño, me fascinaba leer los comics mexicanos y en ellos encontré al peluquero  Regino Burrón y su peluquería “El Rizo de Oro” . En el salón de don Emilio, mientras esperaba turno podía leer las aventuras de la Familia Burrón con la señora Borolas Tacuche y su esposo  Regino Burrón, personajes queridos e inolvidables creados por el dibujante Gabriel Vargas.

 Sin embargo, las peluquerías  como espacios masculinos, me siguen llamando la atención, aunque han perdido ante la aparición de las estéticas unisex que durante los años setenta florecieron. Antiguamente los espacios eran la barbería o peluquería para los hombres y el salón de belleza para las damas  que eran espacios de convivencia social y difusión de modas  entre las mujeres. Las estéticas unisex no sé cómo llegaron, pero la primera que vi estuvo por allá en la avenida Gutiérrez Nájera y tal parece que luego aparecieron otras en el centro de la ciudad; pero eran espacios muy nice, esto es, muy selectos, el concepto de estética en si era de modernidad,  porque se empezó a trabajar el lavado con champú y enjuague;  luego te ofrecían un extenso catálogo de cortes a elección y sus instalaciones con área de lavado y de corte de pelo frente a un gran espejo, eran la novedad.

Nada que ver con el cuadrito o litografía en blanco y negro que colgaba en la pared de la peluquería de Emilio donde se ofrecían dos o tres imágenes de cortes de pelo;  a la  flat top, casquete corto, de clavito y párale de contar. En las estéticas se trajeron modas de alaciado u ondulado, toda una época. En ese tiempo se vino la moda disco y los jóvenes dejaron de ir  a las peluquerías, para ir a las estéticas y  de los salones de baile para ir a las discoteques.  

Otro fenómeno contrario al negocio de peluqueros y estéticas fue la masificación de cursos de corte de pelo que se ofrecieron a la gente que buscaba de esta manera ganarse la vida. Así aparecieron en los centros comerciales y mercados espacios donde se corta el pelo a bajo precio y de manera masiva.  Una vez, lo confieso, me fui a cortar el pelo y caí en manos de una señora que literalmente me agarró a coscorrones con la máquina y me dejó  el corte de pelo más tresquilado que he tenido en mi vida.

La experiencia con la peluquera del centro comercial me hizo reflexionar sobre el destino de aquellos peluqueros y sus barberías. Me fui al centro de la ciudad y anduve por las viejas calles donde alguna vez vi una peluquería.  Encontré todavía  unas tres, con su poste de colores azul, blanco y rojo,  el rotulo de peluquería en español y de barber shop en inglés.  Era viernes y encontré turno. El peluquero además de cortarme el pelo, me ofreció cachitos de lotería nacional, pronósticos deportivos  y me dijo que tenía a la venta tiempo aire para teléfono celular y un ciber anexo donde había tres usuarios ensimismados con videojuegos y consulta de Facebook. 

Otro día caminé a espaldas del viejo mercado de la ciudad y me encontré con la peluquería- estética de Samuel. Entré y lo encontré leyendo el periódico, levantó la vista

 – y ese milagro mi chino,  que lo trae por aquí.

-pues quiero un corte de pelo.

-uhmmm . Se me quedó viendo y me pasó a la silla. No le pregunté por el sillón de peluquero, porque recuerdo que éste  fue de los jóvenes que abrieron estética en los años setenta. Pero empezamos a recordar a personajes que conocimos y que según Samuel todavía andan por ahí circulando. Me enteré que se le bajó la clientela y que tuvo que echar el viaje de trabajo por los Estados Unidos, y por eso tuvo cerrada su estética. Luego regresó y ahora da servicio a una clientela regular, puro viejo, y cada vez menos.

 –la gente se muere, mi chino…De mis clientes tú eres el más chavalo, así que si regresaste, échate la vuelta más seguido.

Salí de la estética con la sensación de frescura en el cráneo. Como siempre que voy a la peluquería. Pero no le cumplí al Samuel no quiero que me tenga en esa lista que tiende a reducirse, porque hace cosa de dos años cambié de peluquero, se llama Enrique y le halló cuadratura a mi cabello cada vez más escaso ; y como mi abuelo, cada tres sábados voy y busco al peluquero y le pido que me afeite bien. Los postes de colores azul, blanco y rojo como grandes caramelos, siguen señalando la presencia del peluquero, pero poco a poco, van formando parte de la historia.