La estampida de mazatlecos el sábado de gloria de 1964
ENRIQUE VEGA AYALA/ FRANCISCO CHIQUETE
No dan todavía las cuatro de la mañana, pero la alarma del whatsapp ha estremecido repetidamente al teléfono celular, de modo que Mary, joven veinteañera se decide a ver el mensaje pensando que es una más de las frecuentes ocurrencias de sus amigas:
Ya viste lo que dicen en el face, que hay alerta de tsunami en Mazatlán, en twitter es trending topic!!!!
Con calma, entra al face, revisa las notificaciones, ubica uno de los avisos, da click en la página de los tsunamis (http://www.ioc-tsunami.org/) y ve que en efecto, advierten que en las próximas horas Mazatlán podría ser víctima de un fenómeno con olas de hasta diez metros de altura. Está a punto de darle like, pero reacciona a la urgencia y se pone en actividad, marca el celular de su madre, que duerme en el cuarto contiguo, y se pregunta qué clase de indumentaria será adecuada para un momento como ese. Los jeans siempre quedan bien, pero…
La madre abre la puerta intempestivamente. La holgada camiseta que hace las veces de pijama muestra aún las vetas del edredón sobre el que duerme la señora. Le pide detalles, le exige ir a despertar a su hermano, le pide que le recuerde el teléfono de la abuela, que nunca se entera de esas cosas e insiste en que le confirme si de veras se viene encima el maremoto: ¿el qué, mamá? La madre esa, tú qué sabes, no es la primera vez que nos vemos en estas, pero muévete…
Ya están en la camioneta familiar. Malamente armaron dos o tres pequeñas maletas con lo indispensable, sin olvidar la Tablet, los cargadores, la laptop, los celulares y el paquete de latas de ensalada de atún que acababan de comprar en el wallmart. Era lo más práctico para improvisar un desayuno, aunque a los niños no les gusta el sabor de la mayonesa con que la elaboran.
Para ese momento ya abundaron los twees, los mensajes de texto, los whatsapp, y si se hubieran dado tiempo de abrir el Facebook o el Gmail, habrían visto una gran cantidad de comunicados de amigos y familiares.
Se encaminan hacia la gasolinera, con el infaltable reclamo porque ella siempre le dice al marido que debe traer el tanque lleno, además en el internet leyó que si traes menos de un cuarto de tanque se te amuela la bomba de la gasolina pero tú nunca haces caso…
Se dirigen hacia el punto de reunión acordado con los demás familiares cercanos para salir disparados hacia Concordia, donde él tiene influencias porque ayudó en la campaña electoral cuando lo mandaron del sindicato magisterial. El presidente les conseguirá dónde quedarse. De repente a la hija se le viene la expresión de su mamá: ¿cómo que no es la primera vez que se ven en éstas? -¿De qué hablas? –Tú dijiste, cuando te avisé de la alerta de tsunami y mencionaste algo de un mare…no se qué.
-Hace cincuenta años ¿te acuerdas viejo? También nos agarró en la madrugada de un sábado de gloria, nomás que entonces no había celulares ni esas redes que ahora les absorben tanto tiempo a ti y a tu hermano. Nos enteramos porque pasaron los carros de propaganda de aquel señor que anunciaba la cervecería y las ofertas ¿cómo se llamaba viejo? Ah sí, Robles. Sus carros recorrieron la ciudad con el aviso de que se venía una ola gigante, que nos fuéramos a las partes altas porque Mazatlán iba a quedar inundado…
En efecto, cincuenta años atrás se vivió una situación como esa.
El cronista de la ciudad, Enrique Vega Ayala, recopiló anécdotas y acontecimientos de esa ocasión:
MAREMOTO
Cincuenta años
Enrique Vega Ayala
Cronista Oficial de Mazatlán
El amanecer del Sábado de Gloria de 1964 el anuncio de una ola gigante que destruiría a la ciudad movilizó a la mayoría de sus habitantes y de sus visitantes.
Más allá de las evidencias periodísticas relativas al terremoto ocurrido en Alaska y que se supone motivó el lanzamiento de la alerta de tsunami (dicho en términos actuales), el resto de la historia responde a los cánones de la tradición oral. Es más, son muy pocas las imágenes que se pueden rescatar de dicho evento: entonces las cámaras fotográficas no eran de uso común y quienes tenían alguna no consideraron oportuno el tomar gráficas del temor reinante.
No existe (y, probablemente no pueda existir) una reconstrucción de ese acontecimiento que se nutra de fuentes formales de información. El estilo autoritario de los gobiernos de la época garantizó la opacidad perenne en torno al origen de las instrucciones y el ocultamiento de las razones de tal decisión. Ni el gobierno acostumbraba a informar el contexto de sus determinaciones ni la sociedad estaba en condiciones para exigir explicaciones. El gobernante nunca rindió cuentas de lo que hizo esa noche; mucho menos iba a recontar los elementos que consideró para emitir la voz de alarma. A la población sólo le alcanzó para elucubrar “razones”, entretejidas con vivencias personales o ajenas tomadas de oídas, mediante las que, a querer o no, se construyó un juicio sumarísimo sobre el caso.
El veredicto
Leopoldo Sánchez Celis, gobernador en turno, es el culpable del desaguisado. En los dichos populares él estaba en Mazatlán y personalmente tomó la decisión de alertar a la población. No caben atenuantes en el caso, porque la conclusión es que no se trató de un aviso, de una precaución de buena fe ante el peligro eminente. El pánico fue producto de una falsa alarma maquinada premeditadamente, dicta la sentencia.
“Todo se debió a una embriagada trasnochada, donde el Sr. Gobernador Leopoldo Sánchez Celis y el Presidente Municipal Dr. Alberto Tripp Flores, fueron informados de una transmisión radiofónica de alerta que iba dirigida a los Estados Unidos”, afirma Ismael Díaz V.
Rosita Parolari comenta que “según pláticas y chismes… el Gobernador Sánchez Celis estaba tomando en el bar del Freeman cuando se enteró de esta noticia, pero que no afectaría nuestra área; sin embargo, el apostó a qué por lo mitoteros que éramos los Mazatlecos, se evacuaría el puerto muy rápido, así es que se jugó una apuesta, quien la perdió, no sé, pero seguramente Sánchez Celis la ganó”.
El Dr. José Sáenz narra: “El Sr. Gobernador bebía con otras personas. Unas dicen que arriba del cerro en un bar prostíbulo que se llamaba La Estratosfera y otras que en un bar del Hotel de Cima. Los de La Estratosfera comentan que vio demasiada quietud y ahí tomó la decisión de acabar con la calma; pero, otros dicen que apostó con su compañero de parranda que él era capaz de evacuar el puerto en un santiamén”.
Del anecdotario
A Don José Luis Robles, el hombre del único “carro de sonido” en la ciudad entonces, le tocó jugar el triste papel de mensajero del fin del mundo, voceando por la ciudad la noticia de la llegada del maremoto en cuestión de cada vez menos horas. En la medida que avanzaba en su cometido, la ciudad iba despertando alarmada. A pie, en coche (los que tenían), en camiones urbanos y de volteo que se pusieron a disposición, y hasta montados en vagones de carga de un tren que nunca salió de la estación, la gente buscó salir de la ciudad o ganar las partes altas.
A Alejandro Ocampo Motta, su abuela le contó que aquello fue “como un éxodo bíblico, la gente saliendo de Mazatlán, algunos jalaron con cochis, perros y gallinas, ganaban pa’ distintos rumbos, la mayoría eran de a pie, nomás los ‘perjumados’ salían en carros, camionetas y hubo algunas corridas urbanos y de los famosos camiones tropicales”.
Casi todas las versiones remarcan que la huida fue en orden. Recuerdan una larga fila de automóviles y tropeles de viandantes saliendo lentamente de la ciudad. Algunos resaltan la solidaridad espontánea que se generó entre vecinos, además de la propia de las parentelas. La difusión de Robles fue esencial para dar a conocer la alerta, pero la de boca en boca fue determinante para acelerar el movimiento. En cada auto disponible cupieron muchos más de los que la imaginación permite suponer y se dieron casos de quienes se detenían a ayudar a otros que sufrían desperfectos mecánicos o para recoger a amigos o conocidos, a pesar de las incomodidades. Al parecer no hubo accidentes de tránsito, con todo y las condiciones de agobio reinantes en un caso así. En el relato del Dr. Eduardo M. Gosset Osuna, quien se desempeñaba como socorrista en la delegación de la Cruz Roja mazatleca, cuenta que “salvo una ancianita que se fracturó la cabeza del fémur, no hubo otros incidentes médicos” esa madrugada.
Las cimas de cerros y lomas ubicadas dentro del casco urbano y las cercanas a la ciudad se vieron invadidas por cientos de personas. El lomerío del centro (donde se ubica hoy el Centro de Salud, el de Casamata –donde estuvo la Prepa Mazatlán) y no se diga el Cerro de La Nevería o el del Vigía, hasta la Loma Atravesada y el Cerro Colorado por Urías) fueron los sitios más a la mano. Otros tomaron rumbo a poblaciones cercanas: hay vivencias “en pijamas” de Concordia, de El Rosario, de Villa Unión, de La Noria, de El Quelite, de Coyotitán.
“Ese día los lecheros no tuvieron que entregar leche en Mazatlán pues se la vendieron al gentío que les llegó”, según resume Esther Tovar una de las consecuencias de la experiencia colectiva de una ciudad que bebía leche “bronca” hervida, porque todavía no había planta pasteurizadora ni mucho menos comercialización masiva de leche embotellada.
También hay coincidencia en la mayoría de las rememoraciones sobre un dato curioso: por las prisas, al salir, muchas personas dejaron las puertas abiertas en sus casas y no hubo robos que lamentar.
El desenlace
Bien entrada la mañana se empezó a propagar la buena nueva de que el peligro había cesado. Para hacer el anuncio, al parecer hasta aviones se usaron, según la versión de “Chevel” Hernández, “una avioneta sobrevoló Concordia avisando por medio de bocinas que podíamos regresar a Mazatlán, que todo había sido una falsa alarma”.
El retorno fue igualmente en calma. Hubo quienes desayunaron en los lugares donde estuvieron momentáneamente refugiados, aunque luego se quejaron por el precio desorbitado que tuvieron que pagar por los alimentos.
Muchos turistas no volvieron, es más se dice que huyeron sin pagar, no tanto en una acción dolosa, sino porque no había quien cobrara la salida en hoteles y casas de huéspedes.
Después de la sacudida estresante de aquella madrugada, volvió el buen humor y el malestar se rencausó. Hay quienes de memoria citan que ese día, en el Balneario Mazatlán, se celebró «la tardeada del maremoto»; lo cierto, por referencias periodísticas es que en El Muralla, a la semana siguiente, se convocó al Baile de la Octava del Maremoto.
(Nota: Todas las voces citadas fueron tomadas de correos hechos públicos por la red de “Pechesaurios”)
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Cuando la madre termina su narración, ya llegaron a Concordia. En el camino tuvieron dos incidentes: se les cayó el sistema de Telcel y también el 4G, de modo que no pudieron revisar los progresos del maremoto.
La segunda fue un casi accidente carretero porque los carros del Circo Americano, que estaba en la ciudad –por la Rafael Buelna- se detuvieron abruptamente porque los animales entraron en situación de stress.
Los jóvenes de la familia se bajaron y empezaron a activar para demandar a la empresa circense por maltrato a los animales. En la Tablet elaboraron el manifiesto y recogieron los correos electrónicos y direcciones de Facebook para respaldar la denuncia.
Finalmente llegaron al poblado. Encontraron todavía a un buen grupo de mazatlecos que literalmente asaltaban los lugares donde se podía desayunar (¿ya no habrá birria del Jaibo? hace mucho que no vengo en plan de cliente). Ahí los recibieron con la noticia de que la alerta de tsunami había sido cancelada, que finalmente no ocurrió nada en el puerto ni en ninguna parte de México.
Igualito que hace cincuenta años. Lo único que falta es que salga un carro de anuncios como Robles, que a la semana andaba promoviendo la Octava de Maremoto, en el Club deportivo Muralla.
-Pues si no hacen nada , mamá, de todos modos el próximo sábado está el cosplay en el Centro de Convenciones. Nos vamos para allá mientras ustedes se preparan para ir a la semana de la moto.