Aquel 6 de enero de 2021, el edificio que atestiguó un acto que no se veía en más de 200 años desde que los británicos atacaron el inmueble, lucía con notables afectaciones.
No habían pasado ni 24 horas desde que los centenares de seguidores del ex presidente Donald Trump irrumpieron en el Capitolio de los Estados Unidos, cuando a la mañana siguiente de aquel seis de enero, ya se podía entrar al recinto, incluso con menos filtros de seguridad que cualquier otro día ajetreado en Washington.
No hubo mayor inspección a las pertenencias de los visitantes como los periodistas que, a primera hora, regresaron al sitio para documentar lo que había quedado tras la furia de una turba enardecida.
Seguía sin ser creíble que, tras esa sacudida a la democracia del país, parecía que las autoridades aún no reaccionaban. Al menos no como se esperaría después de la violencia que dejó, hasta ese momento, cuatro muertos, que después aumentaron a cinco y 56 heridos.
Se podía subir y bajar por el edificio donde se escriben y discuten las leyes de la nación más poderosa, que en una noche quedo debilitada ante el mundo entero.
Era fácil entrar a las oficinas de los legisladores desbaratadas y con cientos de documentos regados; asomarse por las ventanas, caminar por los balcones rodeados de historia y ahora de este capítulo negro.
En la Galería del Senado de los Estados Unidos crujían en el suelo los pedazos de cristal de las ventanas destruidas que aún no se barrían. Muchas ya tenían placas de madera para mantenerlas cerradas, pero la seguridad era prácticamente invisible.
Por los pasillos, aún estaban las colillas de cigarro de quienes entraron con ellos entre los dedos para soportar el frío del invierno del 2021, junto con sus bufandas bordadas con el apellido Trump, que quedaron atoradas entre las puertas.
Las bancas de metal estaban partidas en trozos. Algunas quedaron totalmente desmontadas del suelo a donde estaban atornilladas. La furia que requirió hacer eso debió ser impactante, pero ni así consiguieron frenar la certificación de Joe Biden como el nuevo presidente del país.
¿Era aquel el Capitolio de la Unión Americana? ¿El mismo que se recorría saltando trozos de muebles rotos, basura, piedras y vidrios? Lo era.
El mismo lugar donde una noche antes, la estatua del ex presidente Gerald Ford llevaba puesta una gorra del magnate republicano, el mandatario en turno.
Información por MILENIO