26 años no han sido suficientes para aminorar el dolor causado por la peor tragedia vial de la ciudad: treinta y cuatro personas perdieron la vida a causa del trenazo que marcó a Mazatlán el 31 de mayo de 1996.
Aquella noche el camión Colosio de la ruta Insurgentes iba lleno, como casi siempre a esas horas. Aunque venía del centro de la ciudad con apenas quince pasajeros, en la UAS se llenó. Entre los alumnos de la universidad y los trabajadores de la Industria Turística que ahí hacían su trasbordo, el cupo llegó a tal nivel, que salió del Fovissste con cuarenta y ocho personas a bordo, además del chofer.
La avenida Santa Rosa era un verdadero Río de Piedras, sin la menor urbanización ypor tanto, sin alumbrado público. La llegada a las vías era una verdadera boca de lobo que al conductor no le preocupaba. La recorría a diario, sin mayores novedades.
Sólo que esa noche tenía que haberse detenido, pues el tren venía cerca. Entre el sobrecupo, que le impedía la visibilidad a los lados, la prisa por entregar la unidad tras el último viaje y el ruido de la música que sonaba a todo volumen, José Carlos Ramírez de los Ángeles no se percató del riesgo.
Por lo menos eso dijo, aunque hubo quien dijo que se le había avisado y el conductor probablemente pensó que alcanzaba a pasar. No lo logró. El impacto se produjo prácticamente a la mitad del camión, que fue arrastrtado más de cien metros, en cuyo transcurso algunas personas fueron lanzadas al aire y cayeron a los costados de las vías.
El estruendo fue horrible. La gente del Infonavit Jabalíes lo escuchó en varias cuadras a la redonda y acudió presurosa, temiendo lo peor. Era lo peor: treinta y una personas quedaron muertas en el lugar de los hechos y otros tres murieron, como consecuencia de los golpes, hospializados por días, semanas y en un caso muchos meses. Los propios vecinos rescataron los cadáveres y sacaron a los lesionados. Sóplo catorce personas sobrevivieron. Las autoridades trataron de contener la indignación, pero era imposible.
Lo único que se hizo en concreto fue pavimentar una callecita de dos carriles y poner cuatro enormes lámparas en el cruce de las vías. Fue años más tarde cuando la Santa Rosa se convirtió en una avenida de cuatro carriles, con pavimento hidráulico, camellón y alumbrado público. Luego vinieron las agujas que se bajan al momento de pasar el tren, y se sistematizaron las medidas de prevención.
El chofer, a quien todo Mazatlán detestaba, pagó con lesiones irreversibles en la columna vertebral, atado de por vida a una silla de ruedas. Lo condenaros a cuatro años y seis meses de prisión, pero la Ley de Normas Mínimas le permitió salir en libertad a los dos años y tres meses.
No pagó ni de a mes por muerto. Eso sí: se tuvo que ir de Mazatlán, porque si en la cárcel lo acosaban, temía que en la calle las cosas empeoraran. Mucha gente siente que no se hizo justicia. Y seguramente no la habrá totalmente mientras siga habiendo cruces peligrosos a lo largo de las vías del tren, pues la empresa no quiere autorizar la instalación de agujas de contención o semáforos preventivos, como se ha demandado en los once puntos que tienen esa característica.