Un tesoro bajo tierra, Aljibe de San Pedro

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Enrique Vega Ayala Cronista Oficial de Mazatlán

 

El que hoy recibe el nombre comercial de Aljibe de San Pedro, probablemente es el que se conoció en la antigüedad como Aljibe de Pasador. No era uno de los de mayor capacidad; pero si es único por su carácter prácticamente superficial. La mayoría de estas cisternas eran (y son) subterráneas, como lo indica la definición del término; y, forman parte de las estructuras de cimentación de las casonas antiguas.

Se tenían registrados poco más de ciento cincuenta aljibes en la ciudad hacia 1890. El almacenaje de agua de lluvia para el consumo se estimaba en 250 mil barriles al año aproximadamente, antes de la llegada del acueducto desde el río Presidio. Para su distribución entre la población existía un sistema empresarial cuya expresión más visible eran las cuadrillas de aguadores que vendían el líquido por las calles.

La referencia al nombre Pasador saca a la luz una página negra en la historia mazatleca. Juan Pasador al parecer era el pseudónimo bajo el que se ocultaba aquí Francisco Picaluga, el gran traidor de la historia nacional por entregar al héroe de la independencia Vicente Guerrero para que fuera fusilado por sus adversarios, luego de tenderle una trampa. El apellido de Picaluga se convirtió en esos tiempos en el sustantivo “picalugada” equivalente a la mayor bajeza posible.

Pasador era comerciante de palo de Brasil y se le tenía por hombre muy acaudalado. A su muerte sus restos fueron enterrados en el Panteón llamado de Los Protestantes (que sería el número 1 en la contabilidad de nuestros cementerios). Es muy socorrida la anécdota de que sobre esa tumba, manos anónimas evitaban que se borrara la sentencia popular expresada en el letrero “traidor a la patria” como epitafio.

El aljibe en cuestión está ubicado en los terrenos que fueron de propiedad de aquel comerciante y sobre el tramo de la calle que en su momento fue camino a la casa de Pasador.

Con la llegada del agua entubada los aljibes dejaron de tener función comercial, para servir domésticamente en momentos de fallas en el sistema de abastecimiento. En la cronología porteña han existido varias temporadas de escases en las que estas cisternas se vuelven muy apreciables. En tiempos de la revolución hubo dos sitios sobre la ciudad, en los que los sitiadores cerraban el abasto de agua y volvía imprescindible para los sitiados la racionalidad del agua almacenada para soportar la sequía artificial.

Finalmente, a pesar de desuso, por olvido, de estas cisternas, en 1975 el agua de la tormenta filtrada y almacenada en aljibe de Pasador volvió a ser útil para una parte de la población, cuando los embates del ciclón Olivia mantuvo suspendido el servicio de agua potable durante varias semanas.