Tercera Llamada…¿Quién los meterá en cintura?

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Por más que insistamos, reneguemos o pataleemos, ninguna autoridad puede, ni podrá, acabar con las salvajadas que a diario, a cada hora o cada minuto, cometen los choferes de los camiones urbanos, ya sea de los llamados Colosio, rojos, amarillos o del color que quiera y prefiera y continúan manejando con una impunidad tal que lo  único que nos queda es aguantar la impotencia que nos provoca observar a cada momento a esos jumentos- con perdón de los burricos- al frente del volante, que lo mismo se pasan un alto o que dan la vuelta sin ningún señalamiento, o que manejan hablando por celular, haciendo gala de su destreza para manejar y meter los cambios con una sola mano, porque la otra la tienen ocupada con el dichoso aparatito de marras.

Desgraciadamente ya han ocurrido hechos sangrientos, en los que han perdido la vida los pasajeros- remember el caso del Infonavit Jabalies, cuando un camionero le quiso ganar el paso al tren-

 

Las consecuencias ya las sabemos.

Esto ocurrió a mediados de la década del noventa del siglo pasado.

Todo mundo-sobre todo las autoridades- se rasgaron las vestiduras anteponiendo que iban a actuar con mano dura en contra de quién o quienes resultaran culpables; que se haría un reglamento adecuado para evitar en lo sucesivo más accidentes de tal naturaleza; que se exigirían quién sabe cuántas cosas más a los choferes y que tendrían que pasar quién sabe cuántas pruebas más para que les diera el gafete de conductor.

Si se dio eso y otras cosas más.

¿Y qué ocurrió?

Lo mismo que pasa en todos los casos.

Poco a poco las buenas intenciones se fueron llenando de polvo y todos los argumentos se guardaron en lo más recóndito de la burocracia para que las cosas quedaran congeladas.

En consecuencia, la gente se mal acostumbró otra vez a la forma de pilotear de estos energúmenos.

Lo que lee no es una película de ficción.

Es cuestión que se arme un poco de valor y saque sus centavitos para pagar el boleto y súbase a una unidad.

Cualquier ruta que se le venga a la mente.

Tómela y ampárese.

Antes, una recomendación:

No se le ocurra llamar le la atención al chafirete porque capaz y lo bajan.

Tampoco les cuento mentiras cuando les digo que hasta ganas de vomitar provocan con las sacudidas al arrancar, al frenar, al acelerar, al parar… O lo que sea.

Gana más la vergüenza- que no lo es tanto, pa´que más verdad- o la incertidumbre que trae el evacuar el estómago, por aquello de que salpique la camisa, el pantalón, los zapatos, o más grave aún, al vecino que trae en el asiento, sí es que le toca ir sentado porque está más canijo vomitar yendo parado. Entonces si…sálvese quien pueda.

Los propietarios de los camiones ya saben la forma como manejan esos tipos, pero tampoco hacen algo por remediar el asunto.

No estaría de más que a quien le corresponda, empiecen a hacerles antidopajes para detectar cualquier anomalía, porque no es posible que un tipo tenga en sus manos la vida de quienes suben a los camiones.

Por lo pronto, ya subieron el costo del boleto a 7 pesos por un servicio que no vale tanto, sobre todo si tomamos en cuenta que las unidades, a cual más de todas, no cubren los requisitos indispensables para dar un servicio cuando menos digno, además que por la antigüedad que tienen la mayoría de ellos, encuentra asientos en mal estado; las ventanas, si es que traen vidrios, no abren y repito, por si fuera poco, sus choferes a los que les vale madres la seguridad de sus pasajeros por que siempre andan a velocidades inmoderadas, o jugando carreras con otros, sobre todo cuando andan fuera de tiempo, sin importarles en lo mínimo cumplir con las disposiciones de la Ley de Tránsito. Pero, bueno.

A lo anterior hay que añadir el hecho de que representan un gran riesgo para quienes se atreven a cruzar cuando ellos van hechos la mocha circulando por las avenidas. O sea, a velocidad desmedida.

Si te descuidas te puede cargar…

No se detienen y el temerario tiene que esperar a que los camioneros tomen su paso.

Son los amos y señores de la calle.

Y la impotencia de observarlos en eso queda, no pasamos de allí.

Sin embargo, para no embarrar a todos, que me disculpen los que tienen algo de decencia para manejar un camión urbano, pero la gran mayoría son unos orangutanes al frente del volante. Que me dispensen también estos animalitos por la comparación.

No se les puede llamar de otro manera por la forma como conducen al poner en riesgo la seguridad de los que por obligación y necesidad tienen que hacer uso de tales unidades públicas.

Si llevan algún retraso en su horario normal, seguramente les costará el pago de alguna multa con sus supervisores o ejecutores, y le meten la chancla al acelerador valiéndoles madres que los ocupantes de la unidad vayan con el Jesús en la boca.

Lo peor es que no se les puede decir nada a estos tipos por que se enfurecen y aparte de no hacerle caso a uno siguen con la misma velocidad inmoderada, circulando incluso en las narices de los agentes de tránsito que mejor se hacen los occisos.