¡AY, MI CASITA DE PAJA…¡

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ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ.

Ay, mis naranjos en flor/ todo se perdió por esa ingrata/ que me abandonó por otro amoooor. Esta canción es la época en que los mexicanos huían del “emporio” cardenista al infierno de la “industrialización” alemanista. Miles tomaban las de Villadiego porque el hambre era el pan nuestro de cada día “allá en el rancho grande”. En efecto, millones de paisanos se iban solos o acompañados para intentar rehacer sus vidas en lo que serían las ciudades, con sus atascos, sus mañas y sus políticos tan manilargos como boquiflojos.

Una canción de ese tiempo que nos recuerda cuando salimos a bolapié del rancho, dice más o menos así: Cuatro milpas, tan sólo han quedado/ del ranchito que era mío, hay, hay, hay, hay/. De aquella casita, tan blanca y bonita, lo triste que está/ los potreros, están sin ganado, la laguna, se ha secado, hay, hay, hay, hay….

Y aquella canción que cantó Amparo Ochoa, Jacinto Cenobio, revela que aquéllos que dejaron el rancho para irse a la urbe, como expresaba mi abuelo, también ahí les fue como en feria: Un favor vo’a pedirle ahija’o/ que a naiden le cuente que me ha encontra’o/ que yo ya no quero volver pa’llá/ al fin ya no tengo ni’onde llegar/. Sin lo que más quero nada es igual/ cobija y sombrero serán mi hogar/ por eso, por eso mi ahija’o regrese en paz/ y a naiden le cuente que estoy aca’…

YO ENCENDÍ UN RECUERDO Y ME LO FUI FUMANDO.
Dejar la casa siempre ha costado a los humanos sangre sudor y lágrimas, tal vez porque en la casa que se abandona dejamos pedazos de vida que recordamos hasta la muerte. Pero como decía mi padre con un tono de resignación pragmática: “Primero es comer que ser cristiano, que chinga’o”.

Tener casa siempre ha sido un anhelo, un anhelo parecido al de un marinero que, después de una fuerte tormenta, ansía llegar vivo al puerto de sus amores. Me he preguntado si los nómadas, que no inmigrantes, que vivían un tiempecito en las cuevas para guarecerse unos días de la intemperie, cuando tenían que abandonar la caverna también soltaban el llanto?

Aunque no soy antropólogo creo que nuestros ancestros, para no decirles primitivos, tenían rutas definidas y en cada tramo de esa travesía tenían sus respectivas guaridas para defenderse de la naturaleza, las fieras y demás vainas que les impedían andar errando como “manojo de jediondilla”, por más que digan que cuando hay amor hasta debajo de un árbol.

¿ACASO NO OCURRE LO MISMO CON NUESTROS POLÍTICOS PRIMITIVOS?

Quizá el afán de tener casas de nuestros políticos en zonas exclusivas de México y del extranjero, primero en Europa y ahora en Estados Unidos, obedezca a una “tradición cultural” heredada desde el principio de los tiempos por los neandertales, que anduvieron de la Seca a la Meca buscando cavernas para salvar el pellejo.

Aquéllos vivieron errantes en un mundo sin fronteras; éstos en un mundo global donde las fronteras son sólo un mito genial en el que todavía creen los nacionalistas varados en el siglo XIX; claro, excepto para los pobres porque para estos las fronteras se han convertido en jaulas de hierro. A ambas “hordas” los hermana la imperiosa necesidad de tener doquiera un lugarcito donde descansar. Resguardarse fue una urgente necesidad para los neandertales, pero para nuestros primitivos lenguaraces, tener varias casas es una señal de distinción política, independientemente de que las hallan conseguido aiga sido como aiga sido.

Es más que una certidumbre que los jefes tribales de los neandertales cometían injusticias echando a los leones y a la alimañas de sus guaridas y una vez que conquistaban la fortaleza enemiga, seguramente dejaban a muchos de sus congéneres a “dormir” en la intemperie, por cierto muy encabronados. A diferencia de nuestros herederos que sudaban la gota gorda para hacerse de la cuevas, a nuestros políticos primitivos, las cosas se les han “facilitado”: simplemente han tenido que meter las uñas en el presupuesto y regalar contratos a sus cuates, no sin simular sendas licitaciones, para hacerse de casas que ni los blancos pueden tener.

EL DÍA EN QUE LOS VASALLOS DE ENCABRONARON.
No es de dudar que los neandertales excluidos, ateridos por el miedo, el frío y la oscuridad, una noche le echaron montón a sus caciques investidos de dioses: exigiéronles tener una cueva para cada fratría. Tras esa rebelión milenaria se volvieron sedentarios, y en vez de tener una cueva, inventaron las chozas, el fuego y la agricultura. La desigualdad cambió de rostro: los mandamases construyeron palacios y los neandertales de a pie, tras oír la canción de Cuco Sánchez: “De Piedra ha ser la cama, de piedra…”, construyeron sus chozas de ese material, porque además las piedras les servían para ahuyentar a las fieras y a sus vecinos lujuriosos.

Pero la revolución de los neandertales de a pie no fue fácil. Tampoco será fácil amarrarles las manos a nuestros trashumantes políticos que perseveran por tener casas malhabidas, cuyos precios rebasan con creces los jugosos sueldos que se pagan a la luz del día y sobre todo en lo oscurito. Porque además de retrasar o retorcer la reforma anticorrupción –o las reformas anticorrupción- dan burdas explicaciones de cómo se hicieron de esas “casitas de paja”: qué si televisa, qué si pidieron un préstamo a fondos perdidos, qué si HIGA y sus higaderas, qué si la suegra, qué si el tío, qué si la esposa, questo, quelotro. A veces he creído que la resistencia a la decencia es un problema cultural, como dijera un clásico,.

Nuestros ancestros lo hacían para que la especie humana no se extinguiera; nuestros políticos para que “su” familia no sufra sus carencias. Antaño la nobleza inocente; acá la perversidad fríamente calculada. Dicen que en arca abierta el justo peca, imagine usted que no harán los que han aprendido, tras una larga carrera, que ser manilargo y parecer decente, inicia trayendo el portafolios del jefe, a soportar sus humillaciones y regaños; años después a tener un pequeño hueso sin nada que roerle, hasta llegar, escalón por escalón, a donde se puede comparar una o varias casas. Y yo que pensé que los Neandertales se pasaron de lanzas en sus días, pero, que va, aquí en México, parecen simples aprendices de brujos comparados con nuestros políticos

Estas letras me recuerdan a Manuel Bartlett, Peña Nieto y a todos lo que pueden tienen una casita en cada en varias ciudades del planeta.