Sesenta y tres años de José Ángel Maldonado.

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Por Francisco Chiquete:

Apareció como casi todos, modesto y desconocido, con muchas ganas de hacer carrera y fascinado por un mundo espectacular, que daba asiento de primera fila en los pequeños y los grandes acontecimientos de nuestra comunidad. En muy poco tiempo se hizo popular en el gremio, que lo recibió como a todos, por su apellido, y un sobrenombre que era una obviedad: el Gordito Maldonado.

José Ángel -ese es su nombre- traía una muy definida vocación por la fotografía, aunque poca experiencia. Sus compañeros de cámara y de laboratorio eran verdaderos figurones: José Héctor, El Chepe Rojas, el gran Castorena, cuyo florido lenguaje le granjeó el mote de “el mudo”, Héctor Müller Serrano y Gregorio Saucedo, amo y señor de la fotografía deportiva y Víctor Arellano, El Piaxtla.

Producto de la Reforma Agraria: Mal-donado, le llamaron Sergio Galindo y Ramón Narváez, líderes de la redacción (y después, del sindicato), Pedro Seminario, Toño Robles, Juliana Pérez Arroyo, carrilludos empedernidos y por supuesto, amigos sin reservas, lo adoptaron y lo impulsaron.

Poco a poco fue asentándose y ganando presencia. Mucho antes del fotoshop, se metía al laboratorio y hacía trucos de doble exposición, primero con sus compañeros de trabajo, luego con paisajes urbanos y finalmente con acontecimientos noticiosos.

Poco a poco fue perdiendo la timidez y en las fiestas y reuniones se reveló como un cantante de altos vuelos, llegando a presentarse en eventos masivos como “el doble de José José”, aunque su capacidad vocal daba para hacer sus propias interpretaciones (alguna vez le oímos cantar El Noa Noa y hasta parecía una canción seria).

Trabajador, afable, Maldonado creció hasta convertirse en una figura de la fotografía. La política, los eventos sociales, incluso la policíaca, fueron parte de su trabajo cotidiano, y en todas esas áreas se destacó, pero hubo una que lo proyectó especialmente: el deporte. En abierta competencia con maestros como Chepe Rojas, como Rutilo Jaime, se convirtió en figura infaltable del Estadio Teodoro Mariscal, donde después de muchos años sigue siendo casi tan indispensable como el umpire y donde sigue haciendo fluir la simpatía con la afición.

Por estos días cumplió sesenta y tres años, ocasión propicia para recordar sus inicios, muy cercanos a los nuestros. Un amigo a todo dar.