ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ
Un día apareció mi hijo con el pie izquierdo hecho jiras y después de una convalecencia que duró postrado el tiempo de una parturienta, tenía que presentarse a trabajar y no podía hacerlo en su carro porque era estándar y teníamos miedo que meter el “clost” se lastimara más aquel pie por haber metido la pata jugando fut bol, que no por haber metido el choclo por andar en malos pasos. Al menos eso creí después de sus parcas explicaciones…
Y como no es de padres bien nacidos dejar a un hijo en un carro en el que se podía lastimar más la pata lastimada, me puse a buscar un coche automático para que mi vástago sólo usara el pie derecho que, además, es la pata con la que suele meter uno que otro gol; en cambio la quebrada sólo le sirve de poste que, como los de la Comisión Federal de Electricidad, suele astillarse al menor choque de trenes. Y mi hijo es, debo confesar, en un chocón, pero así le ha ido, pero a mí me ha ido peor. Luego le digo por qué querido lector.
DE HERODES A PILATOS.
Uno de esos días de no tan gratas cavilaciones, tomé la determinación de ir a buscar un móvil automático para pagarlo en abonos chiquitos. Me dije, entre dientes, doy el carro de m’ijo de enganche y el resto los voy pagando en módicas quincenas. Con esta determinación en ristre me eché a caminar para encontrar un carro usado, porque adquirir uno nuevo era por lo menos un sueño guajiro y, peor aún, podría haberse convertido en una pesadilla, porque en eso de la velocidad de verás que le pesa la pata.
Me sudo el copete pero recorrí todas las agencias automotrices y siempre me iba directo a la sección de los carros usados, no sin mirar de reojo los carros nuevecitos que estaban rechinando de limpios e impolutos. Y de allí, no sin cierta reticencia, me fui tendido a buscar el móvil en esas locaciones en las que venden carros chocolate envueltos en una en labia que si te descuidas, lo compras porque lo compras, porque son como bolas ensalivadas que si te descuidas te dejan ir el strike, para no secir más feo.
LA COMPRA DE LA MOVIL QUE NO DEL MOVIL.
De estos recurrentes recorridos que duraron una semana, poco a poco mi foco de atención de fue centrando en la compra de una Camioneta Chevrolet Colorado usada. Ah,y supuesto automática. Tenía puestos los ojos en la Nissan donde había una que estaba de rechupete. La segunda estaba en un lote de mala muerte que lo comandaba un gordo que lo único que no se comía eran sus palabras, porque las necesitaba para engañar a bobos como yo, por no decirme más feo…
Ese gordo de marras me atrapó entre sus garras, y pese a mí resistencia a comprar en lotes que parecen yonkes me fue cercando hasta que me convirtió en un simpe conejito frente a un buitre. Qué bueno que sólo le ocurrió venderme una camioneta inservible, porque si se le hubiera ocurrido otra cosa seguramente no estaría contándole la estafa de la que fui objeto, querido lector, simplemente no le estaría contando nada por vergüenza y bochorno, porque soy hasta ahora un hombre hecho y derecho y…
AL FIN SOLOS LA CAMIONETA Y MI VÁSTAGO.
Total que esa cafetera la compramos en 170 mil pesos. Me tomaron la camioneta en 100 mil y les quedé debiendo 70 mil, que pagaría çcuando recibiera el aguinaldo. La Camioneta anduvo un ratito medio mareada, pero al revés de San Lázaro, luego se descompuso. Entró a un taller especializado en Culiacán y duro, no le miento, por lo menos tres menos descompuesta.
Como no pudieron arrglarla en la capital, la Colorado vino a parar a Mazatlán, donde fue internada en otro taller de élite, donde jamás le pudieron quitar el ruido del motor que, tiro por viaje, era el preludio de que la móvil se desvielaría. Vaya, hasta la Chevrolet fue dar, pero sus mecanicos tambiñen le hicieron los mandados; inclusive se las quise vender; pero me recharzaron, no sin cierta desazón, comprarme el producto porque valía medres. Y en efecto, en todo ese tiempo se me devielo tres veces.
ANDABA ECHANDO MANOS A MIS FIEROS COMO QUIRIENDO PELEAR
Para ese momento ya había gastado otros 100 pesos, que que andaba a pata porque mi hijo se había llevado mi carro a Culiacán y me había quedado porque él todavía tenía que esperar a que soldaran bien sus huesos. Anadaba insolado, desepcionado, pero sobre todo muy encabronado pinche godo que me había embabucado para venderme una camoneta inservible.
Un buen día me vestí de beisbolista y con un bat en la mano fui a reclamarle a ese gordo sobre la estafa que había cometido a mi trasquilado patrimonio. Erstaba donde lo dejé. Y muy encabronado encabronado le exigí la reparación del daño. Pero este gordo feo y sin luz me “desarmó”, como si le hubieran quitado un dulce a un niño. Somplemente me dijo: “Nadie le exigió que comprará la camioneta, usted lo hizo porque le dio la gana”. Yo le quise reclamar que me había embrujado con sus palabras. Me dio vergüenza decirle tal puñalería. Di la media vuelta, y alejé temblando de rabia. Iba hasta el gorro de impotencia.
PETICIÓN DE AYUDA A TORO PASADO.
Una pregunta a las aiutoridades y a la legión de personas que han estafado: ¿No hay alguna autoridad que regule a estos vendedores de iliusiones? ¿Dónde se puede quejar el fraudiado cuando lo que compla en esos estancos vale madres? ¿Acaso esos bucaneros no tienen que ofrecer garantías cuando el carro que venden sale todo desmadrado? ¿Acaso los dueños de estos lavaderos, y no sólo de conciencias, tienen derecho a jodernos porque ellos vieven bajo el imperio de la ley d ela selva?
Hace unos días me encontré al gordo feo y sin luz en una debate de esos donde hablan mucho los candidatos sin decir nada. Parececía un gentliman y hasta rosita se veía, el cabrón. Además de regodeaba, lo cual es ya un pleomasmo, por andar de pellizco y nalgada con el diiigentes de la CANACA, como dijera un borrachín que quería pasarla de influyente. Lo vi y me vio y… Me vio y los vi y… Y para no seguiernos viendo, nos volteamos para otro lado.