ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ.
Machado en uno de los versos de Cantares, dice: “Nunca perseguí la gloria/ ni dejar en la memoria/ de los hombres mi canción…” Y para que no quede duda que para él lo pequeño es hermoso, en el mismo poema nos canta: “Yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón…”
Este poema, no obstante, nada tiene que ver con los humanos de carne y hueso, y tal vez ni con los humanos que adquieren, como Machado, el halo sagrado de los dioses. A todos nos gusta dejar en este mundo perecedero nuestra huella, una huella que vaya más allá de las huellas polvorientas que hicimos o estamos haciendo en vida. De ahí el no moriré del todo.
Por ello pretendemos construir nuestras identidades de manera distinta a las de los demás, queremos que nuestra obra sea la mejor de todas, que nuestro aliento y pensamiento no tenga ninguna competencia, porque queremos que se nos recuerde cuando nosotros ya no podamos recordar nada. Nos lastima, por tanto, que nos minusvalúen, que nos identifiquen con otros, o que se piense que somos hombres –y mujeres- sin atributos. Y esto vale no sólo para los modernos, ya Savater nos dice que la distinción reinaba también entre los hombres primitivos. Dicho popularmente, todos tenemos nuestro corazoncito…
Uno de los errores más sonados de los regímenes “totalitarios” fue su pretensión de vestir a sus súbditos con gestos, marchas y ropajes que los conformaran igualitos. Por ejemplo, habría que sonrojarse todavía del terrible espectáculo de la China de Mao, al recordar que a miles de millones de chinos que se les uniformaba con un kimono con cuello a la Mao. Amén que en esta “igualdad” había unos más iguales que otros, hoy esta política de Estado nos parece aberrante, pues era como quitarle a millones de personas la única forma de ponerle un poco de “valor agregado” y colorido a su existencia, que simplemente constituye, como decía Spinoza, perseverar en su ser por ser….
PERO EL MAQUILLAJE CUESTA.
Una canción nos dice lo mismo, pero sin mucho rollo: “Yo son quien soy, y no me parezco a nadie…” Ante esta tendencia “identitaria” del sapiens/demens, se ha estrellado todo el pensamiento que haya creído y crea que el Estado, la televisión y la cultura tienden de manera irrevocable a uniformarnos. Ahora lo sabemos: más allá del manto inefable del pensamiento único, la diversidad humana emerge de ese cajón de sastre para hacerla añicos, pintando sus múltiples voces justo allí donde debería cosecharse la indistinción. Si alguna uniformidad habrá que achacarle a nuestra especie es su carácter polifónico. Dicho en otros términos: la uniformidad es su diversidad.
Por supuesto ser distinto cuesta. Cuesta cambiar y afinar hábitos; cuesta hacerse de un perfil moral e intelectual distintivo; cuesta sobreponerse al miedo y a la rutina; cuesta, en fin, maquillar nuestro rostro para entrar al mercado de las identidades y sobrevivir a su multiforme competencia. En sus expresiones menos profundas también es costoso afirma una forma de ser, especialmente cuando los individuos construyen su metamorfosis a través de la moda. Para operar esta metamorfosis empeñamos hasta la quincena, pues poseer los atavíos más novedosos nos da la sensación de ser distintos a los demás. En mi pueblo dicen cuando alguien carece de “rostro propio”: “Es como la cuacha del gavilán, no jiede ni apesta…” Y como nadie queremos ser cuacha de gavilán, entonces…
Por supuesto que el asunto de la distinción humana con la llegada del interner y los Smartphone la moda ha sufrido una profunda transformación, al ser copiadas -adoptadas y adaptados- de los lugares más extraños mundo, por supuesto los vestuatios de la gente fifí cuestan un ojo de la cara porque son de “marca”, aunque a final de cuentas nunca es tan caro si se corre el carísimo riesgo político de no salir en la foto. Diríase: el que quiera azul celeste que se acueste…Esto ocurre fundamentalmente en Occidente, porque por ejemplo en algunos países de Medio Oriente las personas son indistinguibles.
LOS POLÍTICOS Y SU IDENTIDAD POLÍTICA.
Habrá que decir que la construcción de esta metamorfosis, son sufragadas, por lo general, con esfuerzo y dinero de sus propios promotores; si nadie puede labrar en última instancia la personalidad de cada quien, como tampoco puede ser costeada con recursos ajenos. Cada quien construye y paga su máscara, aunque siempre vayamos construyendo un rostro con los arquetipos sociales que nos parecen encomiables
En efecto, todos pagan por construir su identidad, hasta los políticos. Si bien es cierto que los políticos tienen que gastar de su bolsa para ser identificables en el campo de la política; ya lo decía alguien: un político pobre es un pobre político-, pero una vez encuentran de ese anchuroso campus del erario público, la promoción de su identidad personal y política corre a cargo de nuestros impuestos, ya que los partidos y los huesos que pescan son considerados como identidades de interés público.
Aunque vale decir que el ropaje de los políticos es menos diverso; primero porque se visten austeros para parecer decentes y en segundo lugar, porque estos fiambres de acción y poca reflexión, siempre usan un ropaje parecido -muy parecido- al de su jefe-, e inclusive adoptan sus gestos, su jerga y su verba. Es que todos los políticos tienden a parecerse a su dueño!