El título de esta nota suena pretencioso, pero es un simple dato científico: leer cambia la química, física, anatomía y fisiología del cerebro.
La duda es qué tanto conseguirá transformarlo. De acuerdo con el neurobiólogo español Francisco Mora, dependerá de que el texto logre despertar tu curiosidad y, sobre todo, tus emociones.
«Solo se puede aprender aquello que se ama», decía Mora en el libro «Neuroeducación», publicado hace 8 años. Este ensayo sobre cómo la ciencia del cerebro puede mejorar la forma en que se enseña y aprende lleva 48.000 ejemplares vendidos y acaba de llegar a su tercera edición.
El año pasado el también docente universitario publicó «Neuroeducación y lectura» para ampliar uno de los temas centrales de su anterior bestseller y que considera «la verdadera gran revolución humana»: la capacidad de leer.
Previo a su charla en el marco del Hay Festival Arequipa, Mora habló con BBC Mundo sobre el cerebro, la educación y la lectura, diálogo resumido aquí en cuatro grandes datos.
1. Leer es un proceso artificial y reciente
«La capacidad de hablar la hemos adquirido por procesos de mutaciones genéticas con el Homo habilis hace unos 2 a 3 millones de años«, dice Mora.
Desde aquel entonces, los humanos nacemos con los circuitos neuronales del lenguaje, aunque vale la pena aclarar que la acción de hablar solo se aprende en contacto con otros.
«Se podría decir que nacemos con un disco cerebral en el que poder grabar, pero que estará vacío si no se graba nada en él», escribe en «Neuroeducación y lectura».
En cambio, la lectura nació hace apenas unos 6.000 años por la necesidad de comunicarnos más allá de la tribu propia, del corto alcance del boca a boca.
Además, su base no es genética sino artificial o, mejor dicho, cultural.
«Leer es un proceso que al no estar genéticamente codificado (y, por tanto, no es transmitido por la herencia) se repite costosamente en cada ser humano y necesita cada vez del trabajo duro del aprendizaje y la memoria», explica en el libro.
Y agrega: «Leer, y desde luego leer bien o muy bien, requiere un laborioso proceso de aprendizaje, atención, memoria y entrenamiento explícito que dura años e, incluso, gran parte de toda la vida si se aspira a leer de un modo altamente eficiente».
Pero lo de «costoso» y «laborioso» no tiene por qué significar sufrimiento, aclara Mora, quien a los 4 años comenzó a vivir «el castigo de la lectura en el colegio» por el desconocimiento de sus educadores sobre cómo funciona el cerebro del niño.
2. Aprender a leer más temprano no te hace más inteligente
Los niños son «verdaderas máquinas de aprender» ya desde el útero, escribe el investigador y divulgador. De hecho, continúa, «el ser humano necesita aprenderlo casi todo».
La lectura es uno de esos grandes hitos en el desarrollo infantil, uno que llena a los padres de orgullo… o de preocupación.
«Cuando una madre se da cuenta de que a su niño de 5 años todavía le cuesta mucho aprender a leer y que el vecinito de enfrente con 4 años ya lee de corrido, se puede preguntar: ¿es que mi niño es más torpe?«, dice.
Sin embargo, la neurociencia ha demostrado que para aprender a leer, hay ciertas partes del cerebro que tienen que haber madurado previamente, algo que puede llegar a suceder a los 3 años, pero que por lo general culmina cuando tienen 6 o 7 años.
Por eso, escribe, lo aconsejable es que la lectura se empiece a enseñar formalmente a los 7 años, «edad en la que, casi seguro, las áreas cerebrales base de la lectura están en todos los niños lo suficientemente desarrolladas y maduras para captar en todo su sentido y emoción la tarea de comenzar a leer. Precisamente esa es la edad en la que se empieza a aprender a leer en ese país tan avanzado en la enseñanza que es Finlandia».
Este es uno de los ejemplos que más le gusta usar para explicar la importancia de la neuroeducación, o sea, una educación basada en cómo funciona el cerebro.
Es que además de que forzar a un niño a aprender a leer prematuramente puede provocarle un sufrimiento y frustración innecesarios, que lo logre a los 3 o 4 años no tiene trascendencia alguna a futuro.
En otras palabras, no le da una ventaja académica ni lo hace más inteligente.
Según Mora, la maduración cerebral tiene un componente genético, pero también uno cultural, vinculado sobre todo, al hogar: crecer con padres que leen o te leen, «tiene una dimensión emocional que facilita enormemente el aprendizaje de la lectura».
3. Internet está generando un problema de atención
«Nadie duda que internet ha supuesto una revolución cultural, creando una ‘era digital’ en la que la lectura no solo se hace más deprisa sino también de modo diferente», escribe Mora en «Neuroeducación y lectura».
Sin embargo, diversos estudios sobre los efectos de internet en el cerebro de niños y adolescentes también empiezan a mostrar aspectos negativos, que van desde la disminución de la empatía hasta el decaimiento de la capacidad de tomar decisiones.
Sobre la lectura en concreto, como explica en «Neuroeducación», es necesario inhibir de forma temporal el «99% de todo aquello que normalmente pensamos o entra a nuestro cerebro y solo prestar atención al 1% de ello». Además, precisa de un cierto tiempo.
En cambio, navegar en internet «necesita de un foco de atención muy corto y siempre cambiante«.
Eso, dice el español, está inhabilitando uno de los muchos tipos de atención que existen: la ejecutiva. «Es la que tienes cuando diseñas un plan de trabajo, la que requieres para el estudio», explica, que es «sostenida» y «reposada».
Incluso hay quienes hablan de una nueva forma de atención, a la que llaman digital.
Mora reconoce que hoy en día no tiene sentido retener la fecha de nacimiento de una figura histórica, dato que Google responde de forma rápida y correcta. Pero eso no quiere decir que la memoria haya dejado de importar en el aula.
«Necesitas memorizar y mucho, porque tus memorias son lo que eres», opina. «Inclusive, ¿no es bello acaso tener algunas memorias de alguna poesía o de un trozo pequeño de literatura que puedas usar para embellecer tu propio discurso?»
«Esa es una dimensión importante de tu individualidad, de lo que te hace diferente». E incluso, asegura, te hace mejor persona.
4. Leer cambia al cerebro (y a ti)
Si bien el cerebro no está genéticamente diseñado para leer, este órgano posee una propiedad clave para lograrlo: la plasticidad.
La palabra proviene del griego «plastikós», que significa «cambio» o «modelado».
Quizás el máximo ejemplo sea que aprender a leer modifica la función de un área del cerebro principalmente programada para identificar formas y detectar caras, la cual también pasa a procesar y construir palabras.
Pero las transformaciones no son solo a nivel fisiológico.
«Lo que enseña (el maestro) tiene la capacidad de cambiar los cerebros de los niños en su física y su química, su anatomía y su fisiología, haciendo crecer unas sinapsis o eliminando otras y conformando circuitos neuronales cuya función se expresa en la conducta», escribe en «Neuroeducación».
Es que, como afirma luego en «Neuroeducación y lectura», «cada persona cambia no solo en función de lo vivido, sino también de lo leído».
«Leer no es un acto pasivo de absorción de lo que hay escrito en un determinado documento o libro, sino un proceso activo, o recreativo (‘volver a crear’) si se quiere, de lo que allí se describe», agrega.
Implica «activar un amplio arco cognitivo que involucra la curiosidad, la atención, el aprendizaje y la memoria, la emoción, la consciencia y el conocimiento». Y cambiar.
Como escribió el filósofo italiano Umberto Eco y a quien Mora disfruta de citar: «El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee, habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás».
Información por BBC