PEREGRINA: EL VIENTO, EL MAR,Y EL RECUERDO…

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Elio Edgardo Millán Valdez

El Granma no fue para ella una sólo embarcación, fue la metáfora de la ventura. Un día de aquellos días el llamado de la sangre la condujo a la tierra prometida, a esa tierra que es tan suya desde el primer día en que la imaginó. Cuba no es para Alicia un lugar, fue y es un aliento hecho caña, hecho ron, hecho esperanza… fue el ritmo de su rojo corazón de peregrina, un corazón que no encanece, aun y a pesar de que su hermosa cabellera perle la marcha inexorable de los días y los años.

Es que algo quedó en su mente de niña: tal vez la gesta de Perón, de Isabel, y de tantos argentinos que jamás se rindieron ante las incruentas dictaduras que asolaron la tierra de Ingenieros y tiñeron de muerte las sensuales notas de los tangos que Gardel sembrara con maestría en las fértiles pampas de los gauchos, o acaso los versos coloridos de Martín Fierro: “Yo nunca tuve una vida/ que una vida desgraciada/ no extrañen que en la jugada/ alguna vez me equivoque/ pues debe saber muy poco/ aquél que no aprendió nada..

Luego los Beatles, Herbert Marcuse, la rebelión estudiantil, las atrocidades en el Viet Nam, el marxismo, el asco por la gasmoñería de las clases medias, el Che, Fidel, seguramente estas imágenes señeras le dieron la certidumbre que humanamente era mejor morir de pie, que vivir de rodillas. Y se echó a andar con la adarga bajo el brazo, y se fue al encuentro de su destino, de aquel sino del que no abjuraría jamás, por más que le viento soplara en dirección contraria.

Por el iris de sus ojos se dibuja la gramática de aquél hermoso verso que incendió las conciencias de los años 60’s: Cuba, Cubita hermosa/ Martí te lo prometió/ y Fidel te lo cumplió. En su piel están tatuados los poemas de Neruda, ay, tan lejos de Cuba y tan cerca de su sensibilidad latinoamericana: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche/ escribir por ejemplo la noche está estrellada/… es tan corto el amor/ y tan largo el olvido…” En la sintaxis de su respiración resuena la voz del Che Guevara: “…otros lugares del mundo reclaman mis modestos esfuerzos…”

De México pasó a Cuba, llevando en el alma y el cuerpo los frutos de su primer matrimonio. El primer día que pasó en la Isla fue una gran revelación: tocó todo cuanto encontró a su paso, como queriendo endosarlo a su piel, porque esa piel requería el bautizo de las aguas sagradas de la revolución, de una gesta hecha a imagen y semejanza de los sueños que había acariciado en su primera patria. Aspiró con desesperación el aire, el vaivén de las palmeras, el canto de las olas y luego se quedó dormida, como el niño que se encuentra con sus dulces fantasías.

A treinta años de distancia, la flama revolucionaria sigue ardiendo en sus entrañas. La nostalgia y las lágrimas, dicen militantes, son la cura que vence al olvido, porque la desmemoria es el caldo que cultivan los ingratos; y Alicia es por cierto la sonrisa abierta de la gratitud, y cómo podría ser de otra manera, si el tango se convirtió en son trovero que ahora vibra en el ritmo de su sangre.

Y en la travesía del recuerdo, sus recuerdos, fluyen las imágenes sin tiempo ni espacio, porque lo que amamos se troca en ese extraño magma que se llama eternidad. Se acuerda de la alegría de su gente, de los tiempos difíciles de los años 80’s, de las incursiones de Fidel en el Continente Africano y el dolor de las madres cubanas por lo hijos muertos en el campo de batalla, de los balseros, el bloqueo norteamericano, las boberías de los rusos y los interminables discursos de Fidel. En fin, de un inmenso baúl de recuerdos, amargos y dulzones, dulzones y amargos, como el farolito del Agustín Lara. No hubo llanto en el recuento, aunque a veces pensé que alguna lágrima correría discreta por sus blancas mejillas.

En la tierra de Martí conoció al hombre con el que procrearía, en segundas nupcias, dos hijos que se han convertido desde que nacieron en sus alas y sus raíces, que con el curso de los años la convertirían en abuelita. Son el amor de sus amores y los culpables afortunados de haberla convertido en abuelita. Con sus nietos adquirió el grado de comandante, grado con el que dirigirá a esa pequeña tropa que transformarán su mundo.

Al son del corazón y tal vez al ritmo de una hamaca, seguramente discutió con su marido los ires y venires de la lucha revolucionaria. Optimista moderado, él y ella, la pasión volcánica, tal vez en no pocas veces su cielo lo amenazó la tormenta. Seguramente su marido era la calma, y cedía para que la tempestad no ahogara el amor que los incendió desde el primer instante en que se conocieron. Luego vino su muerte, su dolorosa muerte. Alicia ese día quedó consternada. Lloró a mares porque se había marchado para siempre su alter ego, el hombre que había matizado sus flamígeras ideas, pero no sus profundas convicciones.

Con su muerte quedaron el amor, los hijos y los nietos, los recuerdos y un libro de poemas que de tarde en tarde solía leer, hasta alcanzar el tono de una melodía que era, a un tiempo, la voz de la tristeza y un canto a la esperanza. Alicia no lo dice, pero de ese legado aprendió que la crítica es también parte del amor a lo que profesamos, porque si bien es falso que árbol que nace torcido, nunca jamás se endereza; es igualmente falso que un canto que nace hermoso, no pierda con el tiempo las notas más alegres en los laberintos de un sinuoso pentagrama. Aunque es discreta, se nota que guarda en el pecho un rosario de desacuerdos con la nomenclatura isleña. Pero se los reserva porque está convencida que los trapos sucios se lavan en casa, y esa casa es Cuba, aunque lo sean también, a su manera, México y Argentina…

Tal vez la crítica más contundente la constituya su rol de educadora. No fue el fusil, la arenga revolucionaria ni el espíritu coagulado de la burocracia, lo que signó su vida. Tal vez porque desde el principio supo, como el apóstol Martí, que para ser libres era imprescindible ser cultos. Frente a los excesos del verbo, esgrimió la reflexión; frente al monólogo revolucionario opuso siempre diálogo civilizatorio. Creo que su prudencia respecto a los abusos del marxismo tropical, se basó en una certidumbre: que la arenga pasa pero los conceptos quedan. Siempre lo supo: en el largo plazo ella tenía ganada la batalla, porque educar es el más alto ejercicio de la libertad, en cambio la verborrea…

Alicia, querida Alicia, te quiero como se quiere al compañero que no tiene dobleces, porque en tu vuelo de dulce peregrina nos has dejado el valor de las palabras que sólo adquieren la densidad del trueno cuando son rubricadas por la contundencia de los hechos. Por ello qué importa si no estamos de acuerdo, porque tenemos, más allá de nuestras controversias, un fondo común de recuerdos. Y a estas alturas de los días, recordar es vivir. Y precisamente lo que necesitaremos con apremio en el curso de los años, es el oxígeno para que la memoria no nos haga olvidar lo que hemos sido.

Alicia te abrazo, y hago votos para volverte a ver. Ojalá que nos encontremos de nuevo, porque quedaron muchas páginas sin escribir. Habrá que discutir horas y horas, aunque no estemos de acuerdo, porque…. “Cultivo una rosa blanca/ en junio como en enero/ para el amigo sincero/ que me da su mano franca/ y para el cruel que me arranca…ni madres. Hasta siempre, Alicia. Me despido con tu música: “No comparte una reunión/ más les gusta la canción/ que comprometa su pensar…/ Todavía quedan restos de humedad…”