ENRIQUE VEGA AYALA
Pedro Infante nació en Mazatlán el 18 de noviembre de1917 a la 1:30 horas, en la casa marcada con el número 508 de la calle Constitución. Sin embargo, este cantante y actor nunca ostentó el gentilicio mazatleco; siempre se dijo oriundo de Guamúchil, porque adoptó a esa localidad como propia durante su infancia y adolescencia. A Pedro Infante nada más lo parieron en Mazatlán, con la ayuda, dicen, del Dr. Toshio Shimizu; pero, con eso es suficiente para que nuestra ciudad proclame, con el acta de nacimiento como evidencia, ser la cuna del llamado “Ídolo de México”. La casa donde se presume que se efectuó el parto es, además, muy adecuada para resaltar las raíces humildes de esta estrella de la época de oro del cine nacional. Los Infante Cruz pudieron contar con el Dr. Shimizu gracias a la disposición de este partero que se distinguía por atender casos sin importar el nivel social de sus pacientes y recibía a cambio lo que las familias le pudieran ofrecer por sus servicios, no solo «pagos chiquitos» como dicen hoy, sino productos de granjas y de milpas, entre otros.
Infante participó en 64 películas, entre 1939 y 1958. Inició su carrera cinematográfica como extra en un cortometraje titulado “En un burro tres baturros” y las últimas que se estrenaron con él como protagonistas fueron “Tizoc” y “Escuela de rateros”. Por diversas actuaciones recibió los premios “Ariel”, a nivel nacional, así como el “Oso de Oro” y el “Globo de Oro”, reconocimientos internacionales.
Como cantante, su discografía oficial registra 314 canciones grabadas entre 1943 y 1957. En esta faceta, El Universal, con motivo del 50 aniversario del fallecimiento del intérprete publicó que “tiene el disco más comercializado de la historia de México con el tema Las mañanitas que desde su lanzamiento ha vendido 20 millones de unidades”.
Carlos Monsiváis en su libro “Pedro Infante. Las Leyes del querer” comenta respecto al accidente en que perdiera la vida el actor y cantante nacido en Mazatlán: “La noticia estremece –literalmente- al país entero que, sin estas palabras pero con este sentimiento lacerante, percibe cómo la muerte de la gran estrella de cine lo afecta de manera insólita. Sin necesidad de palabras, una comunidad instantánea vive –de un solo golpe- las revelaciones en cadena que notifican las dimensiones de la pérdida. A los cuarenta años de su edad, Pedro Infante es un símbolo y es una realidad primordial del tiempo en que la industria fílmica es bastante más que un entretenimiento; las horas y los años invertidos en las salas de cine urbanas o sus equivalentes regionales son datos centrales de la existencia. Lo ocurrido el 15 de abril [de 1957] es un conocimiento irrefutable: la educación de los sentimientos y una parte de las visiones insustituibles del mundo dan comienzo al iniciarse una película”.
En su estilo críptico el gran cronista del México contemporáneo describe los rasgos que componen el mito nacional de Pedro Infante: “Infante es un producto orgánico del norte de la República, específicamente de Sinaloa, es un emblema del carácter y la valentía, de la incapacidad del doblez y de las emociones nunca soterradas. Esto lo atestiguan las convicciones de su público y las de Infante mismo, muy al tanto de su leyenda”.