– Durante seis días, permanece en vela, transformándose desde temprano para el jolgorio nocturno.
– Un pequeño ejército de trabajadores de todos los ramos se encarga de asearla y nutrirla para la masa ansiosa de diversión.
A las cinco de la mañana; durante seis días, una brigada de treinta personas, debidamente descansadas, pertenecientes a la dirección de Servicios Públicos irrumpe en Olas Altas, esquivando a los últimos trasnochadores para empezar la limpieza, el inicio del maquillaje, buscando quede lista para un desvelo más.
De jueves a miércoles de Carnaval, esta zona, teniendo como fondo el arrullante Pacífico y sus olas; entre Zaragoza y Alemán y…más allá, no duerme; se llena de fiesta.
Es la cara diferente. Entre dos y tres toneladas de basura, predominando plásticos, aluminios, platos de unicel y papel deben de ser recogidas de manera puntual; mientras dos equipos succionadores de Jumapam se encargan de dejar libres de los desechos orgánicos que los trasnochadores depositan ahí: excretas y micciones. Miados y excrementos dirán los comunes.
Hay baños públicos gratuitos, es uno de los derechos de pagar los 30 pesos por accesar a la zona de diversión; sin embargo, los restaurantes y bares del área cobran diez pesos y se esfuerzan por mantenerlos limpios, aunque a determinada hora es prácticamente imposible mantener la asepsia.
Ya a las diez de la mañana otro pequeño ejército irrumpe: son quienes abastecen las barras; quienes llevan los productos para restaurantes, carretas de tacos, hotdogs y otros alimentos que algunos consideran chatarra pero que bien llena un estomago hambriento, aunque atiborrado de licor.
Observamos huéspedes de los pocos hoteles, llegando con su propia dotación de cerveza y vino; algunos caminan tranquilamente, mientras esa plaga de americanos residentes pasean a sus perros y uno que otro anda en bicicleta o trota.
Por aquí y por allá se ven los precios de los productos. Agua nestle a 20 pesos, pero el bote de cerveza a 15 y el mega bote a 20 pesos.
En las barras empiezan a apilarse torres y más torres de cerveza. Tan sólo en una de ellas apreciamos una estiba de 12 por doce por 12; lo que se traduce en 1 mil 728 latas; adicionales a las que ya reposan recostadas en cinco hieleras, mientras un afanoso pica el hielo de barra sobre de ellas. ¡Hay que refrescarlas desde ahorita para la hora buena!.
¡Oye!, ¿de que serán esos tacos que ofrecen a cinco por cuarenta pesos?, pregunta una compañera de un medio escrito con quien nos encontramos en la bobea.
La Ballena est’a a 35 pesos, el plástico con dos litros de ambarina a sesenta pesos.
Hay puestos de elotes, churros, frescas, tacos y hotdogs; tostilocos y tostinachos.
Rusas, Micheladas y Piñadas. Nadie sabe explicar que es una Rusa: es una bebida con sal y seven up, dice un compañero fotógrafo; pero hace años que no veo ese refresco en ninguna tienda común.
Las fuerzas estatales de seguridad están presentes: un camión impresionante con equipo sofisticado que dice C4 se encuentra estacionado por la calle Constitución; y otro camión fijo en Angel Flores, delante de los baños y la antigua casona tropical de los Coppel.
A pesar de la hora ya hay movimiento de gente; incluso unos empleados de nuestra emblemática empresa cervecera beben discretamente su producto en vasos desechables,
No hay turistas en el Clavadista aunque los vendedores de artesanías y los propios jóvenes que se avientan al vacío se encuentran presentes.
Ya aprieta el hambre, pero ninguno de los puestos de hamburguesas de a dos por cincuenta pesos o de los hot dogs “sin tocino” de a tres por 35, esta disponible. ¡Lastima! Vámonos ya a robarle un poco de sueño al día para volver más tarde a bebernos la noche.