Odile en Los Cabos.

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En primer lugar quiero expresar mi sentimiento solidario con mis queridos familiares, paisanos y connacionales que viven  en ciudades y poblaciones de Baja California Sur. Al igual que muchos sinaloenses, por allá tengo un primo, que para mí es un hermano; tengo sobrinos que los amo como hijos.

Muchos amigos de mi juventud que se fueron a la tierra de promisión, a la venta de tiempos compartidos en los setentas y ochentas cuando se decía que aquello sería la capital nacional del turismo organizado y planeado. Para allá han emigrado mis alumnos de las escuelas de Turismo, Economía, Comunicación y profes a los que he impartido cursos en los centros de actualización magisterial. A todos los mantuve en mis pensamientos y en los deseos de para bien cuando aquel domingo 14 de septiembre los vientos de Odile les azotaron de frente, a mucha velocidad y sin compasión ¿acaso se le puede pedir eso a la naturaleza, digo la compasión? cosa que ni los humanos la tienen.

Al otro día, poco a poco en Mazatlán, como en el resto del país, fuimos recibiendo noticias sobre la tragedia. Ahí, en las imágenes, el terrible impacto material, soy economista de origen y cuando veo la destrucción material me horrorizo. Cuanta riqueza tirada, cuanta destrucción de patrimonio, cuantos sueños y esfuerzos estaban ahí tirados en el lodo, rotos, desvencijados, casas sin techo, familias sin hogar, fuentes de empleo destruidas, infraestructura de servicios públicos, todo. El caos.

Otro caos estaba por desatarse y fue el de la anarquía, el desorden social, la ley del más fuerte, la fuerza irracional de una marabunta de saqueadores que fueron a buscar, no alimentos; el hambre no te hace ladrón. Sino la ocasión desordenada de obtener una recompensa, un comportamiento oportunista, un resentimiento a flor de piel. Dijeron que tenían hambre cuando ésta sociedad no sabe lo que es el hambre después de 72 horas sin alimentos. Digo por muy pinchi que sea el salario ante la eminente llegada del ciclón uno compra unas lata de algo, unas bolsa de esto y unas botellas de agua o de lo de aquello.

Los saqueos  de almacenes me recuerda, una vieja experiencia, fue  cuando viajaba de estudiante en los sucios y pestilentes camiones Norte de Sonora en los años ochenta;  y sucedió que en el viaje de Culiacán a Mazatlán, un camión cargado de cajas de uvas se encontraba volteado en el camino.  Todos los pasajeros del transporte en que viajaba se bajaron dizque estirar piernas  y otros conductores se paraban junto al camión y de pronto alguien tiró de una tabla rota del camión y aprovecharon para cargar con cajas, bolsas o racimos de uvas. Uvas a puños y algunas obtenidas a puñetazos, codazos y mentadas. Un comportamiento irracional y delictivo.

Me sorprendí, en menos de una hora sólo quedaba basura en la caja del camión y un chofer desesperado que pedía ayuda o otros choferes de trailer. No todos los saqueadores eran pobres, ni todos tenían necesidad de comer uvas. Si una hora  antes les hubieran preguntado, de seguro habrían reprobado ese comportamiento y lo hubieran calificado de retrógrado y salvaje, cómo ahora lo hacemos todos comodamente sentados frente a la computadora y compartiendo por el Facebook imágenes de desorden y cargando culpas a los oaxacos, chilangos y chiapanecos, que han empbrecido a Los Cbos con su cara de indios y panzas prietas; los sinaloenses somos puros, sinceros,trabajadores, decentes y güeritos, según algunos ciber idiotas

Pues al igual que con el camión de uvas; ahora vemos a una masa de saqueadores llevándose lo que sea de los almacenes, tiendas y pequeños abarrotes.

¿La autoridad, el orden público, la las normas de comportamiento público, los valores personales, donde quedaron, pues en nada? Los saqueos continuaran, pero de la misma sociedad sud bajacaliforniana empiezan a surgir los elementos de la defensa comunitaria a proteger sus barrios y sus escasas pertenencias. Hace escasos seis días azotó el ciclón y tenemos las mismas dificultades que Cortés tuvo en 1535 para llegar a la península,  o será isla?  No me hagan caso, eso era un debate del siglo XVI.

 En mi familia, mazatlecos, gente de puro corazón,  sabemos lo que es quedarnos sin techo.  En los ciclones de los años sesenta y setenta el techo de lámina negra o de asbesto de mi casa cambiaba de domicilio con la fuerza de los vientos;  y a nuestra puerta caían otros techos de los vecinos. Después de la tempestad con el material de unos se  reparaban otros. Por allá, a los días llegaban como siempre los atados de lámina negra, clavos y pedazos de chapopote que regalaba el gobierno a través de líderes corruptos que siguen imperando en las colonias populares y las repartían al modo. En aquél mar de pobres y prietos, según aquellos, mi familia era rica, solo porque mi abuela, mi padre y mis tías eran güeros ojito verdi azul y narices respingadas, pero también éramos muy pobres.

Sé de lo que hablo cuando les cuento que he contemplado el cielo nublado con luna de octubre iluminando mi rostro, de vez en cuando ver cruzar por el firmamento  a  una estrella fugaz y recordar que es momento de pedir deseos; sin embargo por naturaleza somos pesimistas y miramos que alrededor solo hay, cuatro paredes, montones de ropa mojada por los rincones, muebles que apestan, arriba solo el cielo por techo y cinco niños acostados sobre un colchón húmedo y meado de puro miedo.

 Sin embargo, hay esperanza para el que se levanta y ve con rebeldía su desgracia y se impulsa contra la adversidad. En mi casa no nos hemos vuelto a quedar sin techo, ni mis padres, ni mis hermanos, nadie. Espero y ruego que no venga un ciclón a quitarnos tal presunción.