Quinto poder
MARIO MARTINI
Durante la dictadura perfecta ocurrieron atrocidades de todo tipo: corrupción desbocada, tráfico de influencias, evasión fiscal de la oligarquía, desapariciones forzadas, asesinatos impunes, explotación infantil, trata de personas…, pero los mexicanos vivíamos en el país del cuerno de la abundancia donde la felicidad y tranquilidad era regla, según lo difundían los medios de comunicación de la época al servicio del poder político.
Controlados por el gobierno, los periódicos y Telesistema mexicano, única concesionaria del espacio radioeléctrico, eran apologistas del régimen y sumisos panegiristas del presidente en turno. La sumisión era total y la libertad de expresión, motivo de recuerdo en los comelitones organizados por los empresarios periodísticos y el gobierno para conmemorarla, en la que se premiaba al periodista del momento, aquél cuyo trabajo no era incómodo para el gobierno pero que había tocado algunas fibras sensibles de la sociedad mexicana. No había méritos profesionales para obtenerlo, vista la profesión periodística como un servicio para la sociedad y no para el poderoso.
Aquellos periodistas que se atrevieron a criticar y disentir, garbanzos a libra, fueron exiliados o asesinados o maniatados por el gobierno. Sólo así entendemos la pobre cultura de la crítica que hay en los medios de comunicación de México. Salvo el Semanario Proceso, aun con sus exageraciones ocasionales, Milenio, El Universal y La Jornada – que también son de chispazos del momento o por encargo- no hay más empresas que ejerzan el contrapoder de su origen y practiquen el periodismo de investigación que es prácticamente nulo en toda la república.
Del cuarto poder que fue en luchas sociales importantes para el país, desde la Independencia, pasando por La reforma y la Revolución, no queda nada, algunos mendrugos del gran poder que tuvo la prensa mexicana clandestina del siglo XIX.
En una superficial revisión de los contados apóstoles de la libertad de expresión, nos sobran de dos de las manos para contarlos. Filomeno Mata, los Flores Magón, Heriberto Frías, Manuel Buendía, Julio Scherer y algunos intelectuales más que se metieron a periodistas.
Durante décadas, Jacobo Zabludovsky nos contó las maravillas de un país de riquezas enormes y atractivos que envidaba el mundo. Las telenovelas de Televisa hicieron lo propio: la desgracia está en la caja idiota, pero no en las calles ni en los pueblos remotos. Hoy sabemos que somos casi 60 millones de pobres, muchos de ellos muertos de hambre. Que tenemos casi 10 millones analfabetas y que si escarbamos en nuestro traspatio encontraremos una fosa común con cuerpos que necesitan ser identificados por peritos argentinos.
¿Por qué ahora estamos frente a la petición de un amplio número de mexicanos que quieren la cabeza de Enrique Peña Nieto? ¿Acaso no pasamos estos primeros meses embelesados por la posibilidad de ser súbitos millonarios con las reformas fiscal, energética, educativa, administrativa y electoral?
Televisa, su patiño Tv Azteca y cientos de periódicos y estaciones de radio del país hablaron maravillas del poder seductor del presidente de la república y sus alfiles en el gabinete y el Congreso de la Unión que lograron lo que no pudieron los 3 presidentes anteriores, 18 años perdidos. Falta un pelito para irrumpir a una vida plena de riquezas y satisfacciones. Tendremos luz, gas y gasolina a precios simbólicos; cualquier indígena de la Montaña de Guerrero o de la Sierra tarahumara tendrá celular para hablar como loco a donde quiera o mandar wasaps a medio mundo; sobrará la comida gourmet (nada de transgénicos) y todos los mexicanos, jóvenes y viejos, recibirán sueldos mínimos de 180 mil pesos anuales para cualquier mazahua, otomí o tepehuano, además de prestaciones que incluyen vacaciones pagadas al Mar Cantábrico y atención médica en Los Ángeles, el de Vázquez Raña. ¡El milagro mexicano por fin al alcance de todos! El drama solo seguirá existiendo en las telenovelas, pura ficción.
¿Entonces qué les pasa a los estudiantes, a los maestros normalistas de Ayotzintapa, a los padres con hijos desaparecidos, a los líderes morales de partidos arcaicos, a la plebe identificada por la hijita presidencial, a toda esa bola de nacos que salen a las calles a destruir comercios y pedir la decapitación del presidente en ceremonia azteca? ¿Acaso no ven Televisa o Tv Azteca, no leen Vértigo o los cincuentaitantos diarios de Vázquez Raña?
Gracias a dios estamos ante a un poder inconmensurable, de ejercicio libre, que nadie lo para: las redes sociales que hace tiempo superaron por mucho “la objetividad” de la vieja prensa mansa y convenenciera que ahora tiene dos caminos: agarrar el ritmo de la Internet o desaparecer.
Periodistas independientes y ciudadanos en general tenemos a nuestra entera disposición aprovechar el quinto poder en que se han convertido la Internet y las redes sociales, sin las que sería imposible entender la súbita efervescencia de la irritación ciudadana activa frente al atávico poder omnímodo de la plutocracia que nos mantuvo en la oscuridad durante más de 2 siglos.