NUTRIDO DESFILE REVOLUCIONARIO

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De todo hubo en el recorrido: autoridades engalanadas, muchas porristas y hasta adelitas sexis

Aunque no participaron las secundarias ni varias de las preparatorias, el desfile conmemorativo del 20 de noviembre fue prolongado y nutrido. Se calcula en más de tres mil, la participación de elementos de instituciones educativas, fuerzas armadas y grupos de la sociedad civil que dieron colorido a esta conmemoración que recordó a los mazatlecos los ciento tres años transcurridos desde que se inició la Revolución Mexicana.

Desde las siete y media, jóvenes y adultos participantes se empezaron a concentrar en el monumento al Pescador, recorriendo cientos de metros hacia el sur para ubicar el sitio desde el que arrancaría su contingente. A esa hora ya había alegría, nerviosismo por las evoluciones que realizarían a lo largo del desfile y por supuesto, bromas estudiantiles y amoríos juveniles de esos que no se inhiben con la luz del día.

Las autoridades en el presídium la pasaron bien, no sólo por lo variado de las evoluciones, sino por el clima tan benigno que privó la mañana de este miércoles. Ni calor les dio a los militares de alta graduación, que llevaban sus trajes más formales, o al alcalde, que se presentó de traje y corbata en el penúltimo evento del calendario cívico que le toca encabezar.

Sobre la avenida del Mar, cientos y cientos de jóvenes se esforzaban por demostrar que valieron la pena los esfuerzos de entrenamiento. Abundaron los artemarcialistas con sus catas, sus llaves, sus patadas espectaculares y sus vuelos sobre el contrincante. Pero más que practicantes de las disciplinas orientales, hubo porristas en el más decantado estilo gringo, de esas que avientan a la más pequeña por los aires y luego la cachan después de hacer la faramalla de que no van a alcanzarla. Bastoneras también, cuyos uniformes de gala competían en lo sexi con algunas adelitas que acomodaron la tradicional blusa de manta para convertirla el una ombliguera que competiría en las playas de Copacabana.

La gente agradeció cada uno de los esfuerzos, así como la marcialidad de los soldados y lo intrépido de quienes literalmente jugaron con fuego para hacer más emocionante la demostración.

Este año, se suponía, no iba a haber desfile. Desde la Secretaría de Gobernación se dijo que ni siquiera estaba programado, para negar que el régimen lo hubiese suspendido, pero las costumbres hacen leyes y los ayuntamientos empezaron a organizar sus paradas cívico-militares, como ahora se dice para no confundirse con los desfiles de antes de la modernidad.

Tan despreciado estaba el desfile, que hasta los vendedores ambulantes le hicieron el feo y sólo fueron al ayuntamiento a solicitar diecisiete permisos para hacer su vendimia sobre el malecón. Así y todo, fue mucha gente la que llegó a observar, y a la altura del Acuario, donde se dislocaba la columna, según el programa, los contingentes se volvieron muchedumbre y generaron el primer embotellamiento vehicular del día.

Al final, la asistencia prolongó lo más que pudo su estancia sobre un malecón en que no circulaban vehículos, en que el sol no quemaba ni apremiaba la chamba diaria, porque si bien fue día laborable, muchos traían consigo el permiso para faltar, porque cuando desfila el hijo, cuando la hija aparece para enorgullecer a la familia porque la escogieron de abanderada o mejor aún, porque se ganó el puesto con calificaciones, no hay compromiso de trabajo que valga.