FRNCISCO CHIQUETE
Como el en Chicago de los veintes y treintas, la sociedad sinaloense tuvo que ceder en el propósito de evitar la venta de bebidas embriagantes, porque el comercio clandestino estaba generando tantos problemas como los que se intentaba evitar
Por fortuna no llegamos al extremo de la guerra de Los Intocables contra Al Capone, pero al final no se pudo sostener la ley seca, aunque subsistan las motivaciones que la crearon. La sociedad que estaba más preocupada por la vigencia de la prohibición, que por el quimérico aplanamiento de la curva que pregona López Gatel.
Apenas empezó la suspensión, se corrió la voz de los sitios en que se podía comprar subrepticiamente. Empezó con los minisúpers y depósitos de las orillas de la ciudad, considerando que por ahí no llegaría la vigilancia. Pero luego los vendedores se explayaron y llegaron al punto de anunciarse en Facebook, como si fuera un negocio con todas las de la ley.
A pesar de esa liberalidad, hubo algunos decomisos, gente a la que le cayeron con las manos en la masa, tanto en negocios establecidos como en automóviles (porque se llegó al grado de prestar el servicio a domicilio, sobre todo en la zona rural. Por supuesto, hubo abusos en el precio, en el trato a la gente y hasta agresiones y robos a los chupadores clandestinos que se sintieron cools corriendo una aventura extrema en los andurriales aguajeros.
Bajo esas circunstancias, la Ley Seca no pudo parar fiestas con banda y todo, con aglomeraciones impensables, y por supuesto, con la complicidad de policías y otros funcionarios relacionados con la vigilancia del ramo.
En realidad, con todo y los problemas que genera, el consumo de alcohol no está especialmente contraindicado con la espera de que pase la pandemia, aunque si el virus agarra a un alcoholizado, existe el riesgo de que lo haga víctima de sus peores efectos. Lo que se buscaba era evitar las reuniones, las fiestas en que nadie guarda la sana distancia sino por el contrario, entre más libación, más acercamientos.
Por eso cuando el gobernador anunció que se suspendía la Ley Seca, muchas personas, sobre todo madres de familia, se preguntaron por qué ocurre cuando los contagios y defunciones están en sus puntos más altos. La respuesta es sencilla: a los males del coronavirus se podían sumar los problemas adicionales de seguridad que genera el clandestinaje.
Ello amén de una presión social tremenda. Hasta los abstemios se sentían más encerrados por esta suspensión de la oferta alcoholera. Así somos.
Por supuesto, los intereses políticos empezaron a aflorar, con críticas veladas o abiertas, cuando los mismos que hoy aparecen, apenas unos días antes deslizaban la duda de ¿para qué sirve la Ley Seca?
Tampoco faltó la travesura: copiando una acción ocurrida en el municipio de Navojoa, algunos ocurrentes divulgaron por Facebook la oferta de cerveza de marcas diversas con precios atractivos y servicio a domicilio, poniendo como número el celular personal del alcalde de Culiacán, Jesús Estrada Ferreiro, quien no se daba abasto contestando pedidos de gente que ya sabía que no hablaba con aguajero alguno.
Bien hubiera querido el munícipe tener a la mano a un Elliot Ness, no para detener al Al Capone que contrabandeaba cerveza en su demarcación, sino para detener a dos o tres de los bromistas que encima de todo, grabaron las conversaciones y ls rolaron en redes sociales par exhibir cómo Estrada pasaba de la contención al estallido.
Ni modo: el espíritu del Scarface se nos impuso. Y todavía tenemos encima a la pandemia.