Carlos Calderón Viedas
Con motivo de la aprehensión del narcotraficante Joaquín Guzmán Loera en el puerto de Mazatlán, Sinaloa, lugar al que había llegado huyendo de la ciudad de Culiacán donde había permanecido un cierto tiempo antes de su captura, se convocaron marchas de apoyo al famoso capo en Guamúchil, Mocorito y en la capital del estado. Aunque mucho se ha dicho que al sinaloense ya no le queda capacidad de asombro en los temas del narco, las demostraciones realizadas el 26 de febrero provocaron comentarios que iban desde el rotundo rechazo hasta la curiosidad complaciente. El gobernador Mario López Valdez atribuyó las movilizaciones al manipuleo de parientes y amigos del famoso capo y declaró que investigarían posibles delitos por esos actos. Más que una postura que ofrecía seguridad, pareció un acto de intolerancia contra la libertad de expresión. No pude evitar recordar el Acta Patriótica de George Bush, con la que limitó este derecho con el pretexto del ataque a las Torres Gemelas. En un acto posterior, Malova estuvo más sereno y se refirió a la ausencia de valores y a una educación inadecuada que impide a la juventud deslindar las cosas malas de las buenas.
En el mismo día y por las mismas horas, otra marcha, también dentro del contexto de la delincuencia organizada, se llevaba a cabo en Michoacán, se trataba de las llamadas autodefensas que se dirigían, armados, a la ciudad de Apatzingán para rescatarla de las manos de los temibles Caballeros Templarios, que desde hace algunos años asolan a los habitantes de esa región. En este caso, organizadores y manifestantes no son objeto de sospecha alguna y menos son acusados de coludirse con el crimen, al contrario, son escoltados por cuerpos de seguridad del Estado mexicano y gozan de apoyos diversos. Si el juicio moral de Malova sobre la juventud fuera correcto, tendríamos que concluir que las familias y las instituciones educativas de Michoacán sí saben cómo educar a su niñez y juventud, mientras que las de Sinaloa no lo hacen bien. Obviamente, eso es inaceptable.
Las dos manifestaciones sociales parecen tener sentidos diferentes, una en contra del crimen y la otra a favor. No es así. Aun cuando la gruesa epidermis de los fenómenos no deje ver bien las causas de fondo, y teniendo en cuenta las particularidades de cada lugar, es posible encontrar un sustrato común en ambas demostraciones. Según la Encuesta Nacional de la Juventud 2011, el valor que los jóvenes dan a los valores (4.7%) es 10 veces menor al valor que dan al desempleo (47.4%); las drogas les preocupan 5 veces menos (11.6%) que la pobreza (57%); y la inseguridad les causa mayor zozobra (41.5%) de la que provoca el narco (25.5%).
No son los valores, en abstracto, lo que inquieta mayormente a la juventud mexicana, son los problemas concretos del desempleo, la pobreza y la inseguridad. La cuestión es: ¿Qué ha pasado en Sinaloa y en Michoacán, en donde los jóvenes se manifiestan unos a favor de un narco y otros en contra de ellos? ¿Cómo es que valores compartidos sostengan conductas aparentemente encontradas? Las respuestas tienen que ver con el impacto social, económico y cultural que el fenómeno del narcotráfico ha tenido en cada lugar. Doy la palabra a don Manuel Lazcano y Ochoa: “… de alguna manera y a pesar de todo, en sentido estricto, los narcos son sujetos que forman parte de la población y no se meten con la gente que no está relacionada con el negocio. Además de que a los narcos nunca les ha convenido una sociedad y una población escandalizada, para ellos lo ideal es una sociedad tranquila para seguir haciendo los negocios”, (Nery Córdova. Una Vida en la Vida Sinaloense. Memorias. U de O. Los Mochis, Sinaloa. 1992, p. 231). No son la población y la juventud los que hacen la diferencia, es el narco.
La influencia del narco en Sinaloa -va para el siglo- ha sido económica, social y cultural. Empresas, familias y carreras políticas han alcanzado renombre al amparo de los estupefacientes. A esta larga tarea han contribuido las reverberaciones culturales que cierta literatura, prensa y comercio artístico desarrollan sin mucha congoja.