MURIÓ EN UN SINIESTRO CEMENTERIO.

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Una chica, de cuyo nombre cuyo nombre no quiero acordarme o más bien lo olvidé, era una joven tímida, frágil y ausente de sí, por donde seguramente escondía un profundo resentimiento; quizá sus características obedecían al trabajo de su padre, pues ella y su familia cambiaban constantemente de ciudad y de amigos, tal vez no amigos de verdad porque acababa de conocerlos.
En una de esas travesías, un grupo de adolescentes que recientemente acababa de conocer retó a la joven a una prueba de valentía: debía ir al cementerio a las doce de la noche y clavar una nota en la última tumba del panteón, en la que decía: “Yo estuve aquí”. No sé porque aceptó ese desafió, quizá fue porque sacó fuerzas de su resentimiento: necesitaba evitar el cotilleo de sus no tan buenos amigos.
La noche era lúgubre, tenebrosa; parecía que a la luna alguien la había escondido en algún punto del cielo. Era una noche llena de misterios, que iban y venían con las ráfagas de un viento seco, viento que aullaba como cuando los moribundos están a punto de cederle su vida a la tierra.
La chica llevaba el corazón quebrándosele de miedo, su cuerpo temblaba agitadamente y su respiración se escuchaba entrecortada. Su alma le pedía correr y abandonar ese juego macabro, pero automáticamente empezó a caminar hacia el frío mármol, poblado de siluetas, de cruces y sombras, de sombras de los ramos de flores marchitas que parecía que flotaban encima de las tumbas.
Cuando por fin llegó a la última tumba, sus ojos estaban desorbitados, empañados de lágrimas y sus manos, ay sus manos, temblaban como las hojas cuando les cae el rocío de la madrugada. Al llegar a la última tumba se arrodilló y con un martillo clavó la nota en la que demostraría su valentía.
Al terminar su faena quiso levantarse para salir corriendo, pero en sus prisas cayó encima de la tumba y, por razones que nadie pudo explicar, su falda quedó atrapada en una varilla de la tumba que tenía forma de cruz. Esa noche de múltiples misterios los maullidos lastimeros de los gatos no cesaron hasta el amanecer, mientras los perros ladraban lastimeramente al horizonte.