Un día apareció mi hijo con el pie izquierdo hecho jiras y jirones. Después de una convalecencia que duro el tiempo de una parturienta, tenía que presentarse a trabajar y no podía hacerlo en su viejo móvil porque era estándar.
Tenía y teníamos miedo que al meter el “clutch” se lastimara más el pie por haber metido la pata jugando futbol, que no por haber metido el choclo por andar en malos pasos. Al menos eso fue lo que creí después de sus parcas explicaciones…
Y como no es de padres bien nacidos dejar a un hijo en un carro en el que se podía lastimar más la pata lastimada, me puse a buscar un coche automático para que mi vástago sólo usara el pie derecho que, además, es la pata con la que suele meter uno que otro gol; en cambio la quebrada sólo le sirve de “poste” que, como los de la Comisión Federal de Electricidad, suele astillarse al menor choque de trenes.
Y mi hijo es, debo confesar, en un chocón, pero así le ha ido, pero a mí me ha ido peor en esas lides. Luego le digo por qué amable lector.
DE HERODES A PILATOS.
Uno de esos días de no tan gratas cavilaciones y hacer los números de con cuánto me “encharcaría”, refrendé mi decisión de ir a buscar un móvil automático para irlo pagando en abonos chiquitos. Me dije, entredientes, más que resignado: “Doy la ‘charchina’ de m’ijo de enganche y el resto los voy pagando en abonos chiquitos”.
Con esta decisión en ristre me eché a caminar para buscar y para encontrar un carro usado, porque adquirir uno nuevo era por lo menos un sueño guajiro y, peor aún, podría haberse convertido en una pesadilla, ya podrá imaginarse el porqué amigo lector.
No sin mirar con ojos de pollo horcado de pasada los carros nuevecitos que estaban rechinando de limpios en las agencias, me fui tendido a la búsqueda a esas locaciones en las que venden carros chocolate cubiertos en papel de celofán y envueltos en un labia que si te descuidas, lo compras porque lo compras, porque voces son como bolas ensalivadas que si te descuidas te la dejan ir como si fuera un strike, por decir lo menos.
LA COMPRA DE LA MOVIL QUE NO DEL MOVIL.
De estos recurrentes recorridos que duraron una semana, poco a poco mi foco de atención de fue centrando en la compra de una Chevrolet Colorado con transmisión automática, usada por supuesto, pero no tal usada a primera vista. Al mismo tiempo tenía puestos los ojos en la Nissan donde había otra colorado que estaba de rechupete. La primera estaba en un lote de mala muerte que lo comandaba un gordo que lo único que no se comía eran sus palabras, porque las necesitaba para engañar a bobos como yo, por no decirme más feo…por eso olvidé la segunda.
Ese gordo de marras me atrapó entre sus garras, y pese a mí resistencia a comprar en lotes que parecen yonkes, me fue cercando hasta que me convirtió en un simple conejito frente a un buitre. Qué bueno que sólo se le ocurrió venderme una camioneta inservible, porque si se le hubiera ocurrido otra cosa seguramente no estaría contándole esta estafa de la que fui objeto, querido lector, simplemente no le estaría contando nada por vergüenza y bochorno, porque soy un hombre hecho y derecho y todo lo demás…
AL FIN SOLOS LA CAMIONETA, MI VÁSTAGO Y YO.
Total que esa cafetera la compramos en varios miles de pesos. EL gordo, como también le dicen al premio de la lotería, tomó la camioneta de mi hijo en 70 mil y quedé debiéndole otros 70 mil pesos, que le pagaría con el aguinaldo y con unos abonos que no eran tan chiquitos. Pero eso no fue lo peor de los peor, la pinche Camioneta anduvo un ratito medio mareada, pero al revés de San Lázaro, a los días se descompuso.
La llevamos a un taller especializado en Culiacán y duró, no le miento, por lo menos 2 meses y no pudieron arreglar. Como no pudieron componerla en la capital nos la trajimos la Mazatlán. Aquí la internamos en otro taller de élite, donde jamás le pudieron quitarle el ruido del motor que, tiro por viaje, era el preludio de que la móvil se desvielaría. Para ese momento ya había gastado otros 70 en piezas pesos más en piezas y en el pago de los mecánicos, con el agravante de que mi carro se lo había llevado mi hijo Culiacán, y me había quedado en este desierto a golpe de calcetín.
Uno de los días me armé no sólo de valor y con paso firme fui a reclamarle al gordo sobre la estafa que había cometido a mi patrimonio, y medio encabronado le exigí la reparación del daño. Pero este gordo verde y sin luz me desarmó como si le hubieran quitado una pistola de la mano a un chilpachate. Sólo me dijo, mirándome de reojo a los ojos: “Nadie lo obligo a que comprará la camioneta, usted lo hizo porque lo quiso”.
Con una mano en la cintura le quise reclamar me había embrujado con sus palabras, pero me dio vergüenza decirle tal puñalería. Di la media vuelta y me alejé de ese pinche gordo que me había estafado, temblando de rabia e impotencia le menté la madre con el pensamiento, sólo con el pensamiento. No se por qué les cuento estas rabias y vergüenzas que pasé, pero aún sigo enojado y endeudado,